Jueves, 28 de Marzo 2024
Suplementos | Unos ladrones lo confundieron con el familiar de su víctima

El caso del notificador confundido, torturado y sordo

Unos ladrones lo confundieron con el familiar de su víctima, unos policías con un ladrón y unos agentes del Ministerio Público dijeron que era un asesino

Por: EL INFORMADOR

La tortura no es mala suerte ni una coincidencia. Eso lo dice el notificador. ESPECIAL /

La tortura no es mala suerte ni una coincidencia. Eso lo dice el notificador. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (09/JUN/2013).- Las salas de tortura de la Fiscalía Central de Jalisco están en la Calle 14. Son cuartos con seguro, a los que se llega esposado luego de una caminata ciega por varios pasillos. Quienes los han recorrido escucharon el ruido de las máquinas Olivetti y el chacoteo de las mujeres que trabajan tras las paredes.

El notificador pasó por esos corredores, el 23 de mayo de 2013. Por la mañana unos ladrones lo confundieron con el familiar de su víctima, unos policías lo confundieron con un ladrón y unos agentes del Ministerio Público dijeron que era un asesino. Pero no. Ni pariente ni ratero ni matón: nomás el empleado con mala suerte de un juzgado penal, que aquel jueves fue designado para entregar un exhorto.

Fue un día de coincidencias. La primera, sin duda, de lugar y hora; Francisco Zarco 122, barrio del Santuario, 11:20 de la mañana. Desde la calle, el notificador hacía el intento de entregar el exhorto. Había llegado unos 10 minutos antes, pero como la aludida no estaba y se trataba de un caso penal, la anciana madre de ésta la puso al teléfono. Cuando el mensajero intentaba explicarle a la exhortada de qué iba el asunto, sintió que le ponían un cañón en las costillas derechas, al tiempo que la voz de un hombre estresado le ordenaba: “¡Sube los brazos! ¡Métete a la casa!”.

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Fue un asalto rápido y habría sido impecable


Al notificador le pusieron un par de coscorrones, lo metieron en un cuarto y le dijeron en altisonante que si se movía se iba al cielo. Antes de que lo tiraran al piso, le amarraran las manos y le echaran un mantel en la cabeza alcanzó a ver que en la habitación había otros, todos atados: un hombre y tres mujeres, entre ellas la anciana madre de la exhortada. También alcanzó a lanzar el exhorto y el teléfono, sin colgar, debajo de un tocador. El exhorto, para que los bandidos no descubrieran que trabaja para un juzgado penal; así fue. El teléfono, con la esperanza de que su oyente pidiera auxilio; así fue.

Después de unos minutos las víctimas oyeron que desde la calle un hombre gritaba: “¡Señora! ¿Está bien?”, y oyeron que los saqueadores huían y que el sonido de una sirena se acercaba a la casa. “Ya la libramos”, han de haber creído todos.

Para el notificador la pesadilla estaba empezando

La segunda coincidencia funesta de aquel jueves fue el asesinato del policía José Sandoval, del Grupo Gama de la Policía de Guadalajara.

Como el mensajero no colgó el teléfono durante el atraco, su interlocutora llamó a la Policía, pero antes mandó a dos empleados a ver qué pasaba. Fueron los que desde la calle le preguntaron si estaba bien a la anciana, causaron la huida súbita de los cacos y atestiguaron el escape, en un coche verde. Más bien el intento de escape, porque en esas José Sandoval y dos compañeros suyos motociclistas comenzaron una persecución. Hubo balazos. Uno le dio a Sandoval en la cara. Murió al instante, en la esquina de Mariano Bárcenas con Herrera y Cairo.

“En pocos minutos fueron retenidas dos personas y detenidos seis sujetos, quienes fueron entregados a un agente del Ministerio Público de la Fiscalía para ser investigados”, declaró enseguida el director operativo de la Policía de Guadalajara, Francisco Ornelas.

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Los empleados de la hija de la anciana fueron los primeros que entraron a la casa de Francisco Zarco tras la fuga de los ladrones. Reconocieron y desataron a todos… menos al notificador. Igual pasó con la Policía. Cuando la afectada hizo el inventario de los que estaban ahí, del único que no supo decir el nombre fue del mensajero. Él le rogó a todos que buscaran su identificación en la cartera, que abrieran su coche, que llamaran a su oficina. Nadie lo peló: “Vas a ir a tiznar a tu madre. Tus amigos mataron a un policía”, le respondió un agente.

Aquí y allá, primero lo tuvieron dos horas dentro de la patrulla, esposado, con las ventanas altas y bajo el sol de mayo. Desde el principio, la madre del notificador fue objeto de recordatorios, insultos y violaciones verbales. Pero eso era nada; lo llevaron al patio de la Fiscalía en la Calle 14, donde ocurrió la tercera coincidencia del día y la única feliz. Vio cruzar el patio a un abogado penalista, el amigo de un amigo, a quien llamó a gritos y suplicó que hiciera un par de llamadas, a su trabajo y a su familia.

