Deportes

* Fuera máscaras

A propósito por Jaime García Elías

La ventaja de que ningún equipo de Guadalajara haya sido capaz de saltar del amplio círculo de “los llamados” --como los denomina el evangelio-- al mucho más reducido de “los escogidos”, estriba en que todavía hoy, antes de que empiece el campeonato propiamente dicho, puede hablarse de otras cosas...
Por ejemplo --aunque pudiera pensarse que “Ya chole...”--, de la trifulca del sábado pasado en el Estadio Jalisco.

*

Por principio de cuentas, la violencia no es inherente al futbol. Por supuesto, al ser un deporte que (a diferencia del voleibol, el tenis o el golf, por ejemplos) lleva implícito el contacto físico entre los contendientes, las mismas características del deporte propician golpes, voluntarios o involuntarios. Sin embargo, la presencia del árbitro y la aplicación de las sanciones previstas en las Reglas del Juego, moderan --en teoría, al menos-- la enjundia desmedida, la agresividad extrema e incluso la deslealtad deliberada de los jugadores. Las sanciones, técnicas y disciplinarias, cumplen con la misma función disuasiva que pretenden cumplir, en ámbitos más amplios de la sociedad, las leyes penales: castigar a los infractores, para escarmiento de los potenciales imitadores.
La violencia en los estadios se ha convertido en un signo de los tiempos modernos. El hecho de que la violencia --con saldos trágicos, muchas veces-- aflore lo mismo en países tercermundistas (Argentina, Brasil, México...) que en primermundistas (Holanda, Alemania, Italia...), es un síntoma de que el futbol ha perdido su inocencia original. La victoria y la derrota alcanzan, actualmente, muchas veces para mal, dimensiones que trascienden el ámbito estrictamente deportivo.

*

Una vez que se sancionó con penas ridículas, desproporcionadamente inferiores a la gravedad de su conducta, a los “barristas” del Atlas, y que se colocaron sendas aureolas de mártires a los policías, como si sólo hubieran sido agredidos y nunca agresores, es ingenuo pretender que los protagonistas de la gresca se dividan en dos grupos; a saber: buenos y malos; inocentes y culpables...
Fuera máscaras: ahí nadie se salva. Tan cobardes fueron las turbas de “barristas” que “montonearon” a los policías, como canallas y cobardes fueron los policías que recularon... y regresaron con refuerzos.
Tanto los clubes --el Atlas, en el caso-- como la autoridad municipal, pues, tienen, escandalosamente, para escarnio social, suspendida por tiempo indefinido (hasta que no tomen medidas para asegurar que esos episodios no se repitan) una materia: civismo.

Temas

Sigue navegando