Deportes
* Epílogo
A propósito por Jaime García Elías
El último capítulo de la comedia de enredos que durante varias semanas protagonizaron Ramón Morales (en la esquina de los técnicos) y la directiva del Guadalajara (en la de los rudos, obviamente), se resolvió como era previsible: con un acuerdo que permitiera poner punto final a un compromiso que ya resultaba insostenible.
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Desde la perspectiva del aficionado común --predispuesto a ver al jugador como “El Muchacho” y a los dirigentes como “Los Malos” de la película--, los actuales dueños del juguete “atropellaron”, “vejaron” y “faltaron al respeto” a la trayectoria del jugador...
Incapaz de analizar objetivamente el desempeño del futbolista --especialmente cuando éste alcanza la jerarquía de ídolo--, el “hincha” (como ahora, muy a la usanza argentina, se les llama) no comparte el criterio del técnico que advierte que a un jugador ya se le acabaron las piernas, ni tiene los elementos necesarios para ponderar argumentos fundamentales, de carácter disciplinario o financiero.
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Un jugador con sus facultades en declive, tiende a defenderse con la lengua. No necesariamente es el caso de Ramón, pero el futbolista que pierde la jerarquía de titular, con mucha frecuencia genera un ambiente malsano en el grupo; aprovecha su ascendiente moral para poner al equipo contra el técnico.
Por otra parte, un jugador que cobra como estrella, está obligado a jugar como tal: a alinear con regularidad y a tener actuaciones sobresalientes; en la medida en que se limita a cumplir, a pasar lista de asistencia y a nadar “de muertito”, pasa a ser uno del montón. Se comprende, cuando eso sucede, cuando es evidente que ya no hay relación entre el salario y el rendimiento de un futbolista, que los dirigentes se sientan defraudados.
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Al margen de que se cumpla o no el anuncio --es decir, el buen deseo-- de Ramón, de que se tomará un semestre sabático y de que espera reanudar su carrera al término del mismo, el episodio ilustra, por una parte, la facilidad con que los dueños del juguete, en plena borrachera de los triunfos, sobrevaloran a los jugadores y los benefician con contratos de los que luego se escandalizan. (“Ponen ‘El Coco’ y luego le tienen miedo”, pues). E ilustra, por la otra, la escasísima autocrítica de los jugadores, reacios a captar los avisos que les da la cancha, de que ya llegaron, muy a su pesar, al final del camino...
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Desde la perspectiva del aficionado común --predispuesto a ver al jugador como “El Muchacho” y a los dirigentes como “Los Malos” de la película--, los actuales dueños del juguete “atropellaron”, “vejaron” y “faltaron al respeto” a la trayectoria del jugador...
Incapaz de analizar objetivamente el desempeño del futbolista --especialmente cuando éste alcanza la jerarquía de ídolo--, el “hincha” (como ahora, muy a la usanza argentina, se les llama) no comparte el criterio del técnico que advierte que a un jugador ya se le acabaron las piernas, ni tiene los elementos necesarios para ponderar argumentos fundamentales, de carácter disciplinario o financiero.
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Un jugador con sus facultades en declive, tiende a defenderse con la lengua. No necesariamente es el caso de Ramón, pero el futbolista que pierde la jerarquía de titular, con mucha frecuencia genera un ambiente malsano en el grupo; aprovecha su ascendiente moral para poner al equipo contra el técnico.
Por otra parte, un jugador que cobra como estrella, está obligado a jugar como tal: a alinear con regularidad y a tener actuaciones sobresalientes; en la medida en que se limita a cumplir, a pasar lista de asistencia y a nadar “de muertito”, pasa a ser uno del montón. Se comprende, cuando eso sucede, cuando es evidente que ya no hay relación entre el salario y el rendimiento de un futbolista, que los dirigentes se sientan defraudados.
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Al margen de que se cumpla o no el anuncio --es decir, el buen deseo-- de Ramón, de que se tomará un semestre sabático y de que espera reanudar su carrera al término del mismo, el episodio ilustra, por una parte, la facilidad con que los dueños del juguete, en plena borrachera de los triunfos, sobrevaloran a los jugadores y los benefician con contratos de los que luego se escandalizan. (“Ponen ‘El Coco’ y luego le tienen miedo”, pues). E ilustra, por la otra, la escasísima autocrítica de los jugadores, reacios a captar los avisos que les da la cancha, de que ya llegaron, muy a su pesar, al final del camino...