Deportes

* “Día D”

A propósito por Jaime Elías García

El “Clásico” Atlas-Guadalajara del próximo fin de semana en el Estadio Jalisco puede ser el “Día D” para los dos equipos...

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Puesto que el destino los colocó en el mismo grupo en que el Toluca ya aseguró el boleto para la “liguilla” y en que el San Luis comparte con rojinegros y rojiblancos el anhelo de avanzar a la etapa de las definiciones, y puesto que —aunque den ganas de hacerlo— es imposible declarar desierto el segundo lugar de ese pelotón, se entiende que cualquiera de los tres, en efecto, estará, casi sin proponérselo, en el selecto grupo de los supuestos aspirantes al título.
Sin embargo...

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Sin embargo, aunque es verdad que ha habido equipos que han llegado a la “liguilla” menos por merecimientos que merced a las peculiaridades del sistema de competencia vigente en México, y a la hora de los mameyes se han erigido en los dueños de la fiesta (los “Pumas” en el precedente Torneo de Apertura, sin ir más lejos), también es cierto que ni Guadalajara ni Atlas han mostrado argumentos futbolísticos para responder al compromiso que representa participar en el verdadero campeonato.

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Los culpables oficiales de la actual mediocridad de ambos equipos, en el aspecto futbolístico, son los técnicos. Es la regla: “Si un equipo se muere, el técnico es el culpable”...
Empero, hasta en eso hay grados. Ricardo La Volpe, por ejemplo, es mucho más responsable de lo que pasa con el Atlas, que Raúl Arias de lo que sucede con el Guadalajara.

La Volpe llegó al Atlas porque se conjuntaron dos factores: la aclamación de los “barristas” —que lo han convertido en un mito—... y la pusilanimidad de sus dirigentes. Esto último lo mantiene con vida, a pesar de que ni el desempeño del equipo es promisorio ni su rendimiento es convincente: nada que ver con el equipo “protagonista” que prometió el técnico cuando calificó de idóneos a sus “refuerzos”. Arias, en cambio, fue llamado al Guadalajara como “bombero”, cuando quedó claro que haber puesto el equipo en manos de un aprendiz, como Paco Ramírez, fue una ocurrencia reñida con la lógica; una puntada que sólo por casualidad podía dar los resultados apetecidos.

Hoy, el Caín y el Abel del futbol tapatío —usted, lector, asigne los roles— se parecen en que, al margen de su ostensible mediocridad futbolística, son dos equipos sin alma.

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