GUADALAJARA, JALISCO (30/JUL/2017).-I. Emiliano Rivera del Pozo, presenteEmiliano comienza a digerir el mensaje que acaba de comunicarse a sí mismo. Piensa en todas las ocasiones en que ha pensado eso. Nota la diferencia entre las ocasiones anteriores y esta; le tranquiliza saber que esta es la definitiva, que ya no volverá a sentirse un cobarde o un depresivo más que va por la vida dando lástima y amenazando al mundo de que se le tiene que poner atención porque, de no ser así, una tragedia irremediable va a suceder. Se abre una toma desde la parte alta del techo, en la cual podemos ver una habitación comunistamente austera, rodeada de paredes blancas de donde nada cuelga, habitada por ciento treinta y seis libros, doscientos tres vhs y ciento noventa y tres dvd, los cuales reposan en el piso como si fueran un objeto más -un tenedor, una caja, un mueble-, como si dentro de ellos no estuvieran contenidos los miles de universos paralelos en los que Emiliano ha vivido a lo largo de su vida, como si no importara ninguno de los nombres y lugares y personas con los que alguna vez desarrolló relaciones tan estrechas como para llorar por y con ellos, como si las vidas contenidas dentro de esas quinientas treinta y dos historias fueran una mentira y nunca hubieran sucedido. En el escenario también se puede ver una lámpara adquirida vía ikea.com por 14.99 dólares y una cama individual sin respaldo ni motivos estéticos también adquirida vía ikea.com por 39.99 dólares, acomodada en el centro de la habitación y en la cual permanece el cuerpo de Emiliano en una posición similar a la del hombre de Vitruvio -desnudo, piernas separadas, brazos extendidos- semicubierto por una sábana blanca de cien hilos adquirida vía walmart.com por 9.99 dólares. Aunque por cuestiones técnicas parece que está dirigida hacia la cámara imaginaria que cuelga sobre él -por medio de la cual se está observando esta escena-, la mirada de Emiliano en realidad se encuentra perdida. La última vez que se le vio fue dentro de un vagón de la línea L del metro de New York con dirección a Brooklyn. La mirada de Emiliano es disléxica y no sabe diferenciar entre Uptown y Downtown; se teme que, en un intento desesperado por encontrar su destino, haya tomado la línea 6 hasta llegar a Queens, ignorante de que lo que vería ahí sería una imagen tan violenta que la podría matar en un abrir y cerrar de sí mismos. Los ciento noventa centímetros de largo por setenta y cinco de ancho que ocupan el colchón menos ergonómico del catálogo de ikea.com, uno con una calidad directamente proporcional a su precio, siendo este 139 dólares, precio que, si bien es verdad que es uno muy bueno para un colchón, termina siendo considerablemente caro una vez que se toman en cuenta los 145 dólares mensuales que se tienen que invertir en las sesenta tabletas de 10 mg de Ambien necesarias para lograr conciliar el sueño en él. La relación entre Emiliano y su sueño siempre ha sido muy complicada; en su discusión más reciente, la que tuvo lugar hace más de tres meses -ciento cuatro días para ser exactos- y en la cual un vecino se vio en la necesidad de hablar a la policía para evitar una tragedia, el último optó por irse de la casa con todas sus cosas. Se ignora dónde se encuentre en este momento; no es la primera ocasión en la que esto sucede y, por eso mismo, Emiliano cree que volverá por sí solo, sin necesidadde desgastarse buscándole ni de tener que pedirle perdón por haber reaccionado de la manera en la que reaccionó esa noche. Pero decía que los sesenta y seis kilos que ocupan el colchón modelo Sultan Havberg -también disponible vía ikea.com para ser llevado a tu hogar al pagar 100 dólares extra por cargo de envío, cuestionando la lógica económica de la transacción final-, sesenta y seis kilos que, según la fórmula de peso ideal de Hamwi, se encuentran veinte kilos por debajo de lo establecido, reportando un índice de masa corporal de 18.3, clasificando al cuerpo de Emiliano en la división comúnmente ocupada por las modelos de Victoria’s Secret, con la única diferencia de que, a ellas, la desnutrición sí las hace ver bien. Decía que los 4.62 litros de sangre contenidos dentro del sistema cardiovascular que mantiene latiendo el corazón de Emiliano -donde la expresión mantiene latiendo se entiende exclusivamente a las funciones biológicas del organismo humano; en su tono figurativo, esta frase no es aplicable, ya que, si se está invirtiendo una cantidad excéntrica de neuronas y paciencia en contar esta historia, es precisamente porque el corazón figurativo de Emiliano registra un ritmo cardiaco de 0 latidos por minuto-, esa sangre que navega torpe e incómodamente -se cree que a causa de la precaria calidad del colchón sobre el que se encuentra- por las venas y arterias de su dueño -mismo que preferiría que todo fuera tan fácil como tener una llave integrada a su cuerpo para abrirla y dejar correr esos 4.62 litros de su interior hasta desangrarse- sabe que ha permanecido en esa misma posición durante más de dieciocho horas, aunque no tiene capacidad de leer qué hora es porque: 1. No hay un reloj en esa habitación, y 2. Si lo hubiera, de todas formas, según me dicen los médicos, la sangre no tiene la capacidad de leer un reloj. No obstante, esta sí es capaz de determinar que la inmovilidad del cuerpo que la contiene ha perdurado por un periodo excesivo y dañino para ella. Aunque el ángulo de la toma se hace desde el techo, la sombra en el piso permite ver que existe un abanico colgando de él, mismo que gira a la velocidad adecuada para enfatizar el ambiente de tedio, hastío y monotonía que los pulmones de Emiliano inhalan y exhalan dentro de esa habitación. Cabe mencionar que la función de dicho abanico es única y exclusivamente ambiental ya que, siendo veinticinco de noviembre de dos mil catorce en el mundo que existe allá afuera y, siendo el mundo de afuera uno localizado en New York, se sabe que lo último que se necesita cuando la app del Weather Channel reporta tres grados centígrados que se sienten como menos dos y sesenta por ciento de probabilidad de lluvia que está cercana a convertirse en nieve, lo último que cualquier cuerpo racional y coherente necesita es un abanico que le robe la nula calidez que con tanto esfuerzo ha acumulado.“Extracto del libro “Oda a la Soledad” de Gisela Leal, publicado en el sello Alfaguara 2017. Cortesía otorgado bajo el permiso de Penguin Random House”.