Deportes
* “Carambola hecha”
A propósito por Jaime García Elías
“Este arroz ya se coció...”.
En teoría, al menos, el Toluca ya tiene el título en la bolsa. Habría necesidad de que se combinaran un desplome espectacular del Toluca y una resurrección milagrosa del Cruz Azul --tan improbable una cosa como la otra--, para que la historia se revirtiera.
*
El primer capítulo de la final, anoche en el Estadio Azul de la capital, fue anticlimática porque se esperaba que los locales mostraran la determinación de tomar la sartén por el mango. Fue decepcionante por la tibieza con que se desempeñaron los “Cementeros”.
Mucho antes de la media hora de partido, el resultado estaba prácticamente asegurado, en parte porque los “Diablos Rojos”, contra todas las previsiones, tomaron la iniciativa, en parte porque tuvieron la contundencia necesaria para trasladar al marcador el dominio territorial ejercido desde el silbatazo inicial... pero, sobre todo, porque la del Cruz Azul en la cancha fue una presencia fantasmagórica.
En efecto: los “Cementeros”, ayer, fueron un equipo sin alma. De hecho, salvo las dos amenazas para el marco rojo, generadas en los minutos finales --y propiciadas, quizá, por cierta displicencia de los toluqueños, que bajaron la guardia, convencidos de que el rival, como se dice en la jerga del boxeo, “ya ni noqueando ganaba”--, el resto del partido fue una manifestación continuada de inoperancia ofensiva de los azules... y un día de campo para Cristante.
*
Si el Toluca tuvo contundencia, como ya quedó dicho, también tuvo el orden y la solvencia defensiva suficientes para que no quedaran dudas acerca de sus merecimientos para ponerse a un paso de la corona. En compensación, además de ser un cuadro chato en el capítulo ofensivo, el Cruz Azul dio las facilidades que le costaron los goles: la inexistente marcación sobre Paulo da Silva en el primero, y la ineficacia de Lugo para cumplir con su función de “poste” en la barrera, en el tiro libre en que Israel López los anestesió con la finta, y Amaury Ponce los operó con el tiro --sobre la cabeza del primer hombre, precisamente-- al ángulo izquierdo.
En síntesis, un Cruz Azul sin idea, sin argumentos ofensivos, fue incapaz de comprometer el resultado favorable al adversario. Ni física, ni anímica, ni futbolísticamente fue capaz de dejar constancia de que era el equipo local... ni de acreditar su condición de digno protagonista de la final.
En teoría, al menos, el Toluca ya tiene el título en la bolsa. Habría necesidad de que se combinaran un desplome espectacular del Toluca y una resurrección milagrosa del Cruz Azul --tan improbable una cosa como la otra--, para que la historia se revirtiera.
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El primer capítulo de la final, anoche en el Estadio Azul de la capital, fue anticlimática porque se esperaba que los locales mostraran la determinación de tomar la sartén por el mango. Fue decepcionante por la tibieza con que se desempeñaron los “Cementeros”.
Mucho antes de la media hora de partido, el resultado estaba prácticamente asegurado, en parte porque los “Diablos Rojos”, contra todas las previsiones, tomaron la iniciativa, en parte porque tuvieron la contundencia necesaria para trasladar al marcador el dominio territorial ejercido desde el silbatazo inicial... pero, sobre todo, porque la del Cruz Azul en la cancha fue una presencia fantasmagórica.
En efecto: los “Cementeros”, ayer, fueron un equipo sin alma. De hecho, salvo las dos amenazas para el marco rojo, generadas en los minutos finales --y propiciadas, quizá, por cierta displicencia de los toluqueños, que bajaron la guardia, convencidos de que el rival, como se dice en la jerga del boxeo, “ya ni noqueando ganaba”--, el resto del partido fue una manifestación continuada de inoperancia ofensiva de los azules... y un día de campo para Cristante.
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Si el Toluca tuvo contundencia, como ya quedó dicho, también tuvo el orden y la solvencia defensiva suficientes para que no quedaran dudas acerca de sus merecimientos para ponerse a un paso de la corona. En compensación, además de ser un cuadro chato en el capítulo ofensivo, el Cruz Azul dio las facilidades que le costaron los goles: la inexistente marcación sobre Paulo da Silva en el primero, y la ineficacia de Lugo para cumplir con su función de “poste” en la barrera, en el tiro libre en que Israel López los anestesió con la finta, y Amaury Ponce los operó con el tiro --sobre la cabeza del primer hombre, precisamente-- al ángulo izquierdo.
En síntesis, un Cruz Azul sin idea, sin argumentos ofensivos, fue incapaz de comprometer el resultado favorable al adversario. Ni física, ni anímica, ni futbolísticamente fue capaz de dejar constancia de que era el equipo local... ni de acreditar su condición de digno protagonista de la final.