Suplementos | En las calles de la ciudad está mi amor. Poco importa a dónde va en el tiempo fragmentado Diario de un especatador Vivo en su fondo mismo como un guijarro dichoso. Bajo su mando, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano donde se inscribe su impulso, mi libertad lo marca. Por: EL INFORMADOR 19 de junio de 2008 - 17:48 hs Por: Juan Palomar Cae el tiempo de aguas, telón reluciente sobre el que dibuja sus pasos el verano. La ciudad reconoce al temporal, como el potrero ve regresar al toro que busca la querencia. Las casas se apretujan ante la llegada de la tormenta. Cada una reconoce sus íntimas grietas, los rincones por los que la humedad renovará su huella. El jardín escoge con cuidado sus renuevos, hace provisión de agua, rellena los secretos veneros sin los que no atravesaría indemne las secas. Un árbol hay, el primero, que levanta su estampa alegre, saluda al aire, agradece al tiempo. La ciudad en la noche. Desde lo alto de algún edificio las luces dibujan a trechos la ciudad tan conocida. El río es una ancha sierpe de sombra que parece arrastrar trozos de calles; el Sena fluye bajo los puentes iluminados. Aquí y allá se destaca, en la amplia fotografía, algún jirón de luz. Casi siempre es una ventana, a veces un rincón de una banqueta, un pedazo de muelle que apenas se adivina. Un hábil dispositivo permite acercarse a esos mínimos ámbitos. Tras los cristales se ve entonces a una mujer desnuda que se aleja, a un grupo de amigos que ríen, a alguien que hunde la cabeza entre los brazos. O una televisión desierta, una lámpara en vigilia, una pareja acurrucada contra la oscuridad. O, afuera, un hombre en el frío que espera en una esquina, una larga péniche que atraviesa, con débiles farolas, la hora tardía. Arriba, las nubes aún guardan cierta luz, y recogen a su vez la que la ciudad le envía. Todo sucede ahora, todo esto es ya ceniza. De la ciudad que incandesce queda este rastro, este múltiple latido: podría ser muchas partes. Es París, noche adentro. De esa ciudad, de esa lengua que la construye, de ese país hondo y tenaz, viene el vislumbre -apenas- de tres poetas, reiterados en su visita, fieles en su misterio transparente, incorporados al torrente de los días que por aquí transitan. De René Char: En las calles de la ciudad está mi amor. Poco importa a dónde va en el tiempo fragmentado. No es ya más mi amor, cualquiera puede hablarle. No lo recuerda ya: ¿quién sería el que lo amó? Busca su semejante en la confesión de las miradas. El espacio que recorre es mi fidelidad. Dibuja la esperanza y ligero la conduce. Es preponderante sin jamás tomar parte. Vivo en su fondo mismo como un guijarro dichoso. Bajo su mando, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano donde se inscribe su impulso, mi libertad lo marca. En las calles de la ciudad está mi amor. Poco importa a dónde va en el tiempo fragmentado. No es ya más mi amor, cualquiera puede hablarle. No lo recuerda ya: ¿quién sería el que lo amó y lo ilumina de lejos para que no caiga? Un fragmento de Robert Desnos: Tanto soñé de ti que es ya tarde sin duda para que despierte. Duermo de pie, el cuerpo expuesto a todas las apariencias de la vida y del amor y tú, la única que cuenta este día para mí, podría menos tocar tu frente y tus labios que los primeros labios y la primer frente venida. Tanto soñé de ti, tanto anduve, hablé, dormí con tu fantasma que no me queda ya quizás, y sin embargo, que ser un fantasma entre los fantasmas y más sombra cien veces que la sombra que se pasea y se paseará alegremente sobre el reloj solar de tu vida. De Francis Jammes: La niña lee el almanaque junto a su cesta de huevos. Y, además de los santos y del tiempo que hará, ella puede contemplar los bellos signos de los cielos: Cabra, Toro, Carnero, Pez, Etcétera. Así, creer puede, pequeña campesina, que sobre ella, en las constelaciones, hay mercados, iguales con sus asnos, sus toros, sus carneros, sus cabras, sus peces. Es el mercado del Cielo sin duda el que ella lee. Y, cuando da vuelta a la página a una señal de las balanzas, ella se dice que en el cielo como en la abarrotera se pesa el café, la sal, y las conciencias. Temas Tapatío Lee También El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Año de “ballenas flacas” El maestro de la brevedad: a 107 años del nacimiento de Juan José Arreola La vida del jazz tapatío Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones