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* Eriksson

A Propósito, por Jaime García Elías

Hay una sola manera de zanjar con dignidad el diferendo, que ya existía pero se agudizó notablemente en el curso de la semana, con respecto a la inclusión de cuatro jugadores mexicanos por naturalización, en la Selección Nacional que el miércoles sostendrá un encuentro amistoso --preparatorio para el de la eliminatoria mundialista ante Estados Unidos-- contra su similar de Suecia: hacer innecesaria su presencia; demostrarle al técnico nacional, Sven-Goran Eriksson, que los jugadores nativos son mejores que los “mercenarios”, como despectivamente los llaman algunos defensores encendidos del patrioterismo a ultranza.

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Eriksson, por cierto, es el enésimo entrenador no mexicano que se hace cargo de la Selección Nacional...

La lista es larga. Comienza en el Mundial de 1930, con Juan Luqué de Serrallonga. Sin perjuicio de que algún nombre se oculte en los polvorientos rincones del desván de la memoria, incluye a Antonio López Herranz, Alejandro Scopelli, Árpad Fékete, Bora Milutinovic (este último, además, reincidente) y Ricardo La Volpe.

Eriksson, en todo caso, se distingue de sus congéneres en que hasta antes de su contratación no había tenido ninguna vinculación con el futbol mexicano. Se le fue a buscar a Europa por su prestigio, ante todo..., pero principalmente porque se decidió que ninguno de los técnicos que ejercen en México tenía la  estatura profesional ni llenaba el perfil que se requería después de las tormentosas “eras” de La Volpe y Hugo Sánchez.

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En esa tesitura, hay que aceptar que Eriksson se ha desempeñado con estricto rigor profesional. Ha visitado todos los estadios del país. Ha visto a todos los equipos. Se ha preocupado por enriquecer su bagaje de elementos de juicio con respecto al material humano de que puede disponer, como técnico nacional, mediante asesorías y mediante la observación directa...

Sostuvo como titulares a jugadores como Vela y Giovani, de quienes supuso que, por proceder del futbol europeo, tendrían una estatura futbolística mayor a la de quienes aquí se han quedado. Les retiró la jerarquía porque ellos mismos demostraron, sobre la cancha, a punta de sumar calificaciones reprobatorias --para no hablar de las cuchufletas de los aficionados, desencantados por el desempeño de los aludidos-- en los exámenes a que fueron sometidos, que la responsabilidad era excesiva para sus aún enclenques espaldas.
Eriksson, en pocas palabras, está haciendo lo que haría, en su lugar, cualquier persona inteligente: llamar a los más confiables. Punto. 

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