Suplementos | El famoso Bazar del padre Cuéllar: a donde llegan los ricos, pobres, y difuntos en urna Polvo somos y en el padre Cuéllar acabaremos El famoso Bazar del padre Cuéllar: a donde llegan los ricos, pobres, snobs, coleccionistas, revendedores y, ahora se sabe, difuntos en urna Por: EL INFORMADOR 23 de febrero de 2014 - 03:50 hs El propósito del sitio es ayudarlos a todos. / GUADALAJARA, JALISCO (23/FEB/2014).- El viejo David vino a dar al Bazar del padre Cuéllar. Lo mandó su nuera no se sabe con qué intenciones. Jorge Martínez, el encargado de la tienda, descubrió a don David adentro de una caja de madera perdida entre mil cosas. Como la caja llamó su atención, Jorge le aflojó los tornillos y la abrió. Al principio creyó que lo que había en el recipiente eran restos de incienso, pero se desengañó luego luego, apenas leyó la tarjeta de presentación: “David de tal, fallecido el día tal del mes fulano de 2000”. Con este relato Jorge Martínez y su colega Alejandro Hernández explican que lo más raro que les ha llegado al bazar no es un ataúd. No: ojalá. Un ataúd se vende muy rápido. A un muerto no hay quién se lo lleve. El famoso Bazar del padre Cuéllar: a donde llegan los ricos, pobres, snobs, coleccionistas, revendedores y, ahora se sabe, difuntos en urna. El propósito del sitio es ayudarlos a todos. A los ricos, a deshacerse de las cosas que ya no caben dentro sus casas, en remodelación permanente. A los pobres a comprar las cosas que los ricos ya no quieren. De lo que unos dejan y otros pagan se mantiene la Ciudad de los niños del padre Cuéllar, un albergue jesuita de asistencia y educación para niños. Lo que ocurre acá podría servir de inspiración para la enciclopedia de la excentricidad. Lo que ocurre acá es que algunos donadores son extraños y otros compradores también. La nuera del viejo David, por ejemplo. Dice Jorge Martínez que su alma no descansaba después del hallazgo de las cenizas del viejo en la urna. Mientras los jesuitas opinaban que el muerto debía ser enterrado en uno de los jardines del albergue, Martínez no se deshacía de la caja. Estaba convencido de que el asunto de la urna en el Bazar del padre Cuéllar había sido una distracción. Un día de 2008 encontró, por fin, el teléfono de un hijo del difunto. Le contestó una mujer, la nuera del fallecido. —Hablo del padre Cuéllar. Por equivocación tengo aquí las cenizas de David de Tal –explicó en el teléfono Jorge Martínez—. —Ninguna equivocación. Aquí no lo queremos —le contestó su interlocutora como sin nada—. II Se trata, seguro, de un caso de desintegración familiar. Se trata de que Carlota Casanegra y Jimeno Dupeyrón fueron felices nomás los primeros meses de casados. Luego la vida de los dos se hizo un infierno de 38 años. Por eso cuando Carlota se escapó con el taquero, en diciembre pasado, Jimeno quiso borrar todas las huellas del tormentoso matrimonio. Herido, se deshizo de todo, llamó al Bazar del padre Cuéllar, y en entre el montón también le bailaron Federico y Alberta, los hijos de ambos. Qué más pudo pasar. Por eso ahora las tres fotografías, impresas en madera, rojizas, setenteras, felices del día de la boda de Carlota y Jimeno, yacen en el suelo del Bazar del padre Cuéllar De patillas, moño negro en el cuello y camisa blanca de holán sobre los botones, Jimeno Dupeyrón no mira a la cámara sino —parece muy enamorado— a su reciente esposa, quien no sabe qué cara poner, pero en las tres fotos jamás pone una sonrisa: a lo mejor ahí estaba el detalle. Junto a las de la pareja yacen las fotos también setenteras de dos niños, seguro que los hijos del matrimonio Dupeyrón-Casanegra, porque ambos son la mismísima cara de Jimeno. Con un fondo azul cielo, de estudio, el varoncito —ha de llamarse Felipe Alfonso y en esa foto tener unos cuatro años—, está vestido de marinero, con corbata roja. La nena —tiene cara de Ana Margarita y un como año de edad—, trae un atuendo blanco y un moño prendido de tres pelos. Las fotografías y lo que uno quiera imaginarse cuando las mira tan arrumbadas cohabitan con otros objetos bajo el techo alto del bodegón del bazar, a ver si alguien las compra o les inventa una historia apócrifa. “Las van compran, ora verás”, dice muy serio Jorge Martínez, el encargado. III Sobre una mesa a la venta hay una botella antigua, de vidrio transparente a la venta. La botella tiene grabado, en un altorrelieve, la palabra “México” y está llena casi hasta el tope de un líquido café oscuro, que podría ser jerez, sangre de gallina negra o isodine: lo sabrá el que la compre, si se anima a destaparla. Más adelante, sobre unos libreros que se venden está a la venta un lote de vestidos de novia y, en su marco, un ramo, un lazo y unas arras de matrimonio. Al lado, entre seis pares zapatos de tacón violetas, casi idénticos, que una mujer tuvo a bien despreciar antes de usarlos, hay un tenis nuevo, de los muy caros. Uno solo: el izquierdo ¿Y el otro? Nomás llegó este. En un librero contiguo hay una colección de unos 300 videocasetes de películas: desde El libro de la selva, de Walt Disney, hasta Titanic, de James Cameron, pasando por los ejercicio aeróbicos de Olivia Newton-John, en Beta y VHS. Unos metros después se vende un nacimiento muy completo (ángeles, campesinos, gallinas, guajolotes, venados, pastores, burros, vacas, espejos de agua, águilas, el burro, la mula). El heno viene incluido. Acaba de llegar un tocadiscos Sony, con el último acetato que tocó, hace sabrá Dios cuánto: “De las mañanitas a las golondrinas”, del mariachi Vargas, de Tecalitlán, año 1967. Sobre un escritorio está, a la venta, el “Reporte mensual de ventas 2001” de una empresa. Por ahí mismo, una caja llena de espirales para engargolado. Más allá, una caja con cientos de ejemplares del tomo DCCIV del Diario Oficial de la Federación, del viernes 18 de mayo de 2012… IV La historia del viejo David, al que la nuera envió al bazar metido en una caja, tuvo un final feliz. Hace tres años llegó un joven buscando una urna, para acomodar a un amigo recién muerto e incinerado, del cual había que esparcir las cenizas en el mar. “Nomás tenemos una ya ocupada”, suspiró Jorge Martínez, que no había tenido corazón para depositar al viejo David en un jardín. “¿Será que caben los dos?”, preguntó el joven doliente quien se llevo, gratis, la urna de don David con las cenizas del viejo, al que acabó dándole raid a las playas de Puerto Vallarta. ¿Qué es lo más raro que tienes ahorita? Después de pensarlo unos segundos, Jorge Martínez suspira y responde en tono grave, como siempre: “Otra urna con cenizas”. —No te creo —lo desafío—. Después unos minutos Jorge Martínez reaparece, con una caja bellísima de madera muy fina. Se siente y se oye que adentro guarda un recipiente, pero esta urna, que no tiene ni un rayón, está completamente sellada. —¿Cuánto por ella? –pregunto. —No se vende. Si la familia no tuvo respeto por este muerto, yo sí. EL SITIO El Bazar del padre Cuéllar trabaja desde hace 73 años. Su fin es conseguir dinero para la manutención de los internos, chicos sin opciones económicas, que atiende la Ciudad de los Niños del Padre Cuéllar. Hoy está en la calle Organización 955, en la colonia San Miguel, también conocida como Ciudad de los Niños, en el poniente de Chapalita. Para hacer donaciones puede llamar a los teléfonos 3647-8481 y 3647-2240. A los compradores los atiende de lunes a viernes, de 9:30 a 12:45 horas, y de 15 a 16:45 horas. Los sábados el bazar abre de 9:30 a 12:45 horas. Temas Tapatío Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones