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* Papelón

A propósito por Jaime García Elías

Estaba escrito: desde que se anunció que el Monterrey daría prioridad al “Clásico” del sábado ante los “Tigres”, y, para el efecto, alinearía a siete suplentes ante el Sao Paulo, el miércoles, dentro de la Copa Libertadores, la historia fue reedición, a la rústica, con hojas fotocopiadas, de la “Crónica de una Muerte Anunciada”.

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Incluso si se hubiera tratado de la peyorativamente denominada “Concachampions” --versión aldeana de la “Champions League”--, y el rival hubiera sido (dicho sea con todo respeto) trinitario u hondureño, alinear un equipo plagado de suplentes equivale prácticamente a renunciar a la victoria.
El desdén es un mensaje por demás elocuente. Por una parte, ofende al amor propio de los jugadores; es decirles “Ustedes, jóvenes, salgan a llenar el expediente; no se preocupen por el resultado...”. Por el otro, es una banderilla de fuego en el orgullo del adversario; es decirles “Ustedes, señores, no nos merecen ningún respeto; estamos aquí sólo porque nos pagan por modelar, para que los posibles compradores las vean por televisión, las camisetas que vendemos...”.

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Honestamente, no se pensaba en esto cuando se trataba de hacer presión para que la Conmebol abriera las puertas de la Copa Libertadores a los equipos mexicanos. No se pensaba en esto cuando los Cruz Azul, América, Guadalajara y Atlas, entre otros, cumplieron desempeños más que decorosos en sus respectivas participaciones en el torneo más prestigioso del continente.
Se veía a la Libertadores con respeto: como la gran oportunidad de participar en competencias trascendentales, de crecer y de ganar prestigio internacional. En cambio, ahora que el Monterrey --el campeón del futbol mexicano, nada menos-- se da el lujo de menospreciar ese certamen, de verlo como plato de segunda mesa, es un poco el propio Monterrey el que resiente las consecuencias de la derrota y de los comentarios adversos de la crítica... pero es, principalmente, el futbol mexicano en pleno el que pierde.

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Se entiende que participar en dos competencias de manera simultánea no es cuestión de “enchílame otra”. Se entiende que es cierto que “el que a dos amos atiende, con alguno queda mal”... Pero precisamente en ese sentido iba, en su momento, la bravata de los dirigentes de los equipos mexicanos: en que la Copa Libertadores sería la gran oportunidad de demostrar que el de México ya había dejado de ser el eterno adolescente del futbol mundial.

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