Viernes, 16 de Mayo 2025
Suplementos | Antes y después

Capicua

Es la edad, lo sé, es el paso y el peso de los años que me hacen observar tantas cosas que antes pasaba de largo. Tantos detalles, que antes me parecían normales o insignificantes, ahora me afectan demasiado, a la vista y al corazón. Acéptalo, Laura, Guadalajara ya no se vive como antes

Por: EL INFORMADOR

Hoy hablaré de algunas cosas que me aquejan: los perros en las azoteas. Castigados por ser perros, destinados a mirar la calle desde las alturas, confinados al tendedero, concentrados en esa única hora del día en que su dueño se digna a llenar su plato de croquetas. Y hasta el día siguiente. Me da mucha lástima verlos allá trepados, o encerrados en el patio de la entrada, para que así le ladren a cuanta gente pasa por la banqueta, que inmediatamente piensa que ese perro la agrede, que intenta atacarlos, cuando en realidad lo que ansían es salir de ahí, salir de su jaula. Lejos están de saber que ahuyentan con ladridos y colmillos, lo único que desean es un amigo que los lleve a pasear. Aunque lo que verdaderamente me molesta de los dueños de los perros es que cuando los sacan a pasear, al camellón o al parque más cercano, los dejan depositar sus necesidades donde sea, donde caiga (a veces creo que por eso los sacan a pasear) y luego pasa una persona muy campante, pisa el residuo accidentalmente y... y ya ni le sigo. Cómo me gustaría que un día a uno de esos dueños irresponsables le pasara exactamente eso, que ni cuenta se diera y que al llegar a su casa, lo primero que hiciera fuera caminar justo por la alfombra blanca de la entrada. Para que vean que no es grato para nadie. ¡Que traigan su bolsita de plástico, nada les cuesta, el perro qué culpa tiene...!

Hablando de bolsitas, ya es hora de que todos guardemos las bolsas que nos entregan en el super (que por cierto son gratuitas) y las lleven en su próxima visita. Reciclar, por favor, no desperdiciar. Además, en varios de esos establecimientos ya venden unas bolsas de lona o tela gruesa, bastante grandes, como para ser reutilizadas una y otra vez.

La mayoría de los cambios en esta ciudad no logran más que provocarme añoranza y distancia respecto a las nuevas generaciones. ¿Que ya estoy hablando como cuarentona? Seguramente, en un par de meses cumplo 45 años, y sigo pensando que es apenas la mitad de mi vida. “En mis tiempos...”, “cuando yo era chica...”, y un sinfín de frases que inician, en el fondo, con una pérdida, con un ya se fue, con un ya no está. La paz se aleja, el miedo se apodera de las calles, y eso no hace más que causarme malestar y coraje.

Conforme vivo la ciudad, rescato recuerdos de la infancia. Hay situaciones que han cambiado radicalmente, otras siguen prácticamente igual. Una de éstas son los tradicionales baches en las calles, en cada temporada de lluvias, que aparecen en cruces y zonas de flujo constante, y que garantizan trabajo para los talleres automotrices. Ya no se diga de las inundaciones en los alrededores de Plaza del Sol, eso ya es normal, incluso esperado...  

Hay cosas que no han cambiado tanto de costumbre, aunque sí de sitio. La juventud requiere de íconos y modas para identificarse, incluso el punto de encuentro es clave. Antes nos reuníamos en Plaza del Sol, ahora los adolescentes se reúnen en Plaza Galerías. Por la noche acudías a la discoteca a bailar, ahora vas a un antro. Las filas afuera del antro son las mismas, y los encargados para dejar o impedir el acceso siguen igual de pesados y autoritarios. La oscuridad y el exceso de volumen dentro de estos antros es idéntico al de antes, con la excepción de que ahora la música va desde tecno y pop hasta banda y reggaeton. Antes, lo que rifaba era la música disco y el hustle y mucho antes el bump. Eso de escuchar banda en un antro resultaba impensable, era para congales de mala muerte. Ahora esa música (si así debemos llamarle) es la onda.

Otras cosas que han cambiado y que desorientan sobremanera son los nombres de las calles : antes Las Torres, ahora Lázaro Cárdenas; antes Tepic, ahora Luis Pérez Verdía; antes Tolsa, ahora Enrique Díaz de León; antes Bosque, ahora Zuno; antes Del Sur, ahora Efraín González Luna. ¿Por qué el empeño en hacernos bolas? ¿Porqué no conservar la tradición, qué necesidad de enaltecer nombres que pocos reconocen?

Otro ejemplo: antes, en el cruce de López Mateos y Niños Héroes-Guadalupe, estaba la glorieta de las Jícamas (cabe aclarar, para los iniciados, que no era porque vendieran fruta en ese sitio preciso, sino por la forma geométrica de las fuentes, que asemejaba la manera tan peculiar en que se cortaba la jícama, para que el limón no resbalara y permaneciera dentro de la fruta). En fin, ahora se le conoce como la glorieta de los caballos, por la escultura que ahí se ha colocado y que sirve de escaparate fotográfico para muchos recién casados y quinceañeras.
Sigo con la nostalgia.... Cuántas cosas han cambiado... Los niños se divertían de una manera mucho más simple, sin pantallas ni conexiones. Antes, jugábamos al resorte, a la matatena, a la “trais”, a las escondidas, a las canicas (chiras pelas), al trompo, al yo-yo, y a tantas actividades que implicaban un cierto esfuerzo físico. Salías a  la calle con los amigos de la cuadra y una pelota hacía el día, no se requerían mayores aditamentos que el permiso de los papás una vez terminada la tarea. Ahora, si el amiguito que te invita a jugar a su casa no tiene videojuegos o televisión, la diversión desaparece. Incluso los juegos mecánicos ya se usan menos; claro que siguen balanceándose los columpios y emocionando los resbaladeros en los parques, pero ya no son suficientes. Casi todos los juguetes emergen de los personajes de las películas: cada vez que surge un hit cinematográfico, basta esperar unos días para que salgan a la venta héroes, villanos, armas y naves último modelo, acordes por supuesto a la película original. Antes la muñeca caminaba y el cochecito rodaba, y punto.

Disculpen el tono de este texto pero hoy estoy muy, muy triste: tenía yo, hasta la mañana de hoy, una gatita hermosísima, de colores blanco, café y negro, que se llamaba Ambar. Dormía en mi cama, me despertaba todas las mañanas, con su patita rozaba con suavidad mi mejilla, maullaba para solicitar agua o comida. Nunca me sentía sola en las noches porque Ambar estaba ahí, a mi lado. Era respetuosa con los muebles, con las telas, era parte de mi familia: era una gatita ejemplar, cariñosa, inteligente... y hoy que llegué a la casa, después del trabajo, la encontré muerta en la banqueta, con un golpe evidente y rotundo en la cabeza, por un estúpido automóvil que pasó por mi calle y no se detuvo. Así se le acabó la vida y a mí se me acabó un poquito también. La quería muchísimo y la voy a extrañar cada día y cada noche a partir de hoy. