Deportes
* Protagonismo
A propósito por Jaime García Elías
Convengamos en que un capítulo como el retumbante 7-2 del América al Toluca el domingo en el Estadio Azteca, le hacía falta, por una cuestión elemental de higiene mental, al futbol mexicano.
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En efecto: al margen de simpatías o antipatías, siempre será saludable que un medio como el deporte, y particularmente el futbol, que concentra tantas voluntades y suscita tantas emociones, se renueve y se refresque; que no sea demasiado previsible; que no se sepa de antemano quién va a ser el campeón. Así, de la misma manera como ha sido plausible, en los últimos años, la irrupción en los primeros planos de equipos como el Pachuca y el Santos Laguna, verbigracia, con historiales relativamente breves (aunque Pachuca sea la cuna del futbol, su presencia en la Primera División había sido, en las etapas anteriores, más bien efímera y modesta), también lo es la aparente reconciliación del América con sus años de grandeza.
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Lo del domingo fue, en toda la extensión del vocablo, un hito: el Toluca, protagonista contumaz de todos los campeonatos desde hace varias temporadas, recibió en un solo partido los goles que antaño recibía en meses. (Como botón de muestra puede recordarse el reciente récord nacional de partidos con el marco invicto, impuesto por su guardameta Hernán Cristante). El América, por su parte, consiguió, en una sola sentada, de manera espectacular, los goles que en los anteriores dos años se demoraba varias semanas en conseguir.
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El triunfo del América fue, de alguna manera, copia al carbón del que el Cruz Azul había conseguido, unas horas antes, como visitante del Morelia: un gol relativamente tempranero (el de Villa para los “Cementeros”, el de Pardo para los cremas)..., y, a partir de ahí, el aprovechamiento de las circunstancias tácticas propicias para rematar al adversario a base de contraataques fulgurantes y letales.
La diferencia estuvo en la eficiencia: el Cruz Azul acertó a colocar dos goles más sobre la sepultura del adversario; el Cruz Azul, seis más: los suficientes para aniquilar, desde muy temprano, las perspectivas del rival, que a la media hora de juego ya perdía por 3-0 y se fue al descanso con cinco rejones de muerte en todo lo alto... y para convertirse, prácticamente de la noche a la mañana, del “extra” que fue en las campañas anteriores, marcadas a fuego por el sello de la mediocridad, en el gran protagonista del campeonato.
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En efecto: al margen de simpatías o antipatías, siempre será saludable que un medio como el deporte, y particularmente el futbol, que concentra tantas voluntades y suscita tantas emociones, se renueve y se refresque; que no sea demasiado previsible; que no se sepa de antemano quién va a ser el campeón. Así, de la misma manera como ha sido plausible, en los últimos años, la irrupción en los primeros planos de equipos como el Pachuca y el Santos Laguna, verbigracia, con historiales relativamente breves (aunque Pachuca sea la cuna del futbol, su presencia en la Primera División había sido, en las etapas anteriores, más bien efímera y modesta), también lo es la aparente reconciliación del América con sus años de grandeza.
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Lo del domingo fue, en toda la extensión del vocablo, un hito: el Toluca, protagonista contumaz de todos los campeonatos desde hace varias temporadas, recibió en un solo partido los goles que antaño recibía en meses. (Como botón de muestra puede recordarse el reciente récord nacional de partidos con el marco invicto, impuesto por su guardameta Hernán Cristante). El América, por su parte, consiguió, en una sola sentada, de manera espectacular, los goles que en los anteriores dos años se demoraba varias semanas en conseguir.
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El triunfo del América fue, de alguna manera, copia al carbón del que el Cruz Azul había conseguido, unas horas antes, como visitante del Morelia: un gol relativamente tempranero (el de Villa para los “Cementeros”, el de Pardo para los cremas)..., y, a partir de ahí, el aprovechamiento de las circunstancias tácticas propicias para rematar al adversario a base de contraataques fulgurantes y letales.
La diferencia estuvo en la eficiencia: el Cruz Azul acertó a colocar dos goles más sobre la sepultura del adversario; el Cruz Azul, seis más: los suficientes para aniquilar, desde muy temprano, las perspectivas del rival, que a la media hora de juego ya perdía por 3-0 y se fue al descanso con cinco rejones de muerte en todo lo alto... y para convertirse, prácticamente de la noche a la mañana, del “extra” que fue en las campañas anteriores, marcadas a fuego por el sello de la mediocridad, en el gran protagonista del campeonato.