Suplementos | A Luis Adolfo se le ha llegado a mencionar como un posible candidato al premio Nobel de Física De memoria: ¡Un físico tapatío! Luis Adolfo Orozco, hombre de larguísimos dedos, que suele hablar en voz baja y que posee una risa peculiar, desde muy joven dio muestras claras de su inteligencia, su curiosidad intelectual y su pasión por la ciencia. Por: EL INFORMADOR 27 de junio de 2008 - 23:25 hs Por: Alfredo Sánchez Estoy seguro de que quienes conocimos a Luis Adolfo Orozco en la preparatoria no dudaríamos en calificarlo como el clásico cerebrito, sujeto de mente privilegiada, que no hace otra cosa más que estudiar, y a quien es forzoso copiarle en los exámenes o preguntarle cuando de plano no hay manera de que entendamos una ecuación de segundo grado. La terminología ha cambiado y hoy se les suele llamar nerds, pero como podrán concluir si llegan al final de este rollo, en el caso de Luis Adolfo tales calificativos son, por decir lo menos, parciales, si no es que injustos. Sí, es cierto que cuando alguna clase se suspendía, en lugar de salir al patio de la escuela a jugar futbol o simplemente a echar relajo, solía quedarse en el salón de clases a aprovechar el tiempo leyendo. Y no cualquier cosa: yo, por ejemplo, alguna vez lo sorprendí a sus 16 años embebido en El medio divino de Teilhard, de Chardin. En mi opinión sabía más matemáticas que los maestros, pero también se podía platicar con él de literatura, de música, de política o de cine. Es más, recuerdo que hasta llegamos a ser compañeros en un raro taller de cine que organizó Pedro Matute en el departamento de Bellas Artes de Jalisco. También recuerdo un fallido intento que hizo por ingresar a la política estudiantil, cuando se lanzó de candidato a la presidencia de la escuela. Su planilla se llamaba Naranja, en honor de la célebre película de Kubrick. Sus contrincantes, más pragmáticos, optaron por el nombre de Tecate aludiendo a la famosa marca de cerveza. Yo participé en la planilla Naranja, pero no tengo que decir aquí de quien fue la victoria aplastante. Definitivamente lo suyo era la ciencia. Al terminar la preparatoria, Luis Adolfo se inscribió en ingeniería mecánica en el ITESO y de ahí emigró a Estados Unidos a especializarse en Física, su profesión desde entonces. Aunque viene ocasionalmente de vacaciones –no falla a su cita anual con el mar del occidente- y a visitar a su familia, su residencia ha quedado, fatalmente como la de muchos otros científicos, lejos de su país. Si no me fallan las cuentas –a mí nunca me entraron las matemáticas- este año llega a los 50, momento oportuno, supongo, para acordarme de él. La última vez que lo vi, hacia fines del 2007 en un café de la avenida Chapultepec, me regaló un libro que, según me dijo, terminó de leer en el avión rumbo a Guadalajara: The Rest is Noise una serie de ensayos sobre música de concierto del siglo XX del crítico musical de The New Yorker, Alex Ross. Su interés por la música, en especial la contemporánea, ha sido constante durante años y lo llevó a conocer, por azar, a mi hermano Carlos, compositor de esa clase de música, hace años en Nueva York. Ambos esperaban afuera del teatro donde se celebraría un concierto cuando se produjo, más o menos, el siguiente diálogo: - Pero ¿tú no eres hermano de Alfredo? - Sí, ¿pero cómo lo sabes? - Te pareces a él en el modo como mueves los pies. Es sabido que los físicos, habituados a la observación de laboratorio, deben fijarse en múltiples detalles, aún los más insignificantes; esta observación a ras de suelo produjo entre el físico y mi hermano una amistad que se mantiene hasta la fecha. A propósito de su labor profesional, a Luis Adolfo se le ha llegado a mencionar como un posible candidato al premio Nobel de Física aunque, modesto como es, cuando se toca el tema lo rehuye diciendo que esas son palabras mayores. Pero lo cierto es que ha trabajado en el equipo de algún ganador de esa distinción. Actualmente trabaja en la Universidad de Maryland experimentando con cosas como la fuerza débil, el ruido de la luz, la óptica cuántica, los superconductores de iones y las trampas de láser. Ha trabajado con enormes aceleradores de partículas cuyo número se cuenta en el mundo con los dedos de una mano, y cuando estaba en la universidad norteamericana de Stoney Brook, logró la proeza de capturar por primera vez uno de los elementos químicos más raros de la tabla periódica: el Francio. Pero no crean que todo lo que hace es trabajo mental. Yo mismo me asombré cuando me confesó que su labor es muy demandante físicamente: tiene que diseñar y, con frecuencia, operar aparatos como tornos y fresadoras para moldear piezas de acero y aluminio, que requieren sus experimentos. Además disfruta impartir clases pues, según le dijo a Juan Carlos Nuñez en una entrevista para la revista Magis en 2005, el contacto con los alumnos lo ayuda a ver los problemas de manera diferente y a mantener la honestidad intelectual. Luis Adolfo Orozco, hombre de larguísimos dedos, que suele hablar en voz baja y que posee una risa peculiar, desde muy joven dio muestras claras de su inteligencia, su curiosidad intelectual y su pasión por la ciencia. Es un científico mexicano reconocido mundialmente que continúa trabajando duro, sin saber si sus investigaciones tendrán una aplicación práctica a corto, mediano o largo plazo. Simplemente se hace preguntas, investiga, experimenta y trata de encontrar una respuesta. ¡Ah!, y siempre trae un pañuelo en el bolsillo del pantalón. 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