Deportes

* Histerismo

A Propósito, por Jaime García Elías

Por favor, sin histerismos...
México fue —tiempo pretérito—, futbolísticamente hablando, “El Gigante de la Concacaf”. Fue, también, el “Rey Tuerto en Tierra de Ciegos”. Fue el gallito del corral porque era el país cuyo futbol había conseguido el mayor desarrollo en su zona geográfica. Y se explicaba: por un lado, los países de Centroamérica y el Caribe son mucho más pequeños; por el otro, Estados Unidos, con su extraordinario potencial económico, orientaba el gusto de sus nacionales por los deportes, hacia los que ellos mismos inventaron: el basquetbol, el beisbol y el futbol americano. Los calendarios de competencia de esos deportes, por lo demás, les cubrían prácticamente todo el año. No había espacio, por tanto, para el “soccer”, como lo llaman ellos.

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Cambiaron los tiempos. Cambiaron cuando advirtieron que el “soccer”, en el mundo, era incomparablemente más popular que sus deportes criollos...
Decidieron, pues, sembrar en la unión americana la semilla del futbol: fue en la década de los setentas, cuando crearon varias franquicias, las dividieron en dos ligas e importaron a figuras en el ocaso de su carrera pero aún en la cima de su popularidad. Así, Pelé, Beckenbauer, Chinaglia y otras luminarias, se convirtieron en los “padres fundadores” de esa empresa. Y los frutos están a la vista.

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De histerismos (“estados pasajeros de excitación nerviosa, producidos a consecuencia de situaciones anómalas”) pueden calificarse, en general, las reacciones por el descalabro de la Selección Mexicana en el partido de ensayo ante Suecia, la noche del miércoles... y, sobre todo, por el temor de que se pierda el partido inicial de la ronda eliminatoria para el Mundial ante Estados Unidos, el próximo 11 de febrero.

Puesto que la superioridad de México sobre Estados Unidos, en esta materia, es cosa del pasado, y puesto que Estados Unidos ejerce una hegemonía casi absoluta sobre el “Tri” de unos años a la fecha, hay que reconocerlo: lo anormal, lo ilógico y lo anómalo sería que México ganara ese partido. Y como visitante, mucho menos.

Lo sensato, en consecuencia, es poner los pies sobre la tierra: aspirar a ganar la guerra de la clasificación —para la que hay disponibles tres boletos directos y uno por la vía del repechaje—... sin parar mientes en dar por perdida de una buena vez la batalla contra los estadounidenses.

(“Ya no la pidamos con chongo”, recomendarían, sapientísimas, nuestras abuelas).

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