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* Llaneros

A propósito por Jaime García Elías

El Atlas, que no sabía ganar, ya ganó. El Guadalajara, que parecía invencible hasta el punto de que algunas voces pedían que se le vistiera de verde y tomara el lugar de la Selección Nacional en la eliminatoria mundialista, ya perdió; y lo hizo, para mayor inri, exhibiendo serias imperfecciones en todas sus líneas, ante un equipo que estaba peleado con la victoria...

En cuanto a los “Tecos”, acusaron —esta vez para bien— la irregularidad característica de la generalidad de los equipos mexicanos: si una semana antes fueron terminaron perdiendo que ganaban ante el Monterrey, como locales, esta vez volvieron a arruinar los pronósticos al vencer, como visitantes, al Necaxa.

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Por cuanto rompió el maleficio de las cuatro jornadas iniciales del certamen, el triunfo del Atlas amerita la celebración. No así el desempeño del equipo, cuyo único acierto fue trazar, a los dos minutos de juego, una jugada de contragolpe y resolverla —por conducto de Gonzalo Vargas— con el gol.

El resto fue condenar a sus simpatizantes al sufrimiento: defender, a pesar de las pifias continuas del “Tabla” Hernández en el marco y del desorden sistemático del cuadro bajo, a base de un recurso tan añejo como riesgoso: amontonarse allá atrás, y replicar al más puro estilo llanero: a base de pelotazos.

En la semana se planteó el dilema entre tratar de jugar bien y buscar los resultados de cualquier manera. El sábado, frente a un Atlante que tuvo un aceptable comportamiento futbolístico pero careció de definición —el tridente sudamericano de Pereyra, Maldonado y Rey se contagió, por lo visto, del síndrome del ataque mexicano—, el triunfo fue más hijo de la fortuna que de la lógica.

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A las “Chivas”, ayer, las desnudó el Santos Laguna. La supuesta “defensiva ideal” de los rayados evidenció, a despecho de los nombres —Báez, Galindo, Reynoso, el reaparecido Magallón y Solís—, particularmente en la acción  que culminó con el segundo gol coahuilense, que carece del aglutinante por excelencia: el tiempo.

En el departamento ofensivo, la inoperancia del ataque en los minutos finales quedó más que demostrada con el hecho de que Borgetti se fuera absolutamente inédito. No porque él fallara, como sucedió una semana antes, sino porque falló todo el sistema: cuando un equipo dispone de rematadores, los abastacedores tienen que esmerarse en mandar centros; no vulgares e intrascendentes “ollazos”, como ocurrió ayer.

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