Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | Amanda González Moreno

Mudanzas

Crónica de una mudanza

Por: EL INFORMADOR

Me encuentro en la Ciudad de México para “ayudar” a una amiga cambiarse de apartamento, uso las comillas porque para levantar cajas contrató a una mudanza profesional, con dos camiones y una decena de hombres fuertes bien uniformados.

Vamos a la mitad de los muebles y en proceso de bajar el refrigerador por la ventana cuando el coordinador de la hazaña nos avisa que nos cayó la patrulla. Amenaza con llevarse todo al corralón, declarando que no hay nada que hacer pues supuestamente hemos transgredido alguna ley de tránsito.

Llevo dos años viviendo en un pueblo de Estados Unidos y por un momento le creo y se me viene el mundo abajo; visualizo todas las pertenencias de mi amiga, perfectamente bien empaquetadas, en una bodega oscura sin poder ser rescatadas, desapareciendo poco a poco.

Yo imagino que la panza de nueve meses de embarazo de mi amiga podrá mitigar cualquier problema, pero el poli no se conmueve. Nos damos por vencidas, ¿sólo tratará con un hombre?

Poco después el mudanzero se encarga y la patrulla se va, previa “propina” por supuesto, dejando atrás un minúsculo pedazo de papel con una clave escrita a mano que asemeja una ecuación de álgebra de primaria, la cual evitará que sus compañeros dupliquen la bonanza.

Al término del día la repartición de “gratificaciones” se ha multiplicado, cada uno de los prestadores de servicios de la remodelación, ante la evidente urgencia de terminar el trabajo, deciden incrementar en pequeños porcentajes sus honorarios bajo amenaza de irse dejando todo a medias; el cuidador del edificio solicita compensación por las barridas extra de la escalera, y hasta el de la mudanza acaba pidiendo más de lo acordado.

 Con la cartera vacía, pero habiendo ya pasado lo más difícil, cerramos la puerta de su nueva morada listas para desempacar.

A los pocos días regreso a casa y me toca a mí hacer mudanza. La decena de hombres del D.F. es sustituida por tan sólo tres amigas muy voluntariosas, a quién “soborno” con cervezas para que me ayuden a cargar, y la labor de los camiones con capacidad para dos mansiones es sustituida por unos 20 viajes en camioneta.

Mi nuevo hogar se hallaba casi en ruinas, pero yo le había encontrado un inmenso potencial. Un mes atrás los propietarios habían acordado resolver los múltiples problemas que aquejaban al lugar. Al llegar, anticipaba una labor de estropajos y trapeadores, pero jamás esperé que no hubieran comenzado aún los arreglos.

En vez de llamar a los especialistas, el dueño, su esposa y los hijos decidieron abocarse a resolver cada uno de los asuntos; al intentar abrir una ventana pegada rompieron el vidrio, al reemplazar mosquiteros descubrieron una colonia de hormigas que habían anidado dentro de un muro, y para reparar el escusado, les tomó encerrarse todos en mi baño por horas leyendo el manual para lograr cambiarlo pieza por pieza. Para el séptimo día sentía yo que se habían mudado conmigo y que el Home Depot era su segundo hogar.

Cada zona de la que se apoderaban acababa en ruinas, con una serie de nuevas complicaciones; huecos en paredes, soluciones hechizas que pronto se descomponían. Aquí parece que no ajusta ni para el fontanero, electricista ni fumigador, aquí es el imperio del “DIY” (do it yourself) o hágalo usted mismo.

 Al final de una larga semana, cuando se habían ido por fin, preferí ignorar la luz fundida, la hornilla rota, y decidí no quejarme más esperando a que mágicamente me convierta yo también en un as del DIY. Sin mordidas, pero con dolor.

Tapatío

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