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Diario de un espectador

Sobre los muros hay nuevas adquisiciones: una serie de viejas fotografías de distintos lugares de la ciudad, casi todos desaparecidos

Sentados en la mesa acostumbrada de la Alemana. Vuelan los tequilas y las ahogadas van compareciendo. Los temas brincan un instante, luego quedan atrás y a veces vuelven. Sobre los muros hay nuevas adquisiciones: una serie de viejas fotografías de distintos lugares de la ciudad, casi todos desaparecidos. Una como luz giratoria ilumina las caras de los amigos y hace que los años muestren su evidencia. Algo piensa el que pasa sobre una navegación y el salón cabecea entonces como un barco encallado. Un silencio quebradizo hace su arribo.

Destacan entonces las notas de los músicos que entonan un tango lastimero y arrastrado, que algo tiene ya de estos muros y estas voces. A través del dudoso ventanal se mira la conocida perspectiva: San Francisco en escorzo, la atestada calle luego, y la espalda dorada de Aranzazú. En la esquina de Prisciliano Sánchez y 16 de Septiembre se levanta lo que queda de un razonable edificio de Julio de la Peña estúpidamente desfigurado hace algunos años. Ahora es un bulto anodino y gris. En la otra esquina existe una igualmente mediocre finca comercial. En la pared, de repente, destaca una fotografía de quizá los años treinta de una vista que muestra la misma perspectiva. Había entonces en esa esquina dos palacios: el de los Hermosillo al poniente y otro, su par, al oriente. Ambos tenían sendas torres airosas, hechas para celebrar el encuentro de la calle de San Francisco con el jardín. Zumba el tequila, termina el violín su cadencia de lástimas y cavila el que pasa sobre la parda condición que esta ciudad y esta generación tuvieron que heredar gracias a la estolidez y la codicia.

El aguerrido sitio de internet que se llama Terre Sacrée, dedicado con furor a los asuntos ambientales, acaba de mandar algunas cifras aterradoras publicadas en Le Monde. Según ellas, estamos ante un descenso sin precedentes de la biodiversidad planetaria. Cada año, la actividad humana elimina cerca de uno por ciento de las otras especies de la faz de la tierra. A partir de los años setenta ha desaparecido más de un cuarto de la población de pájaros y peces. Las causas principales de esto son la polución, la agricultura, la expansión urbana, la pesca excesiva y la caza. Entre 1960 y 2000 la población mundial se duplicó, y durante este mismo periodo la población animal se redujo en 30%. Entre 1970 y 2005 el número de especies animales terrestres bajó 25%, las especies animales marinas 28% y las de agua dulce 29%. Esta declinación de la biodiversidad ocurre en una época en la que la población humana utiliza 25% más de lo que la naturaleza puede reemplazar.

Hay una lagartija, de especie desconocida, que vive en el marco de una puerta que da al poniente. Sólo se la ve de noche: su silueta es muy tenue, su cuerpo es transparente, con distintas densidades en ciertas partes que vuelven su presencia casi irreal. No es tímida, y sin embargo, siempre se está yendo. La fugacidad parece ser su signo, la permanencia su reverso: lleva ya más de un lustro siendo cuidadosamente observada. En lo alto de la noche emite un ruidito como de pájaro temprano; se arrulla a sí misma o llama a su pareja -a lo mejor son dos lagartijas que intercambian papeles- y le da al cuarto una resonancia particular. En la oscuridad dan vueltas las cifras de Le Monde. Millones de años hablan desde el llamado de la lagartija. Nadie sabe cuántas quedan, si abundan en la ciudad o son una rareza, si su futuro está en peligro o su elegante discreción las mantiene a salvo de amenazas. Lagartija de noche, se alimenta quizá de sueños. Más sabia, construye en un solo lugar su mundo, medita largamente sus movimientos, conquista los días con paciencia y levedad.

Más de Saint-Exupéry, ahora de Correo del Sur.
 
“Todos eran prisioneros de ellos mismos, limitados por ese freno obscuro y no como él, ese fugitivo, ese niño pobre, ese mago”. “Cada mujer contenía un secreto: un acento, un gesto, un silencio. Y todas eran deseables”. “Un día, mucho más tarde, este niño le había llegado y era algo incomprensible y al mismo tiempo mucho más simple aún. Una evidencia más fuerte que las otras. Ella había llevado a ese niño a la superficie de las cosas y entre otras cosas vivientes. Y no existían palabras para describir lo que de inmediato experimentó. Ella se había sentido...pero claro, es esto: inteligente”. “...ella intuía que la desnudez que deseaba era un lujo mucho más grande, exigía mucho más de los objetos que estas máscaras sobre su superficie. Ese hall donde ella jugaba de niña, esos pisos de madera de nogal brillantes, esas mesas masivas que podían atravesar los siglos sin pasar de moda ni envejecer...”.
 
“Su cara le pareció nueva ¿en dónde había visto esa cara? En los viajeros. En los viajeros que la vida dentro de algunos segundos arrancará de su vida. Sobre los muelles. Esta cara puede ya sonreír, vivir fervores desconocidos”. “Y ahora, en la ventana, tiembla el cielo. Oh mujer después del amor desmantelada y descoronada del deseo del hombre. Lanzada entre las estrellas frías. Los paisajes del corazón cambian tan rápido... Atravesado el deseo, atravesada la ternura, atravesado el río de fuego. Ahora, puro, frío, desprendido del cuerpo, se está en la proa de un navío, cabo al mar”.

“Llamábamos a aquellos que usaban sesenta años este pedazo de tierra, quienes, del nacimiento a la muerte, tomaban este sol en consigna, estos trigos, esta morada, llamábamos a estas generaciones presentes “el equipo de guardia”. Por que amábamos descubrirnos sobre el islote más amenazado, entre dos océanos temibles, entre el pasado y el porvenir”. “Seguido te he visto replegado, Bernis, sobre tu esperanza inexplicable. No sé traducirlo. Me recuerda esta frase de Nietzsche que te gustaba: ‘Mi verano caluroso, corto, melancólico y bienhechor’”.

“Hacia las tres de la mañana nuestras cobijas se vuelven delgadas, transparentes: es un maleficio de la luna. Me despierto helado. Subo a fumar a la terraza del fortín. Cigarro...cigarro... Así esperaré la aurora”.

por: juan palomar

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