Suplementos | ¿Sabes si es necesaria la oración en tu vida? ¿Para qué orar? ¿Cómo orar? Con los brazos en alto La oración es una actitud fundamental del cristiano Por: EL INFORMADOR 16 de octubre de 2010 - 08:27 hs - / El hombre de este siglo XXI es con frecuencia interrogado sobre temas de política, de bienestar en su comunidad, de esos asuntos traídos y llevados por las multitudes, de deportes, de su equipo de futbol, y responde y opina. En este domingo vigésimo nono ordinariamente surge no una, sino un racimo de preguntas a este hombre que siempre está de prisa, siempre con su mente atiborrada de ruidos y de imágenes. Tú, hombre de hoy, ¿sabes orar? ¿Quieres orar? ¿Sabes si es necesaria la oración en tu vida? ¿Para qué orar? ¿Cómo orar? El siglo actual tiene sus elementos singulares y por todos los factores del cambio, no sólo climático, sino en los seres humanos, en su pensamiento, en sus anhelos, en sus acciones; aunque todos luchan por el pan de cada día, son distintas las maneras de buscarlo y los caminos para alcanzarlo. Globalización, anonimato, multitudes, masas humanas, despersonalización, mercanización, tecnificación y, en lo profundo del pensamiento, secularización y ateísmo teórico o práctico, se aprecian en algunos estratos de la vida social. Ahora la presencia de Dios se siente lejana o borrosa. Siente el hombre su dominio sobre los espacios siderales y los abismos de los oceanos, y con la ayuda de la ciencia y de la técnica confía en obtenerlo todo y cree no tener necesidad de la mano invisible de Dios. Así, ¿qué sentido tendrá la oración? ¿Qué es la oración del cristiano? La oración es la relación viva del hombre que tiene fe, y con la oración se relaciona la criatura con su Creador. Es un acto de fe en la presencia cierta, no visible, de Dios tres veces santo y una comunicación con Él. “Para mí --dijo Santa Teresa del Niño Jesús--, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro, de la prueba, como desde adentro, de la alegría”. Dios ha venido al encuentro del hombre, le damos el nombre de Emmanuel --Dios con nosotros-- y ha venido a mostrar el camino de salvación, a ofrecer su amor, y este amor encuentra su más alto fin en la respuesta en el recíproco amor, el del hombre a Dios porque Él amó primero. Un hombre solitario en el desierto, el hermano Carlos de Jesús , pasaba largas horas en oración y, preguntado, respondió: “Orar es pensar en Dios amándole”. Santa Teresa de Jesús --la grande, la de Avila-- definió así la oración: “Tratar de amor con quien sabe de amor”. Porque la verdadera oración tiene dos profundas raíces: la fe y el amor. Porque el hobre cree en Dios y porque se siente amado por Dios, a Él se dirige. Sea la forma de orar la que sea, si con el pensamiento, si con palabras, si con cantos y otras muchas maneras, ¡qué bien ora quien bien vive! La oración es una actitud fundamental del cristiano Por eso el culto divino. La Iglesia ha ido perfeccionando el culto a Dios con la liturgia --conjunto de ritos y formas-- en la misa, el Oficio Divino, la administración de los sacramentos y los sacramentales. Es la Iglesia orante, es el cuerpo místico de Cristo unido en fe y caridad, y a una vez todos alaban al Señor. También las comunidades religiosas dedican comunitariamente ciertas horas del día a la oración como familia de Dios. Y muy laudable es la oración en familia, cuando el padre, la madre y los hijos, convencidos de su pequeñez y de la incapacidad de alcanzarlo todo con el esfuerzo propio, acuden a quien todo lo puede; así surge la plegaria, o bien el sentimiento de acción de gracias. ¿Para qué orar? En la primera lectura de la misa de este domingo, el escritor sagrado narra qe los amalecitas emprendieron batalla contra el peregrino pueblo de Israel. Mientras los israelitas luchaban encabezados por Josué, Moisés, en lo alto del monte, oraba con los brazos en alto. Cuando se cansaba y los dejaba caer, Amalec dominaba; sus cercanos se esforzaron para levantarle los brazos y cambiaba la suerte en favor de los israelitas. Si le preguntaran a Moisés ¿para qué orar?, breve sería la respuesta: “Para triunfar”. Para triunfar, el hombre debe orar. El hombre es un ser limitado en el tiempo, en el espacio, en su propia capacidad, en sus fuerzas físicas, psicológicas e intelectuales. No hay superhombres en este planeta. Por eso descubre, adquiere, una visión profunda, conoce el poder y la bondad de Dios y la dependencia absoluta de su Creador, y así surge en el corazón humano el impulso de adorar, de dar gracias, de pedir perdón, de implorar algún bien, y esas son sus intenciones al orar. El hombre realmente sabio ha descubierto que necesita de Dios Y con fe, con humildad, entra en trato con Dios mediante la oración. Cualquiera que sea el lenguaje de la oración --gestos o palabras--, es todo el hombre ante su Señor y se establece una alianza, una relación viva. Por la oración y con la oración el hombre se eleva, se acerca a Dios y si está dispuesto percibe en su interior la respuesta, porque se entabla un diálogo y envía el Señor su mensaje de amor, de consuelo, de alegría. Jesús enseña a orar Cristo lleva al cristiano como Maestro y lo conduce al Padre. Enseña cómo la fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que el hombre puede sentir y comprender. Enseña con su ejemplo: muchas veces se apartaba de las multitudes y de sus discípulos, y buscaba la soledad para “orar al Padre”. También en público elevaba su plegaria: “Padre, te ruego por los que me diste”. Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración y les insiste en pedir “en Su nombre”. Insiste en la oración de petición: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Pedir con insistencia En el Evangelio de este domingo el Señor, con una breve parábola, deja la enseñanza: ser perseverantes en la oración. La narración es esta: “Una pobre viuda, a fuerza de súplicas y súplicas, logra que un juez antes sordo a sus ruegos, la escuche y le haga justicia. Y después la moraleja de la parábola, o sea la aplicación: la valentía y la constancia en la oración alcanzan, mueven, la voluntad de Dios. La perseverancia en cualquier dimensión de la vida, es una virtud difícil. La oración no ha de ser un impulso transitorio, una corazonada, un arranque a la hora de una pena o una expansión del alma en momentos de entusiasmo, sino algo continuado, persistente, superior a las impresiones del momento. Moisés porfía y alcanza el perdón para ese pueblo duro de cerviz, ingrato y olvidadizo. Porfía con los brazos en alto y espera porfiado hasta ver llegar victoriosas a las tropas de Israel. “Es preciso orar en todo tiempo y sin desfallecer” (Luc 18, 1) son palabras del Señor. La oración ha de ser continua, como respirar, y así vivir en contacto con Dios. Jesús R. Ramírez Temas Religión Fe. Lee También Aumenta número de católicos en el mundo, pero bajan las vocaciones En misa de bienvenida de "La Generala", cardenal pide por una reforma judicial justa "La Virgen me salvó del cáncer de mama", agradecen la vida, salud y bienestar en la Romería 2025 Veinticinco años Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones