Suplementos | por: ángel cervantes Cuento La despedida Por: EL INFORMADOR 9 de enero de 2009 - 21:18 hs 5 de diciembre de cualquier año, de hace varios años. Sólo recuerdo el día y el mes, es por eso que hoy deambulo por las calles de Barcelona, pues por más que he querido dejarlo, no he podido. Me persigue todas las noches y en ocasiones hasta de día, o en la habitación del hotel si estoy solo. Está por terminar el año. Cuando dejé México, mi mujer me dijo que si me acompañaba; le dije que no. El motivo es que cuando siento más miedo es cuando me gusta estar solo. Y cuando estoy solo es cuando se aparecen mis fantasmas. Tal vez ella lo sabe, por eso no me dijo nada, sólo me deseó suerte. Llevo varios días caminando sobre mis recuerdos, bebiendo copas de mi pasado, arrancando flores de mis recuerdos, mirándome en los escaparates. Y sigo siendo yo, pero no el mismo. El tiempo ha cincelado con furia arrugas en mi piel y los años han pintado muchas canas en mi pelo. 31 de diciembre. Sólo faltan unas horas para que el año dé vuelta a la esquina y se vaya a la eternidad del pasado y en la siguiente calle aparezca uno nuevo. El destino es preciso, no falla; cada año hace lo mismo. Está obscureciendo y el frío cala más que de costumbre. Tal vez es un sudor frío que corre por mi espalda o la vida está empezando a pasar facturas sobre mi esqueleto. Voy caminando por la calle de San Jaime. Al llegar a Vía Layetana, imágenes pasadas me detienen. Espero dos luces rojas y sigo caminado hasta la calle de Moncada. Al llegar a la champañería me detengo unos segundos para ver las paredes de cantera a las que alguna vez hostigué con vómitos de exceso y momentos de placer. Pido un cava de la casa hasta que se hacen las seis; al pagar ya había hecho efecto el espumoso en mi cabeza. Apareció Santa María del Mar y la Viña del Señor -claro, un bar-. Seguí escrutando las entrañas del barrio y las mías propias. Él ya estaba detrás de mí hacía muchas horas. Llego por fin al lugar indicado, un bar sin nombre con poca clientela, atendido por un señor que tenía tapizada la piel de tatuajes, pelo largo y un gitano a medio fumar en la boca. Le pregunté si tenía absenta. No me contestó, sólo me guiñó un ojo afirmando. Sacó una botella sin etiqueta, pero con el líquido verde espirituoso. “¿Como va o con fuego?”, preguntó. “Con fuego”, contesté. Hizo el ritual y bebí. Al segundo trago la calle era una boca de lobo, más obscura que mi consciencia. Al tercer trago lo invité a beber conmigo, lo cual aceptó sin remilgos. No sé cuántos tragos más bebimos; cuando vi el reloj faltaban 15 minutos para dar vuelta a la esquina del tiempo. El cantinero me miró y me preguntó: “¿Algo más?”, y como buen mexicano le dije: “La última y nos vamos”. Puso una copa de cristal muy bonita con altorrelieves y sacó una cucharilla recortada en forma de águila. Luego puso el cubito de azúcar, lo mojó con el líquido verde y le dio candela. Cuando el fuego estaba en lo más alto de la copa, la cogí y derramé una parte de licor ardiendo al suelo. El cantinero me miró y sin mediar pregunta le dije: “Es por los que se adelantaron en el calendario y lo echo a la tierra porque ahí están esperándonos”. Apagué la copa y bebimos en silencio. Pagué, salimos a la calle. Él cerrando las puertas de su negocio y yo cerrando el tiempo y caminando sin rumbo. Un aire helado golpeó mi espalda y un escalofrío me hizo voltear de inmediato. Sólo vi una sombra dando vuelta en la esquina. Seguí caminando y lo sentí de nuevo, cerca, muy cerca de mí. Seguí mi camino. Sin quererlo, me detuve y me giré sobre los talones y dije en voz alta: “Aquí te dejo para que empieces a vivir lo que dejé en el pasado; espero que te guste, pues ya no quiero que me persigas. Ya tengo lo que me enseñaste y dejé lo que no me gustó. Ahora vete, que ya puedo estar solo. Los tres minutos que no tuve cuando te fuiste, hoy los he conseguido”. Empezaron a sonar campanas por todos lados. Era media noche y anunciaban Año Nuevo. Corrí a la esquina y por fin vi que mi padre se iba cabizbajo. Ya no volteó a donde yo estaba, signo inequívoco de que se iba en paz. Con la música de las campanas recordé a mis muertos, al viejo Waldo Saavedra, al doctor Carlos del Toro, a Susana San Román, al tío Elías, guerrero de mil batallas perdidas; a la comadre Carla Sebille; a la otra comadre, María Luisa Colunga; a Geni, a Betito, a Don Miguel y Doña Rita; a Luis Miguel Suro, a la prima Paz. Y por último, a ¡mi padre! El recuerdo se hacía realidad. Todos se juntaron, iban como una gran familia platicando. Nadie volteó para atrás. Sigo caminando sin rumbo y más recuerdos. Ahora son mis amigos, los vivos: Luis Diablo, Eliseo Alberto (Lichi), Marcel Santaularia, mi compadre Alejandro Colunga, el “Negro” Nisino, incondiocinal; el doctor Federico; Waldo, mi compadre; Carlos Gutiérrez, Panchito Rodríguez, Ale Varela, Nachito Bustamante, Uli Calleros, Jacha, Miguel Ángel, Akira, Gabriel Villa, Sergio Barba, Paloma Farías, Sheila Ríos, Maite… y muchos más. Quiero regresar a México. El frío me ha hecho llorar y los recuerdos le han dado fortaleza al corazón. Mi familia me espera. Descansen en paz mis muertos. Y mis vivos que tengan paz. Sin quererlo, me detuve y me giré sobre los talones y dije en voz alta: “Aquí te dejo para que empieces a vivir lo que dejé en el pasado; espero que te guste, pues ya no quiero que me persigas. Ya tengo lo que me enseñaste y dejé lo que no me gustó. Ahora vete, que ya puedo estar solo. Los tres minutos que no tuve cuando te fuiste, hoy los he conseguido”. Temas Tapatío Lee También Daniela Yoffe cultiva nuevas rutas culturales Celebran la segunda entrega del galardón Don Jorge Garciarce Ramírez “Toda persona vista de cerca es un monstruo”: Comedia que desafía al espectador Los apantles Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones