Suplementos | Bosque. Rincones de magia Tapalpa y lo que no se dice Más allá de las piedrotas y de los árboles, este Pueblo Mágico oculta lugares llenos de esplendor que deben buscarse con los ojos bien abiertos Por: EL INFORMADOR 12 de agosto de 2012 - 01:33 hs El Molino Rojo llama la atención por la belleza de su decoración, en honor de Toulouse Lautrec y la delicia de sus bebidas y alimentos. / GUADALAJARA, JALISCO (12/AGO/2012).- Si se baja a caballo entre las callecitas o si se toma un tequila en Los Girasoles, de entre los tejados sobresale una cruz. La cruz de la parroquia de un pueblo que tiene dos templos. Uno para profesar su fe y otro que habla de una historia que data del 1538. Tapalpa es conocido comercial y turísticamente como Pueblo Mágico desde hace 10 años, también como uno de los mejores destinos de montaña o como sede de la Copa Mundial de Parapente. Todo sí. Sin embargo, más allá de lo óptimo de su altura (dos mil 60 metros sobre el nivel del mar) y su clima propicio para los eventos deportivos (como el triatlón que arrancó este agosto), Tapalpa tiene en su cotidianeidad un espíritu particular que sabe leerse a la luz del crepúsculo en sus miradas altas, los rostros de la gente que vende queso o se asoma por las ventanas; el espíritu de los niños corriendo para llegar temprano. En su condición está su poder, las montañas o las tierras altas, son por descripción literaria y mística, sitios de fuerza natural. Se encuentra a 118 kilómetros de Guadalajara, su nombre proviene del náhuatl y significa “tierra de color”, al día de hoy se cuentan en promedio 18 mil habitantes. Dicen que perteneció al reino de Colima y su patrona es la Virgen de la Defensa. Está a hora y media en automóvil tomando la carretera Colima-Ciudad Guzmán. Se puede tomar la autopista y ser testigo de un hermoso paisaje. Tiene importantes atractivos naturales e históricos, tanto en su centro como en sus cercanías. Uno de ellos es El Salto del Nogal, la cascada más alta de Jalisco, que resulta una caída de agua de más de 105 metros de altura; o las ruinas de la Fábrica de Papel que fue construida en 1840 y que estuvo en operaciones solamente 70 años. Esta construcción fue la primera en su género, erigida en América Latina. Una travesía diferente Al subir la sierra se encuentran dos letreros, uno que dice “Tapalpa” y otro a mano izquierda, que dice “La Ceja”, esto 12 kilómetros antes de llegar al centro. Así es esta “tierra de colores”, portadora de un circuito oficial para visitantes dinámicos y otro, más invisible y particular, para viajeros un poco más observadores. La Ceja es un parque ecoturístico con un encanto natural. Es sin duda, uno de los lugares más placenteros por su ubicación, vista, precio y la manera en la que su dueño Juan Carlos Madrigal atiende a los que llegan. El parque también alberga un hotel (en diversas modalidades), así como una casa club o cabaña central en la que se dan cita turistas, allegados, parapentistas, amigos y cuando no, el dueño se digna cocinar personalmente a los inesperados huéspedes. Es la noche, la mejor hora para disfrutar sin parapentes este despegue. Un pedazo de tierra cubierto por una hermosa bóveda celeste y silencios naturales que estremecen en su contemplación. Salir de este parque ecoturístico y llegar al pueblo tomará alrededor de 13 minutos; en el trayecto se puede disfrutar de un hermoso paisaje. Es la única carretera y siguiendo el camino se llegará sin contratiempos al restaurante El Árbol de la Culebra, donde elaboran un borrego al pastor memorable y, es este platillo el típico de la región. El lugar es atendido por Miguel Preciado de la Torre y su familia, y es reconocible porque en su entrada se erige efectivamente, un árbol que ha torcido su tronco como culebra. Más adelante Tapalpa da la bienvenida con numerosos anuncios de venta de borrego al pastor, unos más de ponche granada, de renta de caballos y cuatrimotos. Las casas son de color blanco y tinto, con techos de teja, la arquitectura es uniforme, las calles empedradas. El pueblo recibe al visitante con un abrazo discreto, como discretas son sus pilas escondidas en cuatro diferentes puntos de plaza. Estas pilas comunales tienen leyenda... La Pila de las Culebras, por ejemplo, que se encuentra bajando la calle de Agustín Yáñez, es pequeña y su nombre se erige sobre la pared con una serie de pequeños adoquines, ahí se puede leer la razón por la que unas mujeres chismosas quedaron convertidas en culebras. Así se cuentan las Pilas del Tecolote, el Perro y la Colorada. Rincones de excepción Entrando por la calle de Hidalgo, se desemboca en el corazón del pueblo y ese corazón parece estar estigmatizado con un espejo. Dos templos, uno frente al otro. La gente, con los años, les comenzó a nombrar el Templo Viejo (al que data del 1500) y el Templo Nuevo, una construcción que cuentan no tiene una sola varilla y está hecha de puro ladrillo, ésta tiene en su seno un discreto pasadizo que, como si fuera uno de sus brazos, lleva al caminante a un pequeño y bonito atrio de una antiquísima capilla llamada La Purísima, misma que los tapalpenses utilizan como centro de catequismo. Regresando a la puerta de los templos, si se dobla a la izquierda y se llega hasta el empedrado, se podrá encontrar El Molino Rojo, un singular café deli que atiende su dueño Marco. Aunque en el pueblo hay varios cafés, El Molino Rojo tiene un aire particular, dedicado en su decoración a Toulouse Lautrec logra ese aire bohemio de quienes además de amar las artes universales logran afianzarse al lugar donde están viviendo. Un buen sitio para el vino tinto, un libro mañanero o una partida de ajedrez. Busque usted el número 117 de la calle de Hidalgo. Unos pasos más adelante se encuentra la fonda Doña Pina, el sitio con las mejores enchiladas de la región. Del otro lado de la plaza, sobre la calle de Matamoros –al lado del hotel Casa de Maty– está el Arte Latte, un rústico establecimiento atendido por Marcelo, un jovencito que prepara inolvidables capuchinos. Tanto el hotel como la cafetería están exactos en la plaza central, desde donde se puede apreciar un puño de puestos callejeros que son la delicia de los paseantes, sobre todo los fines de semana por la noche. Aquí mismo en el día y frente a los biónicos, Sandra vende pulseras artesanales como dando la bienvenida a la calle de Obregón, una arteria semicerrada en la que se encuentra Los Girasoles, un restaurante bar que invita al tequila, al café y también es una de las mejores opciones para ver llover en esas tardes de domingo, cuando todos los turistas se han marchado. En Agustín Yañez esquina con Vicente Guerrero, hay una puertita, es negra, y por las tardes, adentro de esa casita pequeña se puede encontrar a Don Nacho haciendo sus tostadas. El lugar es una cantina, pequeña y pueblerina, y además bastante selectiva. Don Nacho decide quién entra, su trato por supuesto es personal, acompaña los tequilas –extraordinariamente bien servidos– con botana que bien pudiera ser una comida completa. Son cuatro mesas, quizá cinco. Pero de este pequeño resquicio puedes salir absolutamente agradecido con la comitiva y los precios. TOMA NOTA Para descansar Legado Coyote (Morelos 329) es un pedazo de bosque que Luz, su dueña, ha hecho Spa. Anteriormente lo rentaba para excursiones. La propietaria también se dedica a la artesanía e imparte talleres, organiza temazcales y da terapias con aromas y reflexología. Un espacio encantado donde cualquier tipo de energía se transforma en luz... como su dueña. 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