Deportes

* Ramón, la clave

A propósito, por Jaime García Elías

Se frustraron las previsiones. Se estropearon los pronósticos. Los supuestos patos cazaron a las supuestas escopetas... Esto último, que pocas veces sucede en la vida real, ocurre con frecuencia en los Clásicos. Y tanto, que esa fue, sumariamente, la historia del Atlas-Guadalajara del sábado.

*

La teórica ventaja del Atlas, del que se había diagnosticado que llegaba a la cita en mejores condiciones anímicas y futbolísticas, se tradujo en tres o cuatro llegadas deshilachadas, conseguidas más a base de voluntad que de talento. Los remates que las coronaron fueron apropiadamente resueltos por Víctor Hugo Hernández. El debutante arquero de las “Chivas” no tuvo necesidad de prodigarse. Para preservar el cero atrás ante las intentonas rojinegras, tuvo de sobra con estar atento y con poner sentido práctico en sus intervenciones. Le bastó con aplicar la regla de oro de los porteros: “Las que puedan detenerse, deténlas; en las que no estés seguro..., con que la pelota no entre, la tarea está hecha”.

*

La diferencia entre el insulso empate sin goles, que parecía cantado por la inoperancia que caracterizó a los dos equipos en el primer tiempo, y la victoria del Guadalajara con que se escribió la historia, consistió en el reacomodo de piezas dispuesto por Efraín Flores en el descanso...

El Guadalajara había colocado en el medio campo a Araujo para ponerle los grilletes a Bottinelli —quien ya habrá llenado algunas hojas de cuaderno con la frase “Del plato a la boca se cae la sopa” (a propósito de sus declaraciones previas al Clásico)—, y a Morales y Pineda como armadores. Zurdos como son ambos, encomendó a Ramón el flanco derecho. Pero como su querencia —lo mismo si alineaba como lateral, carrilero, volante o extremo— estaba del otro lado del campo, con él se cumplió la regla de que “Un jugador mal acomodado juega en contra de su equipo”.

Cuando Efraín enmendó —“es de humanos errar... y es de sabios enmendar”, reza la máxima—, Ramón comenzó a ser el argumento desequilibrante del “Rebaño”. Y como la defensiva del Atlas le dio más facilidades de las admisibles en un Clásico, en una de esas le sirvió, envuelto para regalo, el balón con que Báez refrendó la hegemonía de los rayados en los últimos tiempos, por un lado... y sentenció la primera derrota rojinegra en la aún incipiente “era” de Darío Franco como timonel.

Temas

Sigue navegando