Deportes
* Maradona
A propósito por Jaime García Elías
GUADALAJARA, JALISCO.- La versión de que Diego Maradona sería candidato a recoger el arpa de técnico nacional en Argentina, que Alfio Basile arrojó hasta donde le alcanzó el brazo a raíz de la reciente derrota ante Chile dentro de la eliminatoria sudamericana rumbo al Mundial del 2010, tenía, de inicio, más visos de ocurrencia, “charra” o “puntada” que de idea en toda la extensión de la palabra.
Porque el historial de Diego como entrenador se reduce a un par de intentonas fugaces y fallidas, por no decir que desastrosas, hace varios años, con Mandiyú de Corrientes y Racing --a los que sacó de terapia intensiva... para mandarlos a la tumba--, la ocurrencia de incluirlo en la lista de candidatos a dirigir a una de las cinco selecciones nacionales más importantes del mundo, se antojaba tan estrafalaria como hubiera sido, por ejemplo, la de designar para el cargo al ex presidente Carlos Ménem, a quien aún se recuerda por su desbordante afición --rayana, a veces, en lo ridículo-- a encasquetarse cuanto disfraz le pusieran enfrente.
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Sin entrar en el odioso terreno de las comparaciones, Maradona, como futbolista, fue un “crack”. Eso es indiscutible... Ahora bien: aunque haber sido un buen futbolista ayuda para ser un buen técnico, la regla es que difícilmente los “cracks” consiguen sobresalir como entrenadores.
La explicación parece lógica: el “crack” es intuitivo; el director técnico es reflexivo. El fenómeno de las canchas despliega, por instinto, sus genialidades. Pero como el genio no se contagia a quienes rodean a quien lo tiene, ni Di Stéfano, ni Pelé, ni Platini, ni ninguno de los futbolistas que, como tales, han llegado a la cima del reconocimiento universal, ha conseguido, en cambio, siquiera un éxito moderado como timonel.
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Diego, por lo demás, es el muchacho surgido de las villas-miseria, tocado por el dedo de Dios --digámoslo así-- con el don del futbol. Pero como su habilidad como jugador, a despecho de sus limitaciones (algunas de ellas escandalosas) como ser humano, le permitió driblar, en las canchas de la vida, los libros, el estudio, el desarrollo del intelecto, la preparación en otros terrenos, parece ilusorio suponer que la idolatría enfermiza que suscita entre muchos de sus paisanos y el liderazgo que seguramente tendría entre los jugadores --varios de los cuales entre los mejores del mundo--, pudieran ser prendas del éxito de su gestión.
Porque el historial de Diego como entrenador se reduce a un par de intentonas fugaces y fallidas, por no decir que desastrosas, hace varios años, con Mandiyú de Corrientes y Racing --a los que sacó de terapia intensiva... para mandarlos a la tumba--, la ocurrencia de incluirlo en la lista de candidatos a dirigir a una de las cinco selecciones nacionales más importantes del mundo, se antojaba tan estrafalaria como hubiera sido, por ejemplo, la de designar para el cargo al ex presidente Carlos Ménem, a quien aún se recuerda por su desbordante afición --rayana, a veces, en lo ridículo-- a encasquetarse cuanto disfraz le pusieran enfrente.
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Sin entrar en el odioso terreno de las comparaciones, Maradona, como futbolista, fue un “crack”. Eso es indiscutible... Ahora bien: aunque haber sido un buen futbolista ayuda para ser un buen técnico, la regla es que difícilmente los “cracks” consiguen sobresalir como entrenadores.
La explicación parece lógica: el “crack” es intuitivo; el director técnico es reflexivo. El fenómeno de las canchas despliega, por instinto, sus genialidades. Pero como el genio no se contagia a quienes rodean a quien lo tiene, ni Di Stéfano, ni Pelé, ni Platini, ni ninguno de los futbolistas que, como tales, han llegado a la cima del reconocimiento universal, ha conseguido, en cambio, siquiera un éxito moderado como timonel.
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Diego, por lo demás, es el muchacho surgido de las villas-miseria, tocado por el dedo de Dios --digámoslo así-- con el don del futbol. Pero como su habilidad como jugador, a despecho de sus limitaciones (algunas de ellas escandalosas) como ser humano, le permitió driblar, en las canchas de la vida, los libros, el estudio, el desarrollo del intelecto, la preparación en otros terrenos, parece ilusorio suponer que la idolatría enfermiza que suscita entre muchos de sus paisanos y el liderazgo que seguramente tendría entre los jugadores --varios de los cuales entre los mejores del mundo--, pudieran ser prendas del éxito de su gestión.