Entretenimiento
Joaquín Sabina compone aislado de la repugnante felicidad doméstica
El cantautor español se fue a Praga en compañía de su amigo el poeta español Benjamín Prado. Ahí, juntos, ambos dieron rienda suelta a su creatividad
MADRID, ESPAÑA.- Hace unos meses, Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 12 de febrero de 1949) le propuso a su amigo, el poeta español Benjamín Prado, que se fueran juntos a Praga a escribir canciones.
"Yo vivo en una especie de repugnante felicidad doméstica. Mi novia me quiere, yo la quiero a ella, todo va bien, no hay noches de juerga terribles... y viviendo así no salen canciones, no se me ocurría absolutamente nada".
"Así que aproveché que mi amigo estaba pasando por una depresión porque se acababa de separar de un gran amor y le dije que nos fuéramos", añade.
Pese a que la decisión ya estaba tomada y los boletos pagados, cinco minutos antes de ir al aeropuerto los dos estuvieron a punto de llamarse para cancelar.
"Él no quería ver a nadie ni salir de su casa y a mí no se me ocurría nada qué escribir, así que ninguno de los dos lo veíamos claro", recuerda.
Sin embargo, afortunadamente se subieron al avión. Pasaron una semana en la capital de la antigua Checoslovaquia y sentados en un bar de un hotel "como esos que aparecen en los cuadros de Hopper donde no hay nadie", por la noche, cada uno con su whisky y su block de notas, escribieron canciones, siete de las cuales forman parte de su nuevo disco: Vinagre y rosas, que sale a la venta en todo el mundo el próximo 17 de noviembre.
"Yo vivo en una especie de repugnante felicidad doméstica. Mi novia me quiere, yo la quiero a ella, todo va bien, no hay noches de juerga terribles... y viviendo así no salen canciones, no se me ocurría absolutamente nada".
"Así que aproveché que mi amigo estaba pasando por una depresión porque se acababa de separar de un gran amor y le dije que nos fuéramos", añade.
Pese a que la decisión ya estaba tomada y los boletos pagados, cinco minutos antes de ir al aeropuerto los dos estuvieron a punto de llamarse para cancelar.
"Él no quería ver a nadie ni salir de su casa y a mí no se me ocurría nada qué escribir, así que ninguno de los dos lo veíamos claro", recuerda.
Sin embargo, afortunadamente se subieron al avión. Pasaron una semana en la capital de la antigua Checoslovaquia y sentados en un bar de un hotel "como esos que aparecen en los cuadros de Hopper donde no hay nadie", por la noche, cada uno con su whisky y su block de notas, escribieron canciones, siete de las cuales forman parte de su nuevo disco: Vinagre y rosas, que sale a la venta en todo el mundo el próximo 17 de noviembre.