Deportes

* Hay castas

A propósito, por Jaime García Elías

Dos minutos fueron suficientes para que el fantasma de la posible sorpresa se disipara. Cuando el tiro de Guardado --con todas las agravantes de ley-- rebasó a la barrera, superó el lance de Rockets, guardameta jamaicano, y se metió pegado al poste izquierdo, entre los cien mil espectadores reunidos en el Estadio Azteca y los millones desparramados por todo el país, surgió una sola incógnita: si el “Tri” sería capaz de masacrar a un adversario notoriamente inferior en lo técnico, en lo táctico y aun en lo físico --sólo en el aspecto atlético parecían tener con qué defenderse los caribeños--, o si se limitaría a ganar con claridad: sin dejar el mínimo resquicio para la duda sobre la legitimidad de la victoria.

Al final de cuentas, sucedió esto último.

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Porque aquí, en la eliminatoria mundialista, a diferencia del lema --en desuso ya, por obsoleto-- del Barón de Coubertin, lo importante sí es ganar y no sólo competir, se cumplió en la medida en que se hizo la tarea: se ganó un partido que había obligación de ganar --porque se jugó en casa... y porque sigue siendo verdad axiomática que en este negocio “aún hay castas”--; se acrecentó a seis la cosecha de puntos, y se dejó constancia de que en el grupo en que le tocó cumplir la primera etapa clasificatoria, no hay quien le tosa a México en las narices.

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Si se repara en que la contundencia de los mexicanos estuvo a tono con las oportunidades nítidas que plantearon, habrá que reconocer que el rival hizo la tarea; no porque sacara lo que convencionalmente se conoce como “un buen resultado” --el empate, al menos--, sino por el simple hecho de no llevarse del Azteca una goleada de escándalo...

Aunque los “expertos” aconsejaban “ahogar” al adversario, los hechos demostraron que invitarlos a salir, a atacar esporádicamente, era lo más recomendable: primero, para obligarlos a abrir espacios atrás; segundo, para cansarlos. Y aunque los susodichos dedicaron generosas dosis de saliva perfumada a encomiar la belleza de partido que sería si a Cuauhtémoc Blanco se le dieran minutos para aportar el talento que embelesa a sus incondicionales, los hechos volvieron a probar que cuando ya no hay piernas para sostenerlo físicamente, no hay --por más que se desgañiten algunos-- talento futbolístico que pueda manifestarse sobre la cancha.

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