Domingo, 22 de Junio 2025
Suplementos | Los esclavos

Casa de citas

Por: Eduardo Castañeda H.

Por: EL INFORMADOR

De voz y ademanes opacos, su estatura y su complexión son medianas y su rostro es el de cualquiera. La rareza del doctor Hertz está, pues, solamente en su nombre, trivial a fuerza de sonar como determinados nombres o marcas de conocimiento vulgar. Es, precisamente, la rareza que cuadra a alguien como él, cuyo campo de trabajo es tan preciso y tan políticamente incorrecto: si no se le conoce, se le recordará por su apellido raro más que por la vaguedad de sus explicaciones y de sus trayectos.

El doctor Hertz, por lo demás, es indispensable para Golo. Las modificaciones cosméticas de Mundo, como las de aquellos que lo han precedido, no suponen problemas: si son necesarias para combatir el tedio, cualquier criada o estilista medianamente capaz puede rasurar o pintar cabellos, aplicar afeites y pinturas, introducir y extraer accesorios, etcétera; en cambio, y con todo lo que pueden exaltarse “la violencia pura”, “las pinzas y las navajas”, “el desgarrar sin contemplaciones de una carne”, todas esas imágenes, Golo no tienes los conocimientos necesarios ni podrá aprenderlos sin un esfuerzo que en realidad, no desea hacer.

Eso sí, lo que Golo se permitió -como se lo ha permitido siempre- fue comenzar el tratamiento de Mundo con la operación del doctor Hertz, y sin otro preparativo  que el aviso de lo que sucedería. Atado en la cajuela del automóvil, amordazado y con los ojos vendados, Mundo sólo pudo escuchar las voz de su amo, que como tal se presentó y que, desde afuera, le explicó la analogía entre su caso y el de los gatos domésticos, y en especial los machos.

-No es nada contra el gato -dijo-, no es un deseo de hacerle daño, ni siquiera es un deseo de que no tenga gatitos. A mí me encantan los gatitos. Pero si no se les trata, los gatos hacen toda clase de desmanes, se pelean, se quieren escapar… Y viven menos. En realidad es por su bien. El gato operado es más feliz.

Tras estas palabras, dos empleados de Golo le dieron tiempo a retirarse y abrieron la cajuela para darle a Mundo unos cuantos golpes y administrarle una dosis leve y veloz de anestésico. Cuando salió de la sala de operaciones, Mundo despertó. Lo llevaron en una camilla, no tenía idea de que ya le había sucedido lo que temía, por lo que se dirigió a Golo y le suplicó. En respuesta, Golo ordenó que la camilla se detuviera, retiró la sábana que cubría al cuerpo de su víctima y le explicó, con detalles y sin detenerse ante las agitaciones y los lamentos, la precisa naturaleza del cambio.”

*Alberto Chimal. Los esclavos. Almadía. México, 2009. 149 págs.

El autor es uno de los escritores mexicanos más interesantes. Nació en Toluca en 1970. Básicamente ha escrito cuentos, con los que ha sorprendido a lectores y crítica. Tiene un sitio web: lashistorias.com.mx, de referencia para quien se inicia en las letras.

La historia no ha terminado

“En esta sociedad la tolerancia se distorsiona hasta dar en algo que se le parece mucho pero en realidad es su contrario: la indiferencia, como ha escrito Josep Ramoneda, la intercambiabilidad de cualquier cosa por cualquier otra; el valor de cambio triunfa incluso en las decisiones morales. Todo eso sucede bajo la falsa égida de un falaz liberalismo, en nombre del principio en base al cual se puede y se debe poner todo en el mismo plano, los valores deben adaptarse a los hechos, y la ley, como suele decirse, adecuarse a las costumbres y a su mutación.

Hay ámbitos en los que es justo que la ley se adecue a las costumbres -aunque ello no sea por otra parte fatalidad sino el resultado de nuestras acciones inspiradas por valores en los que creemos- y hay ámbitos en los que ninguna difusión puede hacer que una costumbre sea lícita; aunque fueran multitudes las que practicaran el asesinato, éste continuaría siendo un delito que hay que perseguir, por más difícil que, en tales circunstancias, ello pueda llegar a ser.

Una sociedad liberal le tiene que permitir a un individuo casi todo -sus ideas, sus placeres, sus deseos, sus manías- y prohibirle categóricamente las pocas cosas que pueden hacer de él un carnicero, ya sea grande o pequeña, de otros individuos; esas acciones violentas deben ser convertidas en tabú, arrancadas de cuajo antes de que puedan presentarse como opciones concretas ante nuestras mentes”.

*Claudio Magris. La historia no ha terminado. Ética, política, laicidad. Anagrama. 2008. 295 págs.

El autor es escritor y uno de los intelectuales italianos más reconocidos. Nació en Trieste, en 1939. En 2004 ganó el Premio Príncipe de Asturias. Entre sus obras narrativas están: El Danubio, Otro mar, y Microcosmos.

*Escucha Casa de Citas, los libros en estéreo. Máxima FM 89.1. Martes, 20 horas.

Tapatío

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