Cultura

Profundiza artículo sobre la polémica vida de Tomás Garrido Canabal

Considerado uno de los políticos más controvertidos de este país

CIUDAD DE MÉXICO (29/JUL/2012).- El general Lázaro Cárdenas calificó al estado de Tabasco como el laboratorio de la Revolución Mexicana, durante el gobierno de Tomás Garrido Canabal, quien es considerado uno de los políticos más controvertidos de este país, pues fue anticlerical, odiado por muchos y querido por otros tantos.

Cárdenas manifestó lo anterior cuando era candidato a la presidencia mexicana en marzo de 1934, postulado por el Partido Nacional Revolucionario, durante una visita a Villahermosa, capital de Tabasco.

De ese pasaje da cuenta el doctor en Sociología Política, Carlos Martínez Assad, en un artículo que publicó el número 47 de la revista "Relatos e historias en México", correspondiente a julio.

Cárdenas gobernó a México de 1934 a 1940 y llamó a colaborar en su gabinete a Garrido, como secretario de Agricultura. Es  de recordar que Garrido fue gobernador de Tabasco en dos ocasiones, de 1922 a 1926 y de 1930 a 1934.

Martínez Assad comentó que se han contado innumerables anécdotas sobre el modo autoritario en que Garrido gobernó Tabasco después de la Revolución, así como del fanatismo moralista con el que impregnó su actuación política, quizá inspirada en el cooperativismo fascista, entonces en ascenso en Italia.

Pero, en realidad, ¿Quién fue ese hombre al que el general Cárdenas apoyó tras ser electo presidente en 1934?, ¿Por qué su sombra después de muerto es más oscura que la mala fama que tuvo en vida?, son las incógnitas que despeja Martínez Assad en su artículo.

A pesar de ello, Garrido también fue como lo definió el laureado y ya fallecido periodista tabasqueño, José Pagés Llergo, "un hombre que atravesó como meteoro el cielo político de México para convertirse en síntesis del espíritu revolucionario de su época", a quien Cárdenas ensalzó al considerarlo el creador del laboratorio de la revolución mexicana.

El escritor británico Graham Greene llegó a México en 1938 para buscar las huellas de la persecución religiosa, en particular la que desató Garrido en Tabasco.

Greene sólo escuchó del garridismo las versiones de quienes permanecieron en el estado cuando no era posible la objetividad y Tabasco se debatía entre la memoria y el olvido.

Pagés Llergo decía al respecto: "No concibo a ningún mexicano, a ningún tabasqueño, que no prefiera al Garrido que quemaba santos y daba de comer al pueblo, que a (el gobernador) Trujillo que lleva santos y mata de hambre a la gente. ¡Infeliz estado!"

Garrido tenía ideas persistentes respecto a la relación Iglesia-Estado, radicalizó las forjadas en el liberalismo decimonónico y veía en el clero al más contumaz servidor del poder político y del dinero.

El pueblo lo siguió y, trastocados los antiguos "actos de fe", lo acompañó en las campañas desfanatizadoras, donde se mofaban de las imágenes religiosas y las quemaban.

En Tabasco se estableció la enseñanza racionalista de acuerdo con la línea pedagógica inspirada en el pensamiento del español-catalán Francisco Ferrer, fusilado en 1909 en Monjuich, luego de una semana trágica ocurrida en Barcelona.

Se consideró que el vandalismo contra los templos y conventos fue inspiración de esa pedagogía que más tarde se implantaría en los estados de Yucatán, Veracruz y Tabasco.

Garrido también se propuso erradicar el alcoholismo en Tabasco, raíz de muchos de los problemas sociales, por lo que impuso la ley seca por medio de una campaña antialcohólica, similar a la más fuerte que hubo en Estados Unidos.

Igualmente creó las temibles Camisas Rojas, calificadas como "la guardia de corps", una especie de Legión Siniestra que rodeó sus actividades, decía el periodista Ignacio Muñoz en la revista "Sucesos para todos", del 18 de agosto de 1936, a un año de la salida del líder del sureste del país.

Al verse obligado a salir exiliado a Costa Rica en 1935, Garrido regresó a México en 1941 y luego se fue a morir el 8 de abril de 1943 a Los Angeles, California, víctima de un cáncer, cuando apenas tenía 53 años.

Las personas que lo rodeaban en su lecho de muerte dicen que fue coherente hasta el final, en su agonía, pues se negó a recibir la asistencia de un sacerdote.

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