Domingo, 12 de Octubre 2025
Suplementos | Por: Juan Palomar

Diario de un Espectador

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Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (16/OCT/2010).- La suave noche de octubre traslada al mundo, en vilo, hacia otra mañana. Como un pase de magia, la luz amanecida revela a una ciudad que, a pie y desde hace siglos, acompaña a la Virgen de regreso a su santuario de Zapopan. Y sólo los necios –que son confederación– dejarán de advertir, o advertir que otros advierten, el profundo surco numinoso y liviano que deja por los barrios que atraviesa el paso fervoroso de los romeros. Así ha sido desde siempre, una mínima efigie hecha de metal, de noble madera, de piedra, tal vez de caña, que actúa como un potentísimo imán que hace sentir, a lo largo de los siglos y de las distancias, su magnetismo hecho de sufrimientos y plegarias, de esperanzas y agradecimientos, de mundano deseo de estar en otra parte, con los otros, y en marcha. En Santiago de Compostela, el célebre botafumeiro oscila para todos los peregrinos regando con su incienso una fe que así quiere ayudarse –por un olor que establece un aura misteriosa y remota– a aprehender lo inasible. La muchedumbre que sigue a la Generala deja a su paso el eco de los cantos, el ritmo estremecedor de los danzantes, el murmullo del rosario, la gracia inefable de las letanías, el inverecundo desenfado de los que simplemente van a distraerse. Queda un reguero de cañas, un desfile de puestos y tinglados variopintos y evanescentes, basura innúmera y municipal, paseantes que, chapeteados, descansan en los Colomos. Queda, por toda la ciudad, un rumor de multitudes que se alejan. Por Libertad, al filo del mediodía, una decena de jinetes avanza al paso cansino de sus caballerías, el aire ausente de quien viene de lejos.
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Mezclas duras. Va primero una traducción de una obra maestra de Bob Dylan: Sad-eyed lady of the lowlands, una insólita canción de 1966, compuesta en las encrespadas madrugadas del Chelsea Hotel y que dura 11 minutos. Un desgarrado, despiadado poema de amor, heredero directo del ánimo del surrealismo, ya por siempre incorporado en el intrincado universo dylaniano. Habla de Sara, su mujer: con un aliento arcaico, emparentado con la narración bíblica, restablece su retrato y su historia, enhebrando recuerdos oídos de ella y rasgos que dibujan la inquietante, elusiva belleza de la musa. Va:
Con tu boca de mercurio en los tiempos de misión/ Y tus ojos como humo y tus rezos como rimas/ Y tu cruz de plata y tu voz como campanas/ Oh ¿quién pensaban que podría enterrarte?/ Con tu bolso al fin bien protegido/ Y tus visiones de tranvías que pones en la hierba/ Y tu carne como de seda y tu cara como de vidrio/ ¿Quién entre ellos pensaba que podría llevarte?// Mujer de ojos tristes del bajío/ Donde el profeta de ojos tristes dice queningún hombre viene/ Mis ojos de almacén mis tambores árabes/ ¿Debo ponerlos a tu puerta/ Oh mujer de ojos tristes debo esperar?// Con tus sábanas de metal y tu cinturón de encaje/ Y tu juego de cartas sin sota ni as/ Y tus ropas de sótano y tu cara ausente/ ¿Quién entre ellos puede pensar en descifrarte?/ Con tu silueta donde el sol se nubla/ Dentro de tus ojos donde el rayo de luna nada/ Y tus canciones de caja de cerillos y tus himnos gitanos/ ¿Quién entre ellos intentaría impresionarte?//
Los reyes de Tiro con sus listas de convictos/ Esperan en fila por su beso de geranios/ y no sabrías que así pasaría/ ¿Pero quién entre ellos quiere de veras sólo besarte?/ Con la lumbre de tu infancia sobre tu tapete de la medianoche/ Y tus maneras españolas y las drogas de tu madre/ y tu boca de vaquero y tus conectes de toque de queda/ ¿Quién entre ellos crees que hubiera podido resistirte?//
Oh, los granjeros y los hombres de negocios todos decidieron/  Enseñarte los ángeles muertos que escondían/  ¿Pero por qué te escogieron para simpatizar con ellos?/ ¿Cómo podrían ellos nunca confundirte?/ Quisieron que aceptaras la culpa por la granja/ Pero con el mar a tus pies y la falsa falsa alarma/ Y con el hijo de un rufián envuelto entre tus brazos/ ¿Cómo podrían jamás, jamás persuadirte?//
Con tu recuerdo de lámina de Cannery Row/ Y tu marido de revista que un día simplemente tuvo que irse/ Y tu dulzura ahora que no puedes esconder/ ¿Quién entre ellos piensas que te emplearía?/ Te quedas ahora con tu ladrón estás bajo su palabra/ Con tu medallón sagrado que  doblas entre tus yemas/ Y tu cara de santa y tu alma fantasma/ ¿Quién entre ellos piensas que podría destruirte?// Mujer de ojos tristes del bajío/ Donde el profeta de ojos tristes dice que ningún hombre viene/ Mis ojos de almacén mis tambores árabes/ ¿Debo ponerlos a tu puerta/ Oh mujer de ojos tristes debo esperar?
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El otro texto es, también, de una belleza absolutamente deslumbrante. Es un fragmento del prólogo que escribió Eliseo Diego para uno de sus libros más entrañables: Por los extraños pueblos. Lo que dice encierra una profunda importancia:
¿Y para qué sirve un libro de poemas?, preguntarán ahora, obedientes, mis hijos. Servirá para atender, les respondería. Maestros mayores les dirán, en palabras más nobles o más bellas, qué es la poesía; básteles entretanto si les enseño que, para mí, es el acto de atender en toda su pureza. Sirvan entonces los poemas para ayudarnos a atender como nos ayudan el silencio o el cariño.
No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio. A lo que Dios me dio en herencia he atendido tan intensamente como pude; a los colores y sombras de mi patria; a las costumbres de sus familias; a la manera como se dicen las cosas; y a las cosas mismas –oscuras a veces y a veces leves–. Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas en cada hombre: y como ninguna de nuestras obras es eterna, o siquiera perfecta, sé que les dejo a lo más un aviso, una invitación a estarse atentos. A estar, mejor que estuve yo nunca, en lo que Dios nos dio en herencia.
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De los grandes equivocados, de frases arrogantes y hueras. Dice Jean-Paul Sartre: “Las cosas son enteramente lo que parecen ser y detrás de ellas no hay nada”.  Inpertérritos, los niños del mundo elevan por el aire, con sus humildes cosas transfiguradas, sus juegos instantáneos e invulnerables.
Como dice el querido Eliseo, esas cosas, oscuras a veces y a veces leves.

Tapatío

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