Apenas lo había hecho cuando un policía municipal vino por él y se lo entregó a un agente disfrazado de civil. Éste lo hizo caminar por un pasillo, que está a un costado de la agencia. A la mitad del corredor le pidió que se detuviera y agachara. Le jaló la camiseta, desde la panza hasta la cabeza para encapucharlo. A ciegas, lo hizo subir cuatro o cinco escalones. Tocó una puerta —se oyó que quitaron un seguro y abrieron— y se lo entregó a otro agente que lo hizo caminar por varios pasillos, subir y bajar peldaños y pasar por otra puerta, donde el interrogatorio comenzó.

Quiénes son tus padres, tienes hermanos, con quién vives, qué andabas haciendo en Francisco Zarco 122. Apenas intentaba él decir que iba a notificar un asunto del juzgado penal, cuando sintió el golpe a puño abierto en la cabeza. Le siguieron horas de golpes. Ellos preguntándole qué estaba haciendo. Él contestándoles que notificando, ellos pegándole, diciéndole en altisonante que le iba a ir peor, que ya confesara.

No sabe cuánto tiempo transcurrió, pero al fin lo sacaron de ese cuarto. Un hombre lo volvió a encaminar por los pasillos, hacer subir peldaños, acompañarlo a otro cuarto y volvió a entregarlo. En la segunda habitación una voz le ordenó que se sentara y, cuando quiso hacerlo, una bota lo aventó al piso. ¿Tú eres el notificador?, oyó. Iba a responder cuando sintió una cacheteada en la oreja izquierda. No fue una cachetada de telenovela, sino de dictadura. Lo tumbó y lo dejó sordo. La misma voz de antes le ordenó: levántate hijo de tu tal por cual. Cuando intentó hacerlo, la mano de antes volvió a caerle sobre la oreja y tumbarlo. Levántate, hijo de tu tal por cual. Y lo intentó. Y volvió a caer. Quiso dejarse morir y unas patadas en la cabeza le recordaron que seguía vivo. Quiso pararse, pero lo hincaron a punta de patadas en los testículos. La voz le pedía algo sencillo: “Confiesa”.

El tiempo pasó, menos mal. En un momento le quitaron la camiseta de la cara y le mostraron las fotografías de unos desconocidos. No te hagas, le dijo una voz en altisonante; sabemos que mataste a un policía.

El notificador apenas podía oír, estaba mareado y sentía que la cabeza se le iba a desprender.

Lo regresaron al pasillo, donde oyó pasos y voces. Algunos preguntaban cuál era el crimen. Su guardia contestaba que había matado a un colega. Los preguntones se desquitaban a golpes.

Fue conducido a otro cuarto, donde volvieron a interrogarlo, ahora sin golpes. Ahí, alguien ordenó que lo llevaran a la agencia. Alguien le quitó la capucha. Alguien se le acercó para decirle que, al parecer, sí era quien había dicho.

En la Calle 14 caminar por un pasillo lateral y entrar a una de las oficinas públicas pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte, vino a enterarse el notificador. Ahora estaba en la oficina: “Siéntese, licenciado”, le rogó un hombre. “¿Quiere una Coca? Ándele, no me la desprecie. ¿No quiere? Bueno. Fíjese, licenciado que encontraron, debajo de un tocador el exhorto que iba a entregar ¡Hubiera dicho, licenciado! Se puede ir, licenciado”.

Pensó que era una broma. ¿Y si afuera, en lugar del mundo real había otros pasillos con otros cuartos con otros interrogatorios? Estaba confundido, pero cogió fuerza para caminar a toda prisa.

***

Afuera estaba el mundo real: su familia con cara de congoja y el secretario de acuerdos del juzgado, quien la tarde anterior le había pedido que entregara el exhorto y traía una copia certificada del documento.

La última casualidad del día: iban llegando, a ampliar su denuncia, la anciana de la casa de Francisco Zarco y su hija, a quien iba dirigido el documento. El secretario aprovechó para leérselo y la mujer firmó de recibido.

Eran casi las siete de la tarde. El notificador sintió que el sol lo encandilaba y se le escurrieron las lágrimas: seguía sordo del oído izquierdo.

Un parte médico de lesiones de la Cruz Verde, del 23 de mayo, dice que tiene un trauma de tímpano de hueso temporal izquierdo, posterior a un mioma. Un examen que se hizo en el Seguro Social indica “perforación timpánica de 80% en el oído izquierdo”. Tiene las dos muñecas amoratadas y pérdida severa de la fe. Se graduó como abogado y siempre quiso ser penalista. Ahora sabe que muchos retenidos morirán mientras son torturados y otros mentirán.

Se está animando a presentar una denuncia. Teme hacerlo porque cree que los agentes que lo investigarán son los mismos que lo golpearon. Tienen todos sus datos. Teme quedarse sin denunciar.

Jesús Muñoz Dueñas, el secretario general del Sindicato Único de Trabajadores al Servicio del Poder Judicial de Jalisco, acusa que los notificadores siempre están en riesgo, que trabajan 14 horas diarias, ponen su carro y pagan la gasolina. Pero, afirma, nunca habían tenido tan mala suerte.

La tortura no es mala suerte ni una coincidencia. Eso lo dice el notificador.

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