Deportes
* Misión cumplida
A propósito por Jaime García Elías
Como dijo el poeta en el último verso del celebérrimo soneto “A Violante”: “Contad si son catorce..., y está hecho”.
La victoria de México sobre Estados Unidos, ayer en el Estadio Azteca, ni asegura el boleto para el Mundial del año próximo en Sudáfrica, ni garantiza que vaya a conseguirse. Tampoco reconcilia a los tricolores con sus antiguos diplomas de “El Coloso del Norte”, al menos en materia de futbol...
*
Así y todo, el resultado amerita, a todas luces, el elogio.
Por una parte, el triunfo reanima considerablemente las posibilidades de que México, después de los titubeos de la primera vuelta del hexagonal de la Concacaf, se meta de lleno a la lucha por la clasificación. Primero, porque numéricamente alimenta sus perspectivas. Segundo, porque es estimulante ganar --y ganar bien, sobre todo-- a un rival que sistemáticamente le venía poniendo el pie en el pecho. Tercero, porque alerta al resto de los competidores: “¡Atención, señores, que el gigante --permítase, por esta vez, aunque sea como licencia literaria, la jactancia-- ya despertó...!”.
Por la otra, la victoria de ayer no se limitó a ser --como ocasionalmente ocurre en el deporte-- un accidente del futbol. La victoria de ayer fue la consecuencia lógica de un buen comportamiento de la Selección Mexicana.
*
Por supuesto, hablar de una actuación deslumbrante del “Tri” sería faltar a la verdad... No fue el caso. No podía serlo, un poco porque los norteamericanos ya no se chupan el dedo en materia de futbol y porque desde hace varios años juegan contra México sin complejos..., y otro poco porque el futbol mexicano no está sobrado de talentos futbolísticos, ni mucho menos.
Ayer quedó claro: Blanco y Giovani, a los que precipitadamente se ha colgado la etiqueta de “cracks”, están muy lejos de serlo. Sus apariciones en el partido de ayer fueron demasiado esporádicas; su peso específico en el resultado --el pase de Cuauhtémoc que Castro acomodó para conseguir el 1-1--, mínimo.
Guardado, otro de los jugadores supuestamente desequilibrantes, esta vez fue intrascendente.
Los goles de la victoria mexicana, así, fueron dos chispazos individuales que no estaban en el script: el zapatazo de Castro, letal, en el primer gol, y la penetración fulgurante de Juárez, estupendamente resuelta con el toque de control y la media vuelta implacable de Sabah, en el segundo.
*
Colofón: se ganó una batalla... pero la guerra continúa.
La victoria de México sobre Estados Unidos, ayer en el Estadio Azteca, ni asegura el boleto para el Mundial del año próximo en Sudáfrica, ni garantiza que vaya a conseguirse. Tampoco reconcilia a los tricolores con sus antiguos diplomas de “El Coloso del Norte”, al menos en materia de futbol...
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Así y todo, el resultado amerita, a todas luces, el elogio.
Por una parte, el triunfo reanima considerablemente las posibilidades de que México, después de los titubeos de la primera vuelta del hexagonal de la Concacaf, se meta de lleno a la lucha por la clasificación. Primero, porque numéricamente alimenta sus perspectivas. Segundo, porque es estimulante ganar --y ganar bien, sobre todo-- a un rival que sistemáticamente le venía poniendo el pie en el pecho. Tercero, porque alerta al resto de los competidores: “¡Atención, señores, que el gigante --permítase, por esta vez, aunque sea como licencia literaria, la jactancia-- ya despertó...!”.
Por la otra, la victoria de ayer no se limitó a ser --como ocasionalmente ocurre en el deporte-- un accidente del futbol. La victoria de ayer fue la consecuencia lógica de un buen comportamiento de la Selección Mexicana.
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Por supuesto, hablar de una actuación deslumbrante del “Tri” sería faltar a la verdad... No fue el caso. No podía serlo, un poco porque los norteamericanos ya no se chupan el dedo en materia de futbol y porque desde hace varios años juegan contra México sin complejos..., y otro poco porque el futbol mexicano no está sobrado de talentos futbolísticos, ni mucho menos.
Ayer quedó claro: Blanco y Giovani, a los que precipitadamente se ha colgado la etiqueta de “cracks”, están muy lejos de serlo. Sus apariciones en el partido de ayer fueron demasiado esporádicas; su peso específico en el resultado --el pase de Cuauhtémoc que Castro acomodó para conseguir el 1-1--, mínimo.
Guardado, otro de los jugadores supuestamente desequilibrantes, esta vez fue intrascendente.
Los goles de la victoria mexicana, así, fueron dos chispazos individuales que no estaban en el script: el zapatazo de Castro, letal, en el primer gol, y la penetración fulgurante de Juárez, estupendamente resuelta con el toque de control y la media vuelta implacable de Sabah, en el segundo.
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Colofón: se ganó una batalla... pero la guerra continúa.