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Puercoespines de carácter

Vuelve a escena, por última vez, la obra ganadora de la Muestra Estatal de Teatro 2015

Por: EL INFORMADOR

'Gracias a ellos esta obra tiene la congruencia necesaria para que se identifique cualquiera que se haya enamorado'. ESPECIAL /

'Gracias a ellos esta obra tiene la congruencia necesaria para que se identifique cualquiera que se haya enamorado'. ESPECIAL /

GUADALAJARA JALISCO (06/NOV/2016).- El teatro profesional de Guadalajara está hecho por jóvenes: los grupos y proyectos más activos, más constantes, más llamativos, están integrados por gente entre los veinte y los cuarenta y pocos. Los artistas de mayor edad están allí pero, por lo común, son actores “de carácter”: para nada de relleno, pero pocas veces los protagonistas; siempre sobresalientes, usualmente con poca exposición.

“Puercoespín” nos recordó, del modo más sarcástico posible, que eso es sólo una arbitrariedad.

“Puercoespín” es una obra del dramaturgo francés David Paquet que utiliza un tono ridículo y exagerado para exhibir cómo varias personas viven el amor. Hay un hombre que se humilla para gustarle a una chica. Una mujer que soporta a una pareja infiel. Otra que odia a todo el mundo pero un día se descubre embarazada. Y, en general, recordatorios acerca de cómo nos educamos en el amor para no estar nunca satisfechos: queremos que nuestra pareja nos obedezca, nos complazca y se iguale a nosotros; los puercoespines, dice el texto, se agrupan y aprietan para quitarse el frío, pero se lastiman con sus espinas.

Farsa cruel, “Puercoespín” es el proyecto bandera de la empresa productora -joven- Avión de Papel, que convenció de embarcarse en el montaje al director Luis Manuel Aguilar. “El Mosco”, uno de los directores más activos y respetados de la ciudad, es un experimentado escenógrafo e iluminador y cabeza del único taller de la ciudad dedicado a este arte. Sus montajes son casi siempre atractivos primero por su plástica, escenarios que retan a las obras e ilustran sus rasgos alternativos: en “No tocar”, en 2009, usaba una simple tarima y un juego de geometría de cartulina para retratar a una niña víctima de abuso sexual; en “El camino de los pasos peligrosos” (2015 y 2016), en cambio, empleó una sencilla rampa de medio tubo, como las que usan los skatos, para retratar el vértigo de tres hermanos decididos a hablar de viejos secretos familiares.

Productora y director empezaron con “Puercoespín” y “El Mosco” dio con una idea central: aunque el texto de Paquet siguiera a cinco veinteañeros, él veía que su patetismo debía ser representado por actores mucho mayores: de viejos somos igualmente ridículos y egoístas, igualmente dañinos y abusivos, pero estamos más desesperados por nuestra soledad.

La más joven es Astrid Lomas y ya pasó los 45 de edad; el mayor es Marco Aurelio Hernández y de sus 75 de vida lleva 54 en el teatro. Carlos Hugo Hoeflich, Jesús Hernández, Magdalena Caraballo y Lorena Ricaño tienen edades entre los 50 y los 65 años y, como sus otros dos compañeros, son peritos en la escena: sus correctas y potentes voces, su precisión y economía de movimientos, el “peso” que logran para atraer al espectador, no son infalibles, pero sí tan constantes y eficientes que sus errores parecen simples accidentes.

Los actores de “Puercoespín” no son superdotados: son actores tan llenos de recursos que el espectáculo casi absurdo de esta obra tiene, gracias a ellos, la congruencia necesaria para que se identifique cualquiera que se haya enamorado.

