Suplementos | Por Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 31 de julio de 2010 - 01:22 hs GUADALAJARA, JALISCO (31/JUL/2010).- Atmosféricas. Alguien golpea unos metales en la obra en curso. Alcayatas para colgar el día. En el incierto silencio de la tarde fijan aquí el instante que pasa. De la construcción en derrumbe quedan unos cuantos muros de adobe, reblandecidos por las tormentas. Estos cuantos trazos que dejara el ala del genio, estas huellas de un paso más alto, se despiden. De este lado, el jardín llovido desprende un olor hondo y remoto. Llega el día de San Ignacio, límite de julio. ** De la batea de las postales. A través del arco múltiple que da al patio asoleado se puede ver la fuente de los leones. Las fieras, hechas como de azúcar, forman una rosa de los vientos, y cada una guarda un flanco de la copa que sostienen, en donde el agua ejecuta su delgada danza. El arabesco que forma el surtidor encierra la cifra de la ciudadela entera. En la sala de las Dos Hermanas una penumbra tejida por los años se arrebuja en los rincones y los borra, y así el espacio adquiere una densa inmaterialidad. Una ventana geminada, arriba, deja ver el cielo deslumbrante de Granada, un fragmento de una techumbre apenas esbozada. Los muros están cubiertos por una intrincada caligrafía que en sus trazos fija sobre los enjarres, pulidos hasta el infinito, el oro del día. La postal está fechada en Málaga, agosto de 1922. Una escritura rápida habla de cartas escritas y nunca mandadas, de fechas y aniversarios que se llevó el tiempo. ** La voz de Marguerite Yourcenar sigue resonando en los párrafos magistrales de Opus Nigrum: “Más allá de aquel pueblo, hay otros pueblos; más allá de aquella abadía, otras abadías; más allá de esta fortaleza, otras fortalezas. Y en cada uno de esos castillos de ideas, de esas chozas de opiniones superpuestas a las chozas de madera y a los castillos de piedra, la vida aprisiona a los locos y abre un boquete para que escapen los sabios. Más allá de los Alpes está Italia. Más allá de los Pirineos, España. Por un lado, el país de La Mirandola; por el otro, el de Avicena. Y más lejos, el mar, y más allá del mar, en las otras orillas de la inmensidad, Arabia, Norea, la India, las dos Américas. Y por doquier los valles en donde se recogen las plantas medicinales, las rocas en donde se esconden los metales, que simbolizan cada momento de la Gran Obra, los grimorios depositados entre los dientes de los muertos, los dioses que ofrecen sus promesas, las multitudes en que cada hombre se cree el centro del universo. ¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?”. ** En un ignoto librito que habla del Mississippi aparece la improbable cita: “Muy poco antes de la muerte de William Faulkner, el escritor mantuvo correspondencia con Elvis Presley. Faulkner había oído que la madre de Elvis había muerto y le escribió para animar al muchacho de Mississippi, su paisano”. Dato. ** Malcolm Lowry, de nuevo. Su admirado Kipling lo escribió famosamente: “el triunfo y la derrota, esos dos impostores.” De un recuento de poemas del escritor inglés, como sin quererlo, aparece un poema. Se llama... Tras la publicación de “Bajo el volcán” El éxito es como un terrible desastre Peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derrumbe Cuando las vigas caen cada vez más aprisa Mientras tú sigues allí, testigo desesperado de tu condenación. La fama como un borracho consume la casa del alma Revelando que sólo has trabajado para eso- Ah, si yo no hubiese sufrido su traidor beso Y hubiese permanecido en la oscuridad por siempre, hundido y fracasado. ** De transcripciones. Homenaje a Nora Arnezeder. Del último fondo de la pantalla crece un resplandor inconfundible y fugaz. Como una llama súbita, como un aleteo. Una certeza inamovible y esquiva surge de la breve contemplación de unos rasgos iluminados por la gracia, de un gesto que transmite lo indecible. La fútil química del cine abre sin quererlo desfiladeros por donde transita el tranquilo vértigo, el paso seguro del equilibrista sobre el vacío insondable. Justo el tiempo para volver a ver esa cara, reconocer la pose, saludar el ademán que todo el cuerpo esboza en la lejanía de unos reflectores que hace mucho se apagaron; prender un cigarro, repetir una vez más que ese instante inasible, esa precisa vez, sucede: la promesa cumplida de la felicidad. Quizás. ** Charles Aznavour. Su voz anchurosa, su dicción exacta, entona la canción que abre y cierra la película. Corren los títulos y el célebre cantante de ascendencia armenia algo dice sobre el tiempo que corre, se fuga, se va. Y que aquí regresa, privilegio de los juglares, en la cadencia de unas notas que acompañan el olvidable desfile de nombres y lugares que cubren la pantalla. Aznavour nació en París en 1924. Su carrera cubrió buena parte del siglo XX. Con extraña intermitencia, ha estado presente a lo largo de todos estos años. Con alguna frecuencia, sus canciones han sido la tela de fondo, y la clave, para las estaciones que se obstinan en durar. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones