Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 14 de agosto de 2010 - 01:52 hs GUADALAJARA, JALISCO (14/AGO/2010).- Llueve como hace mucho no sucedía. Las primeras horas de la madrugada traen los pasos, primero titubeantes, de la tormenta. Pero luego se establece su dominio y, largamente, el agua bienhechora sigue cayendo sobre la ciudad en calma. Los días amanecen nublados todavía, agosto ofrece entonces una frescura suave y reposada. La cota de la laguna sigue su ascenso, el espejo incomparable quiere volver por sus fueros. Para dondequiera que el rumbo apunte, el verdor del campo es una ancha bandera de júbilo. En el muro de adobe enraizó una planta correosa y firme: quitarla supone los usuales estropicios al enjarre. La raíz, sin embargo, caló hondo, y no tardarán los renuevos socarrones en alzar sus hojas persistentes. ** John Le Carré es uno de los absolutos maestros de la prosa inglesa contemporánea. Sobrepasa con mucho los límites del género de novelas de espías en que se mueve. Ha dado títulos memorables que son ya clásicos, varios de ellos llevados al cine. (Simplemente recordar El espía que vino del frío, o la trilogía Tinker Tailor Soldier Spy, The Honorable Schoolboy y Smiley’s people.) Dueño de un superlativo dominio del inglés, de un seguro instinto para la narración y de un poderoso y sutil sentido del humor, Le Carré (19 de octubre de 1931) construye sus historias con un vigoroso gusto que transmite intensamente al lector. Sus libros se devoran con fruición. Su penúltima novela aparecida, The Mission Song, es una estupenda muestra de lo anterior. El escritor tiene debilidad por los héroes vulnerables y marginados, como es el caso del intérprete anglocongolés que protagoniza esta entrega. Pero además, Le Carré hace puntualmente su tarea: las intrigas geopolíticas africanas son expuestas con brillante claridad, al mismo tiempo que retrata con reticente compasión la triste realidad de la República Democrática del Congo. Conrad y Greene nunca están muy lejos del tono y la engañosa profundidad con que sus personajes son trazados y sus situaciones contadas. Al final, hay una clara toma de partido por los pobres y explotados, una denuncia palmaria de la perversidad del poder y el dinero. Habrá que procurar su siguiente novela, A most wanted man; y aún la que estaba por aparecer este año: Our kind of traitor. Gran literatura, y ratos muy divertidos. **De transcripciones: Desde antes de conocerla supo que los dados estaban tirados, la suerte en contra. Qué fácil fue sin embargo saber de su llegada, perderse desde un primer día en una larga inquisición sobre la precisa naturaleza de su vuelo, sobre la imposible significación de sus gestos. Qué liviano fue el filo que trazó en su frente la indeleble inscripción de una lumbre que no cesa. Y saber que la caravana había partido, vislumbrar en los fuegos de los campamentos cada vez más lejanos un mínimo episodio de las marchas por venir. Y aunque la tela de los años desplegara siempre su desvaída trama, todos los días eran el mismo y cada vez era el tigre rasgando con idéntica furia la paz de la mañana. No importa dejar dicho cuantas veces el asombro de su cuerpo devastó como un milagro las últimas certezas: importa acaso contar que el fin del incendio nunca llega. El viento arrecia, la zarza no se extingue, los desfiladeros continúan ardiendo mientras la de la mirada de ave piensa que se aleja. Pero los cantiles blanquísimos del deseo y de la gracia están siempre adelante, y contra sus escarpas llegará, hasta los días últimos, el aliento que sostiene el viaje. ** Paul Auster, en Moon Palace: “Todo era una cuestión de conexiones fallidas, mala sincronización, tentalear en la oscuridad. Estábamos siempre en el lugar correcto a la hora equivocada, en el lugar equivocado a la hora correcta, siempre esquivando al otro, siempre a unas cuantas pulgadas de entender toda la situación. A eso es a lo que la historia se reduce, creo. Una serie de oportunidades perdidas. Todas las piezas estaban ahí desde el principio, pero nadie sabía como juntarlas.” Y en otra parte: “Trabajaba para sí mismo ahora, liberado de la amenaza de las opiniones de otras gentes, y esa sola circunstancia era suficiente para producir un cambio fundamental en la manera como se acercaba a su arte. Por primera vez en su vida, dejó de preocuparse por los resultados, y como consecuencia los términos “triunfo” y “fracaso” habían de repente perdido su significación para él. El verdadero propósito del arte no era crear hermosos objetos, descubrió. Era un método de comprensión, una manera de penetrar el mundo y hallar el propio lugar en éste, y cualesquiera cualidades estéticas tuviera un lienzo individual eran un subproducto del esfuerzo por comprometerse en esta lucha, de acceder a la esencia de las cosas. Se liberó a sí mismo de las reglas que había aprendido, confiando en el paisaje como un compañero y un semejante, abandonando voluntariamente sus intenciones a los asaltos del azar, de la espontaneidad, de la avalancha de las esenciales particularidades. No temía ya al vacío que lo rodeaba.” ** La música del azar. Es el caso de un aparatito, un iPod, que este espectador recibió agradecido de fraternales manos generosas. Ya cargado, en toda su capacidad, de música a la que la probada afinidad de gustos –en lo general- hacía muy disfrutable. Pero todo está en los detalles. Arreglado para sonar en una serie aleatoria de siete mil 136 canciones, el aparato va dictando, ciertas veces, el ánimo del día. Y de repente insiste en tocar, agradeciblemente, una selección de “la Cura” con breves alternancias; o se clava en poner los poco amables sonsonetes de Daft Punk, ciertas tonadas lounge, lo más desafortunado de los Chemical Brothers (que pueden ser buenísimos de repente) o los lados b más olvidables de Madonna. Entonces hay que brincar números. Pero de repente aparecen cosas desconocidas u olvidadas, como Blue Train, de Robert Plant y Jimmy Page, y por seis minutos todo se compone, las rayas caen justas, la mañana avanza. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones