Deportes

* Pecadores

A propósito por Jaime García Elías

Antes de cerrar el paréntesis que se abrió en la competencia doméstica para los anodinos partidos de la Selección Nacional ante sus similares de Ecuador y Colombia, y, coyunturalmente, para la bomba mediática en que se convirtió la francachela con que algunos jugadores del “Tri” celebraron la última noche de concentración que pasaron en Monterrey, quizá venga al caso poner algunos puntos sobre las correspondientes íes...

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El anecdotario que ilustra la proclividad de los futbolistas profesionales, en México y en el mundo, es sumamente vasto. Aunque no faltan quienes tiendan a desgarrarse las vestiduras al enterarse de los excesos en que ocasional --y aun sistemáticamente-- incurren aquéllos, la verdad es que las críticas no duran en el ambiente mucho más que la espuma de la cerveza en el tarro. En muy poco tiempo, a partir de las consabidas obviedades (“son jóvenes, son ricos, son famosos...”) se diluyen.

No tiene caso referir los nombres de los pecados, pero en el futbol mexicano llegaron a ser proverbiales los casos de jugadores a los que sus compañeros iban a buscar a las cantinas, el domingo en la mañana, tras una noche de juerga descomunal; los llevaban “de cantarito” al estadio, los bañaban, los vestían, los metían a la cancha... y aguardaban pacientemente a que se conectaran con la realidad. Cuando esto sucedía, aquellos borrachines irredentos tenían de sobra con un par de genialidades para hacer los goles con que su equipo alcanzaba la victoria.

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Si de graves desórdenes dentro de las concentraciones se trata, ha habido varios casos de jugadores que han sido marginados de la Selección por quebrantar, con conductas claramente reprobables, la disciplina del grupo y el compromiso que se tiene con la profesión... y la que se adquiere con la representación que se recibe.
Si de tonterías y de indisciplinas en general se trata, vendrían al caso, como botones de muestra, los casos de Decio de María y Javier Aguirre: la imagen del primero, en la final de la Copa Oro 2009, en el Estadio de los Gigantes, en Nueva York, haciendo señas obscenas al público, le dieron la vuelta al mundo; el segundo pateó a un jugador de la selección panameña que salió a perseguir un balón por la línea de banda, en un partido de la eliminatoria previa al Mundial de Sudáfrica.

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Moraleja de la historia: “El que esté libre de pecado...”.

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