Deportes
* Los de negro
A propósito por Jaime García Elías
La predisposición con respecto al peso específico que han tenido en lo que va de la “liguilla” y al que eventualmente pudieran tener “los arbitrajes” en el inminente desenlace del Torneo de Apertura, se queda, por fortuna, en el nivel de algunos dirigentes, de uno que otro técnico y ocasionalmente de tal o cual jugador. Casi todo se circunscribe a declaraciones viscerales, “razonadas” con el hígado, emitidas al calor de la frustración por descalabros cuya trascendencia fue mayor a la ordinaria.
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Esa obsesión por ver moros con tranchete, por ver en los silbantes a bribones, chapuceros, asaltantes a los que se paga para que le tuerzan el cuello al cisne de la justicia del deporte; para que cambien la historia “sobre pedido”; para que escamoteen las victorias a quienes las obtienen de manera legítima y las entreguen a quienes pueden pagar por ellas “a precio de moneda”, no alcanza a trascender --al menos hasta donde alcanza a percibirse-- hasta el nivel del aficionado común.
Este último --con las inevitables excepciones que confirman la regla, desde luego-- es lo suficientemente razonable para entender que el error va de la mano con todo lo que el hombre intenta. Es, también, lo suficientemente noble para aceptar la premisa de la honestidad profesional de los mortales llamados a ejercer como jueces en las contiendas entre los dioses de los estadios. Es, además, lo suficientemente inteligente para percatarse de que quienes pretenden erigirse, desde los medios de comunicación, en “jueces de los jueces”, actúan, muchas veces, con premeditación, alevosía y ventaja: lo primero, porque parten del presupuesto de la incompetencia o la deshonestidad de los silbantes; lo segundo, porque pegan a traición y sobre seguro, ya que los blancos de sus “críticas” no tienen la mínima oportunidad de defenderse; y lo tercero, porque ellos pueden observar varias veces, desde diversos ángulos y con la posibilidad de intercambiar opiniones con otros “expertos”, las jugadas clave, las discutibles, las que terminan siendo determinantes en un resultado: una posibilidad que los silbantes --obligados por el reglamento a sentenciar en fracciones de segundo-- no tienen.
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Lo grotesco del caso es que muchos de los actuales “críticos del arbitraje” también hayan sido árbitros... algunos de ellos tan falibles y tan imperfectos como los silbantes a los que, desprovistos de toda autoridad moral para ello, ahora exhiben, vejan y humillan.
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Esa obsesión por ver moros con tranchete, por ver en los silbantes a bribones, chapuceros, asaltantes a los que se paga para que le tuerzan el cuello al cisne de la justicia del deporte; para que cambien la historia “sobre pedido”; para que escamoteen las victorias a quienes las obtienen de manera legítima y las entreguen a quienes pueden pagar por ellas “a precio de moneda”, no alcanza a trascender --al menos hasta donde alcanza a percibirse-- hasta el nivel del aficionado común.
Este último --con las inevitables excepciones que confirman la regla, desde luego-- es lo suficientemente razonable para entender que el error va de la mano con todo lo que el hombre intenta. Es, también, lo suficientemente noble para aceptar la premisa de la honestidad profesional de los mortales llamados a ejercer como jueces en las contiendas entre los dioses de los estadios. Es, además, lo suficientemente inteligente para percatarse de que quienes pretenden erigirse, desde los medios de comunicación, en “jueces de los jueces”, actúan, muchas veces, con premeditación, alevosía y ventaja: lo primero, porque parten del presupuesto de la incompetencia o la deshonestidad de los silbantes; lo segundo, porque pegan a traición y sobre seguro, ya que los blancos de sus “críticas” no tienen la mínima oportunidad de defenderse; y lo tercero, porque ellos pueden observar varias veces, desde diversos ángulos y con la posibilidad de intercambiar opiniones con otros “expertos”, las jugadas clave, las discutibles, las que terminan siendo determinantes en un resultado: una posibilidad que los silbantes --obligados por el reglamento a sentenciar en fracciones de segundo-- no tienen.
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Lo grotesco del caso es que muchos de los actuales “críticos del arbitraje” también hayan sido árbitros... algunos de ellos tan falibles y tan imperfectos como los silbantes a los que, desprovistos de toda autoridad moral para ello, ahora exhiben, vejan y humillan.