Cultura
Lisboa convierte ruidos urbanos en una sinfonía
Pedro Castanheira creó una partitura para ser tocada por las campanas de la ciudad
LISBOA, PORTUGAL (22/JUN/2013).- Durante siete minutos, los ruidos caóticos de Lisboa se convirtieron ayer en una armoniosa sinfonía interpretada por los típicos tranvías, decenas de históricas campanas y una hilera de barcos atracados en el río Tajo.
Con el objetivo de transformar la “agresividad” de los ruidos cotidianos en “algo constructivo”, el compositor portugués Pedro Castanheira creó una partitura “muy orgánica” a partir de grabaciones de los sonidos originales.
“No le puedes pedir a la bocina de un tren que te dé un Sol o un Fa”, razonó Castanheira, quien para la creación de la obra realizó junto a su equipo un estudio acústico para comprender cómo se distribuye el sonido por Lisboa, además de un registro de las campanas.
La peculiar orquesta estuvo compuesta por cien músicos encargados de las campanas de dieciséis iglesias, treinta barcos, seis coches de bomberos, seis tranvías y dos trenes y que estuvieron dirigidos por el autor de 33 años desde la Plaza do Comerço, la mayor de Lisboa, situada en la ribera del Tajo.
La duración de siete minutos se planteó como un homenaje a las siete colinas sobre las que se construyó la capital lusa, además de coincidir con el tiempo que duró el terremoto que la destruyó en 1755.
Con el objetivo de transformar la “agresividad” de los ruidos cotidianos en “algo constructivo”, el compositor portugués Pedro Castanheira creó una partitura “muy orgánica” a partir de grabaciones de los sonidos originales.
“No le puedes pedir a la bocina de un tren que te dé un Sol o un Fa”, razonó Castanheira, quien para la creación de la obra realizó junto a su equipo un estudio acústico para comprender cómo se distribuye el sonido por Lisboa, además de un registro de las campanas.
La peculiar orquesta estuvo compuesta por cien músicos encargados de las campanas de dieciséis iglesias, treinta barcos, seis coches de bomberos, seis tranvías y dos trenes y que estuvieron dirigidos por el autor de 33 años desde la Plaza do Comerço, la mayor de Lisboa, situada en la ribera del Tajo.
La duración de siete minutos se planteó como un homenaje a las siete colinas sobre las que se construyó la capital lusa, además de coincidir con el tiempo que duró el terremoto que la destruyó en 1755.