Cultura

''Voy a tener una vejez teatral'': Juan Villoro

El escritor y cronista dictará mañana, aquí, la conferencia “Te doy mi palabra. Un itinerario de la traducción”

GUADALAJARA, JALISCO (07/MAR/2012).- Los lugares comunes no son refugios del escritor y periodista Juan Villoro. Y la prueba es que a los 50 años, no eligió el automóvil deportivo y la novia joven, sino el teatro. Tampoco está sentado frente a su laptop en una terraza frente al mar, sino en un salón de la casa Julio Cortázar, sede de la Cátedra Latinoamericana que lleva el nombre del autor de Rayuela, en la Universidad de Guadalajara.

Después de dos horas de hablar en el curso “Tres novelas breves: Los adioses, de Juan Carlos Onetti; Pedro Páramo, de Juan Rulfo; y Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez”, Villoro sigue con ánimo para conversar y bromear, pero no para el flash de una cámara, aunque ahora toque  posar, y  mañana no pueda evitarlo en la conferencia  “Te doy mi palabra. Un itinerario en la traducción”, en el Paraninfo Enrique Díaz de León.

En entrevista, habla de sus dudas como autor y de las certezas como hombre: “Voy a tener una vejez teatral, muy teatral”.

—¿Como autor tiene certezas?

—No, lo más interesante es tener dudas. En la literatura y en el arte en general, lo más importante es no estar seguro de lo que haces, es decir tener la idea de que asumes un riesgo y que cada texto posee un elemento de aventura, de nerviosismo, porque si no pierde todo el chiste.

Todas las cosas, que valen la pena, tienen un componente de misterio, algo que te incita a ser descubierto, ese descubrimiento como  algo que tienes que lograr en el texto y no está dado. Creo que mientras más escribes, más aprender a buscar misterios, pero no tienes las certezas, hay más recursos para tener dudas.

—¿Y en la vida?


—En la vida más vale tener algunas certezas, algunas muy básicas. Estuve en el terremoto de Chile, el 27 de febrero de 2010, fue una sacudida literal porque fue el quinto –sismo en la historia— más fuerte que se había padecido, pero también psicológica.

Cuando pasas por una tragedia de ese tipo, te das cuenta que sí hay certezas en la vida, que son muy elementales y muy básicas, cosas que verdaderamente importan como la amistad, la lealtad, el amor por tu gente y ciertas gratificaciones elementales que damos por sentadas todos los días, y que son un milagro como la comida o la comunión con los amigos.

Todo es muy importante y en ocasiones nos dejamos llevar por problemas falsos, imaginarios, creo que la sabiduría sí tiene que ver con ciertas certezas de lo que vale la pena por encima de las muchas preocupaciones inútiles que tenemos, pero en la literatura lo divertido es el misterio.

—¿Cuáles son sus recientes descubrimientos en el arte?   


—Empecé a escribir teatro a los 50 años, una edad en la que sientes que no has hecho cosas muy diferentes y ya no tienes muchas oportunidades de hacerlas porque a los 50 años no vas a inventar algo muy distinto.

Hay quien se compra un auto deportivo y se enamora de una bailarina de 18 años y cree que se volvió joven, yo en vez de comprarme un auto deportivo y enamorarme de una bailarina, decidí  escribir obras de teatro, que es algo relacionado con mi trabajo, pero es un desafío totalmente nuevo porque en el teatro el diálogo es una forma de la acción. Había hecho teatro en la adolescencia y traduje obras, pero no era dramaturgo. Ya escribí dos obras de teatro, una de ellas, El filósofo de Clara, que se va a restrenar en la Ciudad de México, el 23 de marzo, en el Foro Shakespeare. Espero que después pueda venir a Guadalajara.  

—¿Cuáles son los retos de escribir teatro?


—Hay muchas cosas interesantes. Por ejemplo, cuando escribes una escena la puedes imaginar escrita en una duración determinada y al leerla en tu mente tiene esa duración. En escena, puede durar más o muchísimo menos, algo que es muy corto en el texto puede ser todavía más corto en o muy largo. La dimensión del tiempo es extraordinaria, es como si tú escribieras en un planeta, donde el día dura 24 horas, pero luego vas al teatro, y ese es otro planeta, ahí el día dura 36 horas o 12 horas, el tiempo pasa más rápido o más despacio. Eso es muy interesante.

Y luego, pasar de la conversación al diálogo como forma de la acción son dos cosas distintas. En una novela, los personajes conversan y al conversar informan de cosas. En una entrevista tú y yo conversamos a no ser que diga algo muy dramático y eso no va a cambiar tu vida en este momento. Estamos intercambiando opiniones, pero en el teatro, cuando tú dices una palabra con los códigos del teatro, eso trasforma la acción, lo más interesante es cuando eso no es como en las telenovelas, algo obvio.

Por ejemplo en las telenovelas, en el capítulo 37 se dice: “Jessica María te quiero confesar que soy tu madre”. Y Jessica María: ton, ton, ton y entra la música. Y es algo obviamente contundente, pero en el buen teatro, esas transformaciones, terribles, son cuando ocurre una frase tan sencilla como: “¿quién se llevó las aceitunas?” y todo el mundo dice: “no”, porque ya sea creó una condensación de códigos, en los cuales las aceitunas representaban algo súper importante, y que si no estaban las aceitunas en ese momento habrá un problema terrible. Cuando el personaje dice eso, el público sabe que va a haber un conflicto enorme, una frase tan sencilla se convierte en una forma de la acción, que cambia el destino de los personajes. Es apasionante y muy difícil.   

—¿Es de los autores que no prefiere hablar de sus proyectos?

—Puedo decir cosas generales como que acaba de salir un libro, que se llama ¿Hay vida en la Tierra? Son 100 historias de la vida cotidiana y es el título 100 de la editorial Almadía. Son como como mezcla de artículos periodístico con la vida real, escenas de la vida diaria como un cuadro de costumbres por medio del cual los antropólogos del porvenir podrán descubrir que éramos gozosamente ridículos. Y digo ridículos porque la vida diaria si se ve con atención muchas veces es muy absurda y divertida. Hay cosas que nos irritan mucho como ir a una oficina de gobierno, que te hagan 28 preguntas para que te den una capuchino, que estés dos horas en el tráfico, que tengas un malentendido terrible con tu madre que ha durado 30 años, ese tipo de circunstancias cotidianas nos irritan, pero si las ves como historias pueden ser sumamente divertidas y a la vez tener un sentido aleccionador. Es como un retablo de costumbres, escritos a lo largo de 17 años.

—¿Cuál es el poder de la música en su vida y en su obra?

—La literatura tiene que ver con la música porque las palabras tienen  su propia musicalidad y es muy importante que un escritor tenga sentido del ritmo, eso no quiere decir que necesariamente sean muy musical. A mí me ha influido primero el rock porque yo fui primero  muy devoto de la contracultura, me parece una forma de vida muy esencial y yo era muy dogmático, yo sólo me relacionaba con personas que oyeran cierto tipo de rock y despreciaba al resto de la humanidad.

Mi primer trabajo fue un programa de rock, yo viví muy militantemente esa etapa, perdiéndome  de muchas cosas porque me guiaba por los códigos del rock progresivo y el heavy metal.  Después me fui a vivir a Alemania y descubrí la música clásica porque ahí la música clásica es como el futbol en Brasil, realmente es muy popular, la gente va y la calidad es formidable.

Me gusta mucho el bolero y el flamenco, de la música popular es lo que más me gusta, pero soy aficionado.  

—¿Se arrepiente de ese  dogmatismo?

—No porque fue un periodo de juventud, que fue muy rico, entender que la música no era algo con siete notas, sino una manera de vivir. En aquella época, The Beatles cantaron Ella se va de casa y miles de chicas se iban de casa. Era una forma de conducta muy libertaria, de apertura a muchos discursos que van desde lo esotérico a lo religioso, que fue muy rica. Si me parece terrible: un rockero senil, ya casi los grupos de rock son de la tercera edad y eso sí es patético.

—¿Qué piensa Juan Villoro del adolescente que fue?


— Es muy importante estar en contacto con las distintas edades que hemos tenido porque es algo que regularmente se borra y se pierde. Hay personas que te parece inverosímil que hayan sido niños o jóvenes porque están cortados en un bloque de una pieza como un bloque monolítico.

Me parece importante estar contacto con esa zona, y es una de las razones por las que escribo para niños y jóvenes, me gusta la dedicatoria de El Principito, Saint- Exupèry  se lo dedica a su mejor amigo, pero no lo hace a su mejor amigo actual, sino a él cuando era niño, porque todos los adultos han sido niños, pero la mayoría lo ha olvidado, entonces volver a esas edades me parece que es una de las riquezas de la imaginación literaria.

PARA SABER
En la Cátedra Cortázar


La cita para escuchar mañana a Juan Villoro en la Cátedra Latinoamericano Julio Cortázar, es a las 19:00 horas en el Paraninfo Enrique Díaz de León, de la Universidad de Guadalajara.

La conferencia que dictará el escritor mexicano se titula “Te doy mi palabra. Un itinerario en la traducción”.

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