El pequeño y recio Marco Aurelio Hernández interpreta a un viejo virgen que se aterra ante la mujer que le gusta: su voz es potente, pero también recuerda a un niño frágil del que es fácil abusar; uno espera sus esporádicos estallidos de llanto, pero lo que no puede esperar es que un septuagenario virgen viva arrebatos de alegría que lo convierten en un muchacho por momentos. El actor achica su cuerpo menudo y el patetismo de su inverosímil personaje se hace grande: así nos vemos todos, como parodias de uno mismo, cuando nos da miedo la persona de la cual nos enamoramos.

Lorena Ricaño ofrece una estampa elegante en escena: es comeaños, pero además lozana y alegre. El rostro se le ilumina cuando su personaje recibe buenas noticias: los ojos claros y la sonrisa franca le brillan. En un montaje como el experimento “Cactácea”, presentado en 2016 en el foro Larva, Lorena Ricaño presenta a una repugnante borracha que conduce una vagoneta: la voz se le retuerce igual que el rostro mientras vomita diálogos. En “Puercoespín” da clase de dicción: educada y modosa, sincera y transparente, su personaje se amarga poco a poco conforme comprueba que jamás merecerá el respeto que ofrece.

Ricaño arma ese tránsito desde la esperanza abnegada de la mujer engañada hacia el impulso destructivo de quien fue humillado y lastimado. Hay que observar el paso a paso del personaje para recordar que los actores son como arquitectos o albañiles: su oficio es encimar y fijar bloques sueltos para alzar estructuras concretas.

La actuación no es temperamento ardoroso o “carácter” sobresaliente. Al menos, no sólo es eso. Al Pacino o Glenn Close, Daniel Day-Lewis o la infalible Cate Blanchett, nuestra Karina Gidi o nuestro Héctor Bonilla, son actores de presencias contundentes, que nunca pasan inadvertidos. Pero incluso con ellos, con sus voces como mazazos y sus miradas furiosas, lo que hay es un calculado ejercicio de ensayo y error; menos espontaneidad y más planeación. Puede que Meryl Streep haga magia con los acentos extranjeros o con sus combinaciones camaleónicas de maquillajes y peinados, pero ensaya como cualquiera.

Ese trabajo industrioso sobresale cuando lo ejecuta un actor experimentado: hay disciplina pero también familiaridad. Los actores jóvenes simplemente lo han hecho menos veces: esa “falta de kilometraje” obliga a pasar por alto ciertos matices, mientras que los más experimentados absorben con paciencia detalles que, además, saben presentar al público. Digámoslo así: cualquier ginecobstetra estudioso encabezará partos sin peligro, pero los médicos que ya lo hicieron por diez años, además, sabrán cómo tranquilizar a una parturienta nerviosa.

Los seis actores de “Puercoespín” han visto toda clase de partos: modas y tendencias en Guadalajara, modelos de producción diversos, directores con ideas revolucionarias, foros que abren y foros que cierran, muestras y festivales y hasta compañías estatales. Allí está Jesús Hernández, que no tiene una sola línea en “Puercoespín” pero debe ensamblar muchos esfuerzos de sus cinco compañeros; su puro currículum lo mostraría como un actor competente: en seis años ha hecho igual dramas históricos (“El gesticulador”) que comedias (“El amor de las luciérnagas”, “Riñón de cerdo para el desconsuelo”), pasando por fantasías de crudo realismo para niños (“Valentina y la sombra del diablo”) o excéntricas adaptaciones literarias (“Sólo tu nombre”).

“Puercoespín”, que ya viajó por 22 ciudades del país, puede gustar o no gustar, pero el experimentado elenco usa todas sus armas en escena y esa exhibición de experiencias profesionales vale el precio del boleto: decenas de años sobre las tablas. Cuando las compañías de teatro separaban en la nómina a los actores “de carácter” pasaban por alto que un actor experimentado puede hacer casi cualquier papel; Puercoespín tiene, además, a un puñado de los mejores de la ciudad. Que por su edad merecieran sólo un tipo de papel sería, tan sólo, una arbitrariedad.

EL INFORMADOR / IVÁN GONZÁLEZ

Tapatío

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