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* “De limosna”

A propósito por Jaime García Elías

En un aspecto, al menos, mejoró el Guadalajara...

Sin que el ingreso de Omar Arellano padre al puente de mando se tradujera, ipso facto, en una metamorfosis espectacular, ni mucho menos, la incorporación del “Chícharo” Hernández en el cuadro titular, como acompañante del “Venado” Medina y Omar Arellano hijo, implica una promesa interesante. Si, independientemente de la velocidad de los tres, hay el trabajo de cancha necesario para que ese trío realice los trazos y movimientos adecuados para explotar su virtud más notoria, y si, por otra parte, la suerte colabora, evitando que las lesiones impidan la continuidad que se requiere, ahí hay, en estado embrionario, una línea ofensiva que puede desquiciar a más de cuatro.

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En el primer tiempo del partido ante el San Luis, sobre todo, hubo destellos de lo que puede esperarse de esa tripleta. Entre ellos, el gol con que se escribiría la historia: penetración punzante de Omar, centro medido y cabezazo rotundo del nieto de un especialista en la suerte suprema del futbol por esa vía: Tomás Balcázar.

En compensación, las “Chivas” del segundo tiempo se significaron, principalmente, por el conformismo. Su obsesión, en ese lapso, consistió en evitar que el San Luis se armara. Lo consiguieron al precio de renunciar al segundo gol... y de desperdiciar dos cambios: el de Ávila por Arellano, y, once minutos después, el de Esparza por Ávila.

Lo único rescatable, así, fue la victoria, sin la actitud o el futbol que prometa, en la recta final de la etapa clasificatoria, los resultados necesarios —ante Atlante, América, Pumas, Puebla e Indios, en ese orden— para desbancar del subliderato del “Grupo de la Muerte” a un América que tendrá como rivales, entre otros, a Indios, Tecos y Necaxa.

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El Atlas, en tanto, pasó, en Monterrey, de lo sublime a lo ridículo. Primero toma ventaja de dos goles en el marcador y de dos hombres en la cancha —por las expulsiones de Baloy y Suazo—, como visitante y en una aduana complicada. Después deja la iniciativa al adversario, es incapaz de evidenciar la superioridad numérica... y —fiel a su espejo diario, de equipo gitano donde los haya— se deja empatar en los minutos finales.

Los rojinegros dirían, si conocieran la anécdota, como “Titi”, un antiguo compañero de Pelé en el Santos de Brasil:

—Es que no nos gustan los triunfos de limosna...

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