Deportes
* “Grosera”
A propósito por Jaime García Elías
Dentro de una semana, cuando haya culminado el capítulo que falta --el doble duelo entre Cruz Azul y Monterrey-- y se haya escrito la página aún pendiente de la historia del Torneo de Apertura, y en el futuro, cuando la que hoy es historia en vías de escribirse pase a ser estadística, sólo los memoriosos recordarán las anécdotas que ahora parecen ser más importantes que la sustancia de estos episodios: la pifia de Héctor Mancilla frente al arquero del Monterrey en el partido de ayer en “La Bombonera”, y la mano de Joel Huiqui en el área del Cruz Azul, en el encuentro del sábado ante el Morelia.
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Una y otra son expresiones del factor humano, que hacen imprevisible --y, por lo mismo, peculiar-- al deporte. Mancilla ha acertado en lances mucho más difíciles que el de ayer. Héctor, ayer, mostró la otra faceta de su propia naturaleza.
Y como ningún compañero suyo “cerró la pinza” --para utilizar la añeja metáfora-- a sus espaldas, con lo que su pifia hubiera sido calificada, tal vez, como “genialidad”, el epílogo del episodio fue un resultado (1-1) que deja al Toluca, otra vez, la frustración de haber sido líder de la clasificación general... pero no el campeón.
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En la mano de Huiqui --calificada reiterativamente de “grosera” por los “expertos”--, valdría la pena hacer, por lo menos, tres apuntes:
1.- El análisis no incluyó la posición en que estaba el árbitro ni incorporó ningún elemento de juicio que permita determinar si advirtió la supuesta falta.
2.- El silbante, al parecer, sancionó una falta previa de algún atacante del Morelia: una falta que los “expertos” no advirtieron, como lo demuestra el comentario, en primera instancia, de uno de ellos: “Marcó ‘amontonamiento’”.
3.- El clamor en el sentido de que la mano de Huiqui ameritaba tanto sanción técnica (penalty) como disciplinaria (expulsión), por quebrantar la regla y por haber privado al adversario, de manera “ilícita”, de una situación manifiesta de gol, no surgió espontáneamente y sí después de que las repeticiones --especialmente la segunda y la tercera, aportadas por cámaras ubicadas en el lugar ideal para captar el lance-- hicieron “evidente”, primero; “escandaloso”, después, y “grosero”, finalmente, lo que posiblemente el árbitro no advirtió... o, peor aún, sucedió tras haber sancionado algo que a las vacas sagradas de este negocio les pasó de noche.
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Una y otra son expresiones del factor humano, que hacen imprevisible --y, por lo mismo, peculiar-- al deporte. Mancilla ha acertado en lances mucho más difíciles que el de ayer. Héctor, ayer, mostró la otra faceta de su propia naturaleza.
Y como ningún compañero suyo “cerró la pinza” --para utilizar la añeja metáfora-- a sus espaldas, con lo que su pifia hubiera sido calificada, tal vez, como “genialidad”, el epílogo del episodio fue un resultado (1-1) que deja al Toluca, otra vez, la frustración de haber sido líder de la clasificación general... pero no el campeón.
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En la mano de Huiqui --calificada reiterativamente de “grosera” por los “expertos”--, valdría la pena hacer, por lo menos, tres apuntes:
1.- El análisis no incluyó la posición en que estaba el árbitro ni incorporó ningún elemento de juicio que permita determinar si advirtió la supuesta falta.
2.- El silbante, al parecer, sancionó una falta previa de algún atacante del Morelia: una falta que los “expertos” no advirtieron, como lo demuestra el comentario, en primera instancia, de uno de ellos: “Marcó ‘amontonamiento’”.
3.- El clamor en el sentido de que la mano de Huiqui ameritaba tanto sanción técnica (penalty) como disciplinaria (expulsión), por quebrantar la regla y por haber privado al adversario, de manera “ilícita”, de una situación manifiesta de gol, no surgió espontáneamente y sí después de que las repeticiones --especialmente la segunda y la tercera, aportadas por cámaras ubicadas en el lugar ideal para captar el lance-- hicieron “evidente”, primero; “escandaloso”, después, y “grosero”, finalmente, lo que posiblemente el árbitro no advirtió... o, peor aún, sucedió tras haber sancionado algo que a las vacas sagradas de este negocio les pasó de noche.