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* Olmos y peras

A propósito por Jaime García Elías

Javier Aguirre habló. Y, como suele suceder, porque no es novedoso que haya quien pele el plátano, se coma la cáscara y tire el plátano, hizo más ruido lo accesorio de su declaración, que lo sustancial de la misma.

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Dijo el “Vasco” que no está entre sus planes continuar al frente de la Selección Mexicana después del Mundial de Sudáfrica. Adujo motivos muy personales: su percepción de que México, en materia de seguridad, “está jodido”.

Apreciación muy válida, desde la perspectiva de quien, hasta antes de quedar desempleado por el Atlético de Madrid y ser llamado como “bombero” de la Selección Nacional que andaba a la deriva en la eliminatoria mundialista, ha vivido siete años en Europa. Decisión muy respetable la suya, además, si coinciden su diagnóstico de un medio social y profesional que ya no le resulta atractivo, con sus perspectivas en otro preferible para él y para su familia.

Llamarlo “traidor” porque elige un camino diferente al que quisieran imponerle sus críticos, sin ningún derecho, y tildarlo de “mercenario” porque asumió un compromiso pero decidió desde ahora no prorrogarlo después del Mundial, en ejercicio pleno de sus derechos, es faltar al respeto a la persona y al profesional; es llevar la crítica al terreno de la insolencia.

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En cambio, hubo aspectos de la declaración de Javier que se volvió noticia el martes pasado, a los que apenas si se hizo referencia: su comentario con respecto a la desmemoria y a las desmesuradas expectativas de algunos sectores de la afición y de la crítica con respecto a las metas que el futbol mexicano puede plantearse en el Mundial...

Prometer --o exigir, como algunos “expertos”-- un lugar entre los cuatro primeros, iría acorde con la personalidad de otros; como alguno (“de cuyo nombre --diría Cervantes-- no quiero acordarme”) que prometió buscar una medalla en los Juegos Olímpicos y fracasó en la búsqueda del boleto; no en la de Javier.

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Dar por hecho que se avanzará a la segunda ronda del Mundial, es desdeñar a priori a los rivales; es menospreciar al país anfitrión (Sudáfrica); es desestimar el historial de Francia y Uruguay. Y es --lo más grave del caso-- fingir que se desconoce la historia de México en campeonatos mundiales, pródiga en fracasos y frustraciones, avara en alegrías...

Es ignorar, en fin, que los olmos no dan peras.

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