Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador jpalomar@informador.com.mx Por: EL INFORMADOR 10 de julio de 2010 - 01:55 hs GUADALAJARA, JALISCO (10/JUL/2010).- Atmosféricas. Una avioneta vuela a baja altura, contra el cielo nublado de julio. Va haciendo surcos en el aire, y metódicamente deja caer su reguero de palabras sobre la ciudad indiferente. Alguien imagina entonces que, en vez de esa insulsa cantaleta comercial, el piloto, harto de las proclamas que agobian a cientos de miles de oídos indefensos, decide programar, para generar alarma de los patrocinadores de su vuelo, una música insólita y arriesgada que eriza la piel de los que la oyen, que hace detener por un instante las tareas en curso, imaginar días sin límites, tardes incendiadas y perdidas, cosas que nunca sucedieron y que la música aérea vuelve por un momento tangibles, presentes, reales. El piloto nunca sabrá todo lo que su música suscita en el apretado tejido de la ciudad reblandecida por la reciente lluvia. La silueta del avión se refleja brevemente sobre los charcos de las azoteas azoradas, y por las ventanas entreabiertas a la claridad incierta de la mañana plomiza aletea el pájaro dorado de la posibilidad, del azar y la ventura. ** Visto en video. El viejo y el mar. Fui demasiado lejos… repite una y otra vez el viejo pescador derrotado por los tiburones de la adversidad. Una adaptación del relato que Hemingway situó en Cuba, pero que hubiera podido situarse en cualquier parte. La película es de 1958, y la dirigió John Sturges. Spencer Tracy actúa con una justeza admirable, y repite las líneas de Hemingway con una serenidad, y a ratos con una seca nobleza, que derivan del gran teatro clásico. No es, ciertamente, una cinta divertida: Hemingway se concentra con fiereza en relatar el despiadado destino del hombre que lucha contra su propio sino. El anciano pescador, después de hacerse 84 días al mar sin tener suerte, encara al fin la pesca de su vida. La cruel jugada del destino en la que se ve envuelto, la encarnizada fatalidad, los agravios de los años que se acumulan, sólo tienen su resolución en el estoicismo y en la terca esperanza que renace gracias a la presencia, en un niño, de la inmemorial renovación de la lucha por encarar los días. ** D.H. Lawrence le escribe a nuestro viejo conocido Witter Byner, el poeta con quien pasó algunas temporadas Lawrence a la orilla de la laguna de Chapala, y en donde ambos frecuentaron al muy joven Luis Barragán. La carta esta fechada en Navojoa, Sonora. Es octubre de 1923: “Este Oeste es mucho más salvaje, más vacío, más desesperanzado que Chapala. Le hace sentir a uno que la puerta se ha cerrado sobre sí. Hay un sol ardiente, un cálido y vasto cielo, unas inhumanas grandes colinas verdes, y montañas: un litoral chato y ardiente, con unas pocas palmeras, a veces un mar azul oscuro que no es de esta tierra; luego los pequeños pueblos, que parecen estar deslizándose al abismo, y la puerta de la vida cerrada sobre todo, sólo el sol ardiendo, las nubes de pájaros pasajeros, los zopilotes como moscas, las perdidas palmeras solitarias, el denso polvo de las carreteras, los burros moviéndose en medio de una nube dorada de tierra. En las montañas, abandonadas e inmóviles, están las minas de plata…[…]También fuimos a las haciendas. Una hacienda de ganados, salvaje, fantástica, brutal, con una brutalidad devastadora…”. “Aquí estamos. Creo que cuando lleguemos a Mazatlán tomaremos el barco hasta Manzanillo, y seguiremos hasta Guadalajara. Allí se está mejor…”. ** La carta anterior viene incluida en el último número de la revista Biblioteca de México. La entrega es excelente, dedicada a la reproducción de epistolarios y otros escritos de variados autores: Swift, Pope, Johnson, De Musset, Flaubert, el citado D.H. Lawrence, F.S. Fitzgerald, G.B. Shaw y Dylan Thomas. El atinado diseño y las bien escogidas ilustraciones hacen la lectura de estos textos aún más placentera. De Dylan Thomas, se incluye una traducción de Esteban Pujols del poema La luz penetra donde no brilla el sol. De allí, estas últimas estrofas: El alba rompe por detrás de los ojos; desde la cabeza hasta los pies el vendaval de la sangre se desliza como un mar; ni vallados, ni estacados, los surtidores del cielo se precipitan hacia la vara adivinando en una sonrisa el aceite de las lágrimas. La noche en las cuencas ronda, como una luna de asfalto, el límite de los globos; el día alumbra los huesos; donde no hay frío, el viento deshollador desprende las ropas del invierno; la piel de la primavera cuelga de los párpados. La luz penetra en los solares secretos por las puntas del pensamiento, donde los pensamientos huelen en la lluvia; donde muere la lógica, el secreto del suelo crece por los ojos, y la sangre salta al sol; sobre las yermas parcelas se detiene la aurora. ** Regresos, despedidas. Sobre el tapete verde del verano corren los dados de la fortuna y el número suma 10. Suertes son jugadas, la apuesta otra vez se cruza, gira el destino. De lejos, llega el sonido de las voces infantiles, llegan los pasos que ahora visitan otros caminos, el baile y las ansias de volar que vuelan, el temblor del aleteo inminente. Vuelve la voz que hace cantar invisibles campanas, la sombra clara que sabe calmar la sed, y a la vez la aviva. Vuelve, siempre, el cuarteto del Salmo IV de Quevedo: La lengua se me pega a la garganta; agua a mis ojos falta, a mi voz bríos; nada me desengaña; el mundo me ha hechizado. Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones