Jueves, 22 de Mayo 2025
Suplementos | La salida estaba marcada a las 21 horas, en el Parque de la Revolución. Salí tarde, circulando con la precaución del novato

Grito bicicletero

Armado de valor, como el ciclista casi principiante que soy, me lancé al paseo nocturno que se organiza todos los jueves primeros de cada mes

Por: EL INFORMADOR

Armado de valor, como el ciclista casi principiante que soy, me lancé al paseo nocturno que se organiza todos los jueves primeros de cada mes, y que recorre diferentes rutas de las calles céntricas de la ciudad, que por momentos quiere recuperar el carácter de pueblo bicicletero de sus viejos tiempos. Estaba indeciso, pues hasta ese día en la noche no me había conseguido un casco ni un buen faro para mi bicicleta seminueva, que recién me conseguí gracias a una ganga familiar.
La salida estaba marcada a las 21 horas, en el Parque de la Revolución. Salí tarde, circulando con la precaución del novato y rechinando los frenos en cada esquina, bajándome de la bici para cruzar avenida México y circulando por la banqueta en Vallarta, que me pareció lo más seguro. A la altura de Enrique Díaz de León, bajando por Vallarta, se emparejó una palomilla de avezados ciclistas adolescentes, que en un instante me rebasaron. Otros más fueron desembocando en la avenida, hasta formar una línea de paseantes en dos ruedas, a la que los peatones le abrían el paso, algunos extrañados. Desde ese momento, tuve la sensación de formar parte de una película que hace tiempo tenía ganas de ver en esta ciudad tan entorpecida por tanto auto.
Cuando llegamos al parque, el pelotón principal ya había salido. El reto consistió entonces en darle alcance lo más rápido posible, sorteando las congestionadas avenidas: Federalismo, primero, Hidalgo, después, y Belisario Domínguez, enseguida. Al poco ya éramos un grupo que se atrevía, por momentos, a arrebatarle un carril a los automotores, cuyos choferes contemplaban también el extraño paisaje.
En 5 de febrero no se veía por ninguna parte al pelotón principal. Sabíamos que iban a ser muchos, cientos de equilibrados paseantes, pero ni sus luces. Al contrario, entramos en un tramo de calles desiertas y oscuras, donde una porra de borrachos salió de su antro para chiflarle a las chicas, algunas de ellas vestidas de adelitas y alguno que otro sombrerudo, pues el paseo tenía como tema el de la independencia y su grito.
A la altura del parque Agua Azul, fantasmal a esa hora, unos de una pick up nos avisaron que estábamos cerca. Tuvimos que hacer un sprint en 16 de septiembre, a un costado del Condominio Guadalajara, y ahí sí, pasando el Sears del centro, fue que nos encontramos con el monstruo ciclista, avanzando lentamente como una mancha, y deteniendo el tráfico de carros y camiones por unos instantes, invitando a imaginar cómo es que puede seguir funcionando una ciudad sin embotellamientos.
Así fue como dimos vuelta en Juárez, esta vez ocupando todos los carriles de la avenida, algo que fue posible, gracias a la colaboración de un subgrupo de ciclistas (en donde confluyen varios grupos y organizaciones interesadas en el tema de la movilidad urbana, además de cientos de simples ciudadanos sin otro fin que el de disfrutar de un paseo en bicicleta), que la hacían de agentes de tránsito y contenían el malhumor, y quizá la furia de más de algún chofer desesperado.
La experiencia de formar parte de un conglomerado de mil 200 ciclistas, según algunos cálculos, además de resultar en sí misma muy placentera (el clima nocturno era ideal) y emocionante (vi a gente realmente eufórica), fue también un poco cómica. Me recordó un dibujo de esos que hizo Abel Quezada, el bon vivant cartonista del Excélsior de Julio Scherer, cuando aceptó formar parte de esas gigantescas comitivas de invitados en los tiempos hiper presidencialistas de Luis Echeverría, y se detuvo a tomar apuntes de algún paisaje asiático, creo, con cientos de ciclistas de todos los tamaños, colores y sabores, como si a cada personalidad le correspondiera un modelo de bicicleta.
Al final del paseo, todos los ciclistas se detuvieron en el andador Escorza, junto al Museo de las Artes, en lo que sería una fiesta. Las esculturas gigantes de Alejandro Colunga, estuvieron a la altura de la situación. Ocurrió entonces el concurso para ver quién de los ciclistas lucía más mexicano y cuál de la bicicletas se parecía más a un caballo.  ¡Viva México!.

por: gerardo lammers

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