Entretenimiento
TAPATIEZ: Enhorabuena para ellas
Ya no hay maestras de civismo que nos recuerden que madre sólo hay una y que, en su día, es nuestro deber moral desbaratarnos en atenciones para que la reina de la casa se sienta consentida.
No hay madre, por más negativa que ésta sea, a la que no le guste ser homenajeada el 10 de mayo. Las mujeres son raras y siendo madres, en ocasiones lo son más. Pero aún así se les quiere. Unas fingen frialdad e indiferencia ante el gesto emotivo que sus críos les ofrendan en éste su día (“¿para qué andas gastando tu dinero en flores que están a punto de marchitarse? ¡A mí me haces feliz dejando de hacer tantas cosas malas!”, reciben con desdeño –y alegría, muy en el fondo- el obsequio seguido del abrazo, claro).
Para otras, de antemano, sabemos que una flor será razón más que suficiente para que suelten el llanto, situación que irá atenuándose conforme crezca el número de elementos conmemorativos (serenata, cena, regalos y más regalos).
Pero de cierta manera, somos los hijos los que las hemos orillado a eso. Conforme nos vamos haciendo viejos, provocamos que la intensidad del 10 de mayo vaya en depresión –en realidad eso pasa con muchos otros festejos, o ¿a poco después de los 25 años se espera con las mismas ansias de la niñez a la Navidad?-. Aunque muchos lo nieguen. Ellas de qué tienen la culpa.
Ya no hay maestras de civismo que nos recuerden que madre sólo hay una y que, en su día, es nuestro deber moral desbaratarnos en atenciones para que la reina de la casa se sienta consentida. Tampoco hay un comité de padres de familia preparatorianos o universitarios –y si los hay, quién sabe cuál sea su función- que organicen festivales y que nos obliguen a entonar “Mamáaa, te quiero decir te amooo”.
A muchos se nos vendrá a la cabeza la imagen de la señora madre levantándose a primeras horas de la mañana el 10 de mayo cuando éramos niños: todo un ritual antes de partir a la escuela, junto con nosotros, para ser parte del festival en el que su retoñito le recitaría un poema de lo más cursi. “Ése es mi hijo”, presumían orgullosas entre las otras progenitoras que se daban cita en la primaria, todas igual de acicaladas a la nuestra. Y a los que nos tocaba hablar frente al micrófono, desde luego, la pena nos carcomía.
Pero ésa era, de menos para ellas, y seguirá siéndolo por muchos años –muy seguramente-, la imagen más agradable y plena de lo que significaba un buen Día de las Madres.
Enhorabuena para ellas hoy que es su día. Y un coscorrón para todos los hijos viejos desconsiderados que ni siquiera una rosa les dan a sus madres.
Oprobio
Para otras, de antemano, sabemos que una flor será razón más que suficiente para que suelten el llanto, situación que irá atenuándose conforme crezca el número de elementos conmemorativos (serenata, cena, regalos y más regalos).
Pero de cierta manera, somos los hijos los que las hemos orillado a eso. Conforme nos vamos haciendo viejos, provocamos que la intensidad del 10 de mayo vaya en depresión –en realidad eso pasa con muchos otros festejos, o ¿a poco después de los 25 años se espera con las mismas ansias de la niñez a la Navidad?-. Aunque muchos lo nieguen. Ellas de qué tienen la culpa.
Ya no hay maestras de civismo que nos recuerden que madre sólo hay una y que, en su día, es nuestro deber moral desbaratarnos en atenciones para que la reina de la casa se sienta consentida. Tampoco hay un comité de padres de familia preparatorianos o universitarios –y si los hay, quién sabe cuál sea su función- que organicen festivales y que nos obliguen a entonar “Mamáaa, te quiero decir te amooo”.
A muchos se nos vendrá a la cabeza la imagen de la señora madre levantándose a primeras horas de la mañana el 10 de mayo cuando éramos niños: todo un ritual antes de partir a la escuela, junto con nosotros, para ser parte del festival en el que su retoñito le recitaría un poema de lo más cursi. “Ése es mi hijo”, presumían orgullosas entre las otras progenitoras que se daban cita en la primaria, todas igual de acicaladas a la nuestra. Y a los que nos tocaba hablar frente al micrófono, desde luego, la pena nos carcomía.
Pero ésa era, de menos para ellas, y seguirá siéndolo por muchos años –muy seguramente-, la imagen más agradable y plena de lo que significaba un buen Día de las Madres.
Enhorabuena para ellas hoy que es su día. Y un coscorrón para todos los hijos viejos desconsiderados que ni siquiera una rosa les dan a sus madres.
Oprobio