Suplementos | Por: Juan Palomar Diario de un espectador Invasor disimulado, el frío se adueña de cuartos y corredores Por: EL INFORMADOR 9 de enero de 2010 - 04:08 hs Invasor disimulado, el frío se adueña de cuartos y corredores. Es hasta que se sale de ciertos espacios cuando, al contacto del aire más tibio, se da uno cuenta del concienzudo trabajo del frío, de su zarpa invisible que todo lo va royendo. Arde la chimenea y los ojos infantiles anudan sus miradas a todas las que desde tiempo inmemorial han sido fascinadas por la danza de la lumbre inasible. Llega el sueño después y el olor a las brasas de la noble leña puebla entonces la casa, pone coto al frío. Llega el viaje infinito de los Magos, y los tres reyes desfilan con el regalo de su día: tercera epifanía de un niño. ** Juan O’Gorman escribió una autobiografía que terminó en 1970, ahora vuelta a publicar por Pértiga. Resulta muy interesante el recuento personal de uno de los arquitectos inaugurales del funcionalismo mexicano. Su trayectoria oscila entre dos grandes influencias: la de Le Corbusier (dice que leyó varias veces Vers une architecture) que se observa con claridad en la casa para Diego Rivera y Frida Kahlo, y la suya de 1932; y una muy peculiar versión de la "arquitectura orgánica" de Wright que inspiró su última casa (por cierto demolida en los sesenta por Helen Escobedo). Como muralista y pintor su trayectoria es también notable. En estas memorias aclara el nexo entre la Casa de la Cascada del mismo Wright y el mural de la biblioteca Gertrudis Bocanegra de Pátzcuaro, ubicada en la iglesia de San Agustín. Resulta que fue invitado a los Estados Unidos por el señor Kaufmann (dueño de la obra maestra wrightiana) a pintar un mural, en la Asociación de Jóvenes Judíos de Pittsburgh, y que luego no se pudo hacer. Como compensación, el magnate le pidió a O’Gorman que escogiera un lugar en México para realizar, a su costa, el mural que quisiera. De tal generosidad proviene "La historia de Michoacán" que decora el testero de la antigua iglesia. De Pensilvania a Michoacán, directo. ** Antonio Muñoz Molina, nacido en 1956 en Úbeda, es uno de los más importantes escritores de su generación. El jinete polaco, por ejemplo, es una novela en más de un sentido ejemplar. Publicado por la misma editorial Pértiga, hay un volumen que recoge una serie de artículos periodísticos de los noventas. Se llama Travesías. A algunas piezas se las está comiendo irremediablemente el tiempo; la mayoría resisten con plena solvencia y otras son extraordinarias. Muñoz maneja un castellano ceñido y preciso, con insospechados vuelos líricos aquí o allá. En algún lugar dice: "Mi afición a la música clásica no es desinteresada, y le debe mucho a la literatura, y en particular a Marcel Proust: sólo me gusta cuando me procura recuerdos que yo ignoraba poseer y me concede la sensación no de comprenderla, sino de ser comprendido y admitido, de ser de algún modo absuelto por ella." Luego. "No hay continente ni biblioteca ni bosque más fértil que la memoria de un solo ser humano, no hay tesoro más valioso ni más frágil: la muerte de alguien es siempre una catástrofe tan irreparable para el conocimiento como el incendio de la biblioteca de Alejandría." ** Muñoz Molina sobre la ciudad: "Las utopías urbanísticas han resultado tan devastadoras como las utopías sociales. Cada mañana, al salir a la calle, uno constata no el desánimo moral, sino la pura imposibilidad práctica de vivir en ciudades colapsadas y arrasadas por los coches, desfiguradas por túneles y aparcamientos, despojadas de su belleza y de su habitabilidad por una permanente y zafia invasión de ruido, de humo negro, de chatarra y de cólera, ciudades sin corazón que a la caída de la noche se convierten en guetos o en peligrosas extensiones desiertas por las que nadie se atreve a caminar." ** Retrato a mitad de la batalla. Aunque sólo aparece un fragmento, el personaje principal es un viejo gigante cuyas raíces la erosión de los años ha ido dejando al aire. Su fronda aún ofrece una sombra titubeante. Luego sigue un páramo terregoso sobre el que las tolvaneras saben bailar con los vientos de marzo. Más atrás, un muro de piedra en declive y, al fondo, dos hileras de viviendas mínimas y sórdidas que se encaraman sobre una loma pedregosa. Ingrato lugar para la esperanza. Pero sobre una banca, cubierta de grafitti y que los deslaves han dejado en vilo, alguien habla por teléfono. Una tenue línea se establece, en esta comunicación ahora perdida, entre el territorio devastado desde el que la señal parte y la elusiva posibilidad. De otros árboles, de mejores casas, de jardines y plazas con fuentes, de calles tocadas por la gracia y la justicia. La línea sigue abierta. Prosigue la batalla. ** ¿Somos humanos o danzantes? Los Killers hacen esta pregunta en una de sus canciones más conocidas. El sentido de la desconcertante cuestión permanece abierto. (Sobre todo porque en inglés dicen, con "mala" gramática "somos humanos o somos danzantes".) Este espectador prefiere pensar en las innumerables horas de agotadores ensayos, en los límites de la resistencia y el equilibrio siempre llevados más allá por quien practica la danza con pasión y seriedad. Más precisamente, bajo los cielos regiomontanos, en una delgada figura, en una bailarina, que a medida que gira por los años y los esfuerzos resuelve a cada vez la cuestión: a través de la danza y sus transportes y sus zozobras se vuelve cada vez más humana. Como los justos de Borges, que sin saberlo salvan el mundo. Pero los Killers hablan de otra cosa –allá ellos- vagamente, parece, inspirados en un comentario de Hunter S. Thompson, y dicen en parte de la letra: "Hice lo que pude por darme cuenta/ cuando la llamada recorrió las líneas/ hasta la plataforma de la claudicación/ me trajeron pero fui gentil/ y a veces me pongo nervioso/ cuando veo una puerta abierta// cierra tus ojos, limpia tu corazón// corta la soga/ somos humanos o somos danzantes/ mi señal es vital, mis manos están frías/ y estoy de rodillas buscando la respuesta/ somos humanos o somos danzantes// dale mis respetos a la gracia y la virtud/ manda mis condolencias al bien/ mi consideración al alma y el romance/ siempre hicieron lo mejor que pudieron/ y hasta luego a la devoción, me enseñaste todo lo que sé/ un saludo de despedida, deséame el bien/...somos humanos o somos danzantes." jpalomar@informador.com.mx Temas Tapatío Diario de un espectador Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones