Deportes
* Tocar fondo
A propósito por Jaime García Elías
El Atlas, según el diagnóstico en que coinciden propios y extraños, llegó ya a la encrucijada: o se transforma en una empresa comercial que vuelva autosuficiente a su producto --el equipo de futbol profesional--, o está condenado a la muerte por inanición, pasando por la dolorosa etapa de la agonía deportiva.
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El tema no es nuevo. De hecho, cuando se planteaba, hace meses, la posibilidad de que algún grupo de inversionistas (entre quienes se mencionaron los nombres de Rafael Márquez, Alejandro Fernández, Bruno Marioni y Juan José Frangie) reeditara, con el Atlas de por medio, la historia que ha protagonizado el Guadalajara en las etapas en que Salvador Martínez Garza, primero, y Jorge Vergara, después, se convirtieron en los dueños de sus destinos, ya se decía que sólo por ahí podría encontrarse la escapatoria del lóbrego callejón sin salida por el que los rojinegros transitan desde hace años e infelices días.
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Sin ser, como el Guadalajara, el equipo más popular de México, el Atlas, al decir de quienes saben de negocios, es, potencialmente, una buena marca registrada.
Tiene un producto acreditado, que se basa en la popularidad y el arraigo del equipo de futbol --a nivel local, al menos-- y en el prestigio ganado a base de un estilo y una filosofía (aquí sí: una filosofía, desvinculada del triunfalismo a ultranza de la generalidad de los aficionados, y que se condensa en el consabido “¡Arriba el Atlas... aunque gane!”) con el que muchos aficionados al deporte se identifican... no obstante que carezca del “plus” que pudieran darle los resultados y, por supuesto, los títulos.
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Sobre todo si el Atlas no consigue enderezar el camino en las próximas dos o tres jornadas del Torneo de Apertura --en las que llevará como rivales a Puebla, Guadalajara y San Luis, sucesivamente--, y si lo atrapan los equipos que ya le pisan los talones en el tabulador del porcentaje, determinante para el descenso, es muy probable que los actuales dirigentes del club se decidan, si no por vender la franquicia al precio que ellos creen que vale, sí, al menos, por malbaratarlo al mejor postor...
Lo que sea, con tal de asegurarle --como a un hijo que se regala al primero que pasa porque no se le puede mantener-- que otros hagan lo que ellos quizá no puedan: salvarle la vida.
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El tema no es nuevo. De hecho, cuando se planteaba, hace meses, la posibilidad de que algún grupo de inversionistas (entre quienes se mencionaron los nombres de Rafael Márquez, Alejandro Fernández, Bruno Marioni y Juan José Frangie) reeditara, con el Atlas de por medio, la historia que ha protagonizado el Guadalajara en las etapas en que Salvador Martínez Garza, primero, y Jorge Vergara, después, se convirtieron en los dueños de sus destinos, ya se decía que sólo por ahí podría encontrarse la escapatoria del lóbrego callejón sin salida por el que los rojinegros transitan desde hace años e infelices días.
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Sin ser, como el Guadalajara, el equipo más popular de México, el Atlas, al decir de quienes saben de negocios, es, potencialmente, una buena marca registrada.
Tiene un producto acreditado, que se basa en la popularidad y el arraigo del equipo de futbol --a nivel local, al menos-- y en el prestigio ganado a base de un estilo y una filosofía (aquí sí: una filosofía, desvinculada del triunfalismo a ultranza de la generalidad de los aficionados, y que se condensa en el consabido “¡Arriba el Atlas... aunque gane!”) con el que muchos aficionados al deporte se identifican... no obstante que carezca del “plus” que pudieran darle los resultados y, por supuesto, los títulos.
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Sobre todo si el Atlas no consigue enderezar el camino en las próximas dos o tres jornadas del Torneo de Apertura --en las que llevará como rivales a Puebla, Guadalajara y San Luis, sucesivamente--, y si lo atrapan los equipos que ya le pisan los talones en el tabulador del porcentaje, determinante para el descenso, es muy probable que los actuales dirigentes del club se decidan, si no por vender la franquicia al precio que ellos creen que vale, sí, al menos, por malbaratarlo al mejor postor...
Lo que sea, con tal de asegurarle --como a un hijo que se regala al primero que pasa porque no se le puede mantener-- que otros hagan lo que ellos quizá no puedan: salvarle la vida.