Jueves, 28 de Marzo 2024
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'Para ustedes, ¿quién soy yo?', pregunta Cristo

Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo'

Por: EL INFORMADOR

No seamos uno más de los que dicen, sino de los que se han encontrado con Cristo y transformado su vida. ESPECIAL /

No seamos uno más de los que dicen, sino de los que se han encontrado con Cristo y transformado su vida. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Isaías 22, 19-23:

“Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. Lo fijaré como un clavo en muro firme”.

SEGUNDA LECTURA

San Pablo a los romanos 11, 33-36:

“Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él”.

EVANGELIO

San Mateo 16, 13-20:

“Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»”.

GUADALAJARA, JALISCO (27/AGO/2017).- Nació hace poco más de dos mil 16 años en un portal de ganados, en una insignificante aldea de la provincia de Judea, de Asia Menor.

Su nacimiento ha partido la historia en dos mitades: antes de Cristo, después de Cristo.

En estos tiempos en que se puede transmitir para millores de dispositivos receptores para millones de personas, si Cristo se dejara ver a las multitudes reunidas en estadios o a través de las pantallas e hiciera la pregunta: “¿Quién soy yo?”, muchos —dicen que dos de cada tres— dirían: “Yo no te conozco”.

Otros muchos darían respuestas muy lejanas, y hasta falsas, sobre la verdadera identidad de Cristo. Todavía hay los que afirman que fue un gran orador; otros, que fue el más grande revolucionario de la historia —su revolución persiste—; otros más lo declaran un gran profeta. Son opiniones de quienes no han profundizado en su misterio, o no han tenido la gracia divina para abrir los ojos de la fe y verlo tal como es.

Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo. Para hacer esta pregunta, el Señor Jesús llevó lejos a sus discípulos; ese día sin multitudes, sin enfermos suplicantes, sin escribas y fariseos al acecho. Sólo Él y los doce.

Fue el lugar escogido para dar oportunidad a los doce de exponer su opinión. Como mera preparación para disponerlos, les preguntó primero: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”.

Esta pregunta la hizo no por ignorancia, pues bien sabía todo cuanto de Él opinaban y decían, tanto quienes lo aceptaban como los que lo rechazaban y odiaban. Tampoco era la pregunta para recibir elogios o alabanzas, que no necesitaba ni le atraían. Simplemente era para disponerlos a la pregunta siguiente, directa, a fondo, a ellos.

Las respuestas fueron saliendo: Que era Juan el Bautista, que era el profeta Elías, que era Jeremías o alguno de los profetas. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” “Ustedes doce que traen polvo de muchos caminos, que conmigo han comido y bebido, que han escuchado de mis labios mi predicación en sinagogas, en la orilla del lago, en la montaña, en la llanura, en ciudades y aldeas, ¿quién soy yo para ustedes?

“Por mí dejaron sus barcos, sus redes, su lago; por mí dejaron sus familias, su estilo de vida, tal vez tranquilo o atractivo, como juntar monedas en la recaudación de impuestos. ¿Por qué dejaron su casa y su familia? ¿Para qué van a iniciar sus estudios aquí, donde la vida es exigente, y se han de apartar del estilo más fácil y llevadero en el seno de su familia?”.

La respuesta fue: “Escuchamos el llamado de Cristo, y para seguirlo, para estar cerca de Él, hemos venido. ¿Y qué esperamos? Un día ser elegidos, ser ungidos y ser enviados”.

Allá en Cesarea de Filipo fue Simón quien respondió con aplomo, con seguridad, con voz clara y fuerte. Los otros 11 ya estaban acostumbrados a esos impetuosos arranques de su compañero. Pero vino la sorpresa. Jesús le dijo entonces: “Bienaventurado Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos, y yo te digo a ti que “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Ante la pregunta ¿”Quién dice la gente del siglo XXI que soy yo?” ... hay que contestar: Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén, en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, murió crucificado en Jerusalén bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio; es el Hijo de Dios hecho hombre “que ha salido de Dios”. (Juan 13, 3).

Del deseo ardiente de conocer a Cristo nacieron luego el amor y el seguimiento alegre y generoso de los apóstoles, hasta la sublime entrega en el martirio.

José Rosario Ramírez M.

Unos dicen que…

En la vida de todo niño, existe la etapa de las preguntas, en donde a través del cuestionar quiere llegar al conocimiento, y Jesús consciente de ese proceso de maduración de sus apóstoles de hacerlos pasar de una fe infantil a una fe adulta y con frutos, los interpela y les lanza la pregunta que desde entonces la humanidad, en buena parte, ha pretendido contestar: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”

Pero la lejanía de la pregunta misma, qué dice la gente, los demás, despersonaliza la respuesta y con ello multiplica las hipótesis, por lo cual Jesús no se queda en el que dicen, que se escucha, y se adentra en la profundidad del hombre: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

Esta nueva pregunta exige un encuentro, no es sólo la manifestación de lo que yo he escuchado y se dice, no es demostrar cuánto sé, sino qué tanto me he relacionado con el otro de quien se pregunta, al decir quién es para mí, implícitamente digo quien soy yo. Pedro dice: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y con ello dice, sin pronunciarlo, soy un creyente, creo en ti.

Para nosotros, los creyentes de este tiempo, esta pregunta no debe ser un examen de catequesis y conocimientos bíblico-históricos, sino de relación, de encuentro, quién es Cristo para mí, desde el encuentro y experiencia que he tenido de él, qué sé desde lo que he vivido, y qué he hecho en mi vida con lo que de él sé, qué ha hecho él en mí, ya que en dichas respuestas de vida es donde Cristo sigue edificando su Iglesia, porque no se trata de una estadística de agremiados, sino de creyentes dispuestos a un estilo de vida, que se da desde el encuentro con el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Reducir la respuesta o pretender mantener mi pertenencia a la Iglesia desde lo que unos dicen, es engañarnos, no es lo que unos dicen, sino lo que yo he vivido, el encuentro tenido con Cristo.

No seamos uno más de los que dicen, sino de los que se han encontrado con Cristo y transformado su vida, para poder proclamar junto con Pedro, que es la Iglesia, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

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