Deportes

* Magia

A Própósito por Jaime García Elías

El marcador de un partido de futbol (España 0, Estados Unidos 2, por ejemplo), no explica nada. Se limita a consignar... Así, los argumentos de los cronistas, muy estimables, muy doctos, valen como literatura. El marcador, en cambio, es lo único que pasa a la historia.

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Dicen los testigos de “la campanada del año” que España cobró 17 tiros de esquina. Destacan que sus jugadores hicieron 29 disparos a gol durante el partido: a razón, pues de un tiro cada tres minutos. Apuntan que sólo ocho de ellos iban al marco. Subrayan que cuando fue así, Howard, el  arquero estadounidense, justificó con creces su presencia en la alineación.

Por el otro lado, las crónicas (modelo de crónicas, por cierto: sobrias, objetivas, analíticas...) reparan en las imperfecciones que acusó esta vez una escuadra que ha llegado a la cima del mundo del futbol a fuerza de sumar resultados: malos controles, pases erráticos, desatenciones... Faltaría decir: pecados mortales en el área propia; pocos, tal vez; suficientes, empero, para que se pagaran con la doble penitencia de los goles... y la derrota. Una derrota que se limitaría a ser anécdota si no hubiera cortado la racha espectacular de los ibéricos, y frustrado el “duelo en la cumbre” que se antojaba como el corolario ideal de esta Copa Confederaciones, ante Brasil.

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En compensación, al margen del orden, la disciplina y la aplicación, se explica la evolución de la representación estadounidense: su espina dorsal está integrada por jugadores que militan en equipos europeos. Conclusión: a esa escuadra le ha crecido el colmillo; ha perdido su añeja ingenuidad... El norteamericano --concuerdan los relatos-- ya es un futbol adulto.
(Moraleja obligada: ¡ojo, México...!).

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Hoy, es probable que haya elogios similares para Sudáfrica. La historia consignará que Brasil es el otro finalista de la Copa Confederaciones. Las crónicas,
en tanto, destacarán que el tesón, el esfuerzo, la dinámica, la idea futbolística de los sudafricanos, fue el antídoto para la magia de los brasileños. Que se necesitó de un toque de magia --el tiro libre de Alves, magistral, al ángulo del portero-- para que la lógica empatara su eterno partido ante la sorpresa.

(Un 2-0 a favor de la sorpresa, la verdad, hubiera sido demasiado. Un aviso, casi, de que el Anticristo está por nacer... y de que el fin de los tiempos ya está a la vuelta de la esquina).

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