Martes, 03 de Junio 2025
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Letras

Cristina Rivera Garza: literatura de fronteras movedizas

Por: EL INFORMADOR

Cristina Rivera Garza reconoció que su libro de poesía Los textos del yo “es muy extraño, de verdad me causa ciertos conflictos...”. Ante el auditorio reunido en el Salón Rojo —el espacio dedicado a la lectura en voz alta, especialmente de poesía, organizado y dirigido por la pintora Rosalba Espinosa— la autora comentó que se trata de un libro del que no ha querido hablar mucho, por eso, en lugar de dar explicaciones, leyó: “No me pidas ternura./ Amantísima, la más mía, pídeme cualquier otra cosa./ Tengo los bolsillos repletos de carreteras bífidas./ Pídeme una fractura/ la soledad del muro solo bajo la sola lluvia/ gotas de adrenalina. Sombra de cal./ Yo nunca le canté a la rosa.// Si tienes miedo, pídeme heroína./ Si tienes hambre, pídeme lenguaje”.

Esta lectura en el Salón Rojo la ofreció el viernes 3 de febrero de 2006. Los textos del yo, editado por el Fondo de Cultura Económica, había salido de la imprenta en noviembre de 2005. Leyó tres poemas de cada uno de los tres libros que forman el volumen: La más mía, Yo ya no vivo aquí y ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte?

Indagar en los conflictos que le produce su libro de poesía es una buena forma de introducirse en la literatura de esta escritora. Quizá provengan del hecho de que Cristina Rivera Garza es una reconocida narradora: su novela Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999) es un clásico joven de las letras mexicanas que ganó varios premios: el Nacional de Novela José Rubén Romero 1997, el IMPAC-CONARTE-ITESM 2000 y el Sor Juana Inés de la Cruz 2001.

A este libro le siguieron solamente libros de cuentos y novelas, hasta llegar a Los textos del yo. Sin embargo, La más mía fue publicado un año antes de Nadie me verá llorar, y poesía fue lo primero que publicó en su carrera literaria, en 1985, en la revista Punto de Partida de la UNAM. Al ver su bibliografía queda claro que en su escritura poesía y narrativa han convivido; también al leer sus libros: en su narrativa hay poesía, y en sus poemas hay estrategias narrativas; y también al leer sus ensayos y  su blog, que mantiene muy activo ( www.cristinariveragarza.blogspot.com).

Cristina Rivera Garza nació en Matamoros, Tamaulipas, en 1964. Estudió Sociología urbana en la UNAM y es doctora en Historia latinoamericana por la Universidad de Houston. Las fronteras son movedizas en su literatura, su carrera académica, su vida: después de cuatro años de vivir en México, en Toluca, adonde llegó luego de 15 años de residir en Estados Unidos, regresó de nuevo al país vecino este 2008. Actualmente es profesora de escritura en la Universidad de California en San Diego. Los temas que desarrolla en esa universidad son: escritura de poesía y ficción; historia y literatura, culturas de la frontera, y escritura híbrida.

Entonces, ¿cuáles son esos “ciertos conflictos” que le causa su libro de poesía?

Poema:
    Las mujeres-con-pasado

Se les reconoce porque siempre miran hacia atrás.
A veces es un gesto que quiere pasar desapercibido
—la mano que sacude polvo imaginario
de un hombro, los ojos que vuelan sin permiso,
el perfil en constante acecho— y otras el descarado
volverse justo cuando se ha doblado la penúltima
esquina.
Se les reconoce porque su ropa parece extraída,
invariablemente, de un clóset de 1940.
Las manos les tiemblan, oh tan levemente, cuando
llevan la taza de café a los labios rojos, estriados, vivos.
Se arremolinan sobre los asientos. Como se dice.
Se ven más jóvenes de lo que son.
No saben estarse quietas, excepto cuando ven hacia
los ventanales. Cuando el zumbido hipnótico de la
mosca se las lleva lejos. A través.
Son platicadoras, ligeras, solares. Discurren
con facilidad sobre el costo de la vida y el quehacer
de los gobernantes. Han visto todas las comedias
románticas con Meg Ryan o Julia Roberts.
Utilizan con frecuencia la palabra carisma.
En el alrededor de sus cuerpos se esparce a menudo
ese aroma algo dulce y algo empalagoso
de los perfumes pasados de moda.
Hay rumores a su paso. Bisbiseos abstractos, algas,
maravillas.
A mí me gusta verlas sobre todo del otro lado
de los ventanales. Cuando encienden el primer
cigarrillo, cuando aspiran el humo, cuando lo dejan ir.
Esa grisura.
Ese terco callarse.
Todo esto bajo el zumbido hipnótico de la mosca
que nos lleva lejos, a través de los cristales sucios
de grasa y de tiempo. Todo esto.

Tomado del Libro III: ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte? de Los textos del yo, Cristina Rivera Garza, México, FCE, 2005

De la novela La muerte me da:

    1
Lo que creí decir (capítulo, fragmento)

–Pero si es un cuerpo –farfullé para nadie o para alguien dentro de mí o para nada. Al inicio no reconocí las palabras. Dije algo. Y eso que dije o creí decir era para nadie o para nada o era para mí que me escuchaba desde lejos, desde ese lugar interno y hondo a donde no llegaban nunca el aire o la luz; ahí donde se iniciaba, hostil y avorazado, el murmullo, el atropellado aliento sin voz. Un pasadizo. Un bosque. Lo dije después del azoro; después de la incredulidad. Lo dije cuando el ojo pudo descansar. Luego de ese largo rato que me tomó volverlo forma (algo visible) (algo enunciable). No lo dije: salió de mi boca. La voz baja. El tono del espanto o de la intimidad.
–Sí, es un cuerpo –debí decir y, en el acto, cerré los ojos. Luego, casi de inmediato, los abrí otra vez. Debí decirlo. No sé por qué. Para qué. Pero levanté los párpados y, como estaba expuesta, caí. Pocas veces las rodillas. Las rodillas cedieron al peso del cuerpo y el vaho de la respiración entrecortada me nubló la vista. Trémula. Hay hojas trémulas y cuerpos. Pocas veces el tronar de los huesos. Cric. Sobre el pavimento, a un lado del charco de sangre, ahí. Crac. Las piernas dobladas, los empeines al revés, las palmas de las manos. El pavimento se conforma de rocas pequeñísimas.
De La frontera más distante:

El rehén (cuento, fragmento)

Me llamó la atención el anillo que llevaba en el dedo anular de la mano derecha: una gruesa argolla de oro salpicada de pequeños diamantes. Era ostentosa y femenina y, en la mano del hombre que se sentaba en la fila de enfrente, no muy lejos de mí, parecía fuera de lugar. Los mocasines afables. La perfecta raya en el pantalón de lana. El saco de pana. El cuello. El mentón bien rasurado. Sólo desvié la vista cuando me percaté de que lloraba. El sobrecogimiento cuando eso sucede: ver a un hombre llorar. Recargaba la frente sobre los dedos de la mano izquierda, tratando sin duda de cubrirse el rostro, pero eso no impedía que se notara la humedad alrededor de los ojos, el recorrido vertical de las lágrimas. Fingí ver hacia la gran ventana con el hastío de quien espera un vuelo retrasado y, cuando eso no funcionó, abrí un libro. Me pregunté muchas veces mientras intentaba leer una de sus páginas sin conseguirlo si había puesto el libro en la maleta de mano para eso, para fingir que no veía a un hombre llorar en un aeropuerto casi vacío al filo de la madrugada. En realidad no podía ver otra cosa. Me incorporé con la intención de caminar por los pasillos alumbrados y solos y, por eso, me sorprendí cuando, en lugar de avanzar hacia la derecha, di un par de pasos a la izquierda y le rocé el hombro.
–¿Necesita agua? –le pregunté.

Los libros de Cristina Rivera Garza

• NOVELA:
Nadie me verá llorar, Tusquets / CONACULTA / INBA, 1999
La cresta de Ilión, Tusquets, 2002
Lo anterior, Tusquets, 2004
La muerte me da, Tusquets, 2007

• CUENTO:
La guerra no importa, Joaquín Mortiz/ INBA, 1991
Ningún reloj cuenta esto, Tusquets, 2002
La frontera más distante, Tusquets, 2008

• POESÍA:
Apuntes, UNAM / Punto de Partida, 1985
La más mía, CONACULTA, Tierra Adentro, 1998
Los textos del yo, Fondo de
Cultura Económica, 2005
La muerte me da (firmado con el seudónimo
Anne-Marie Bianco), Bonobos /
Tecnológico de Monterrey, 2007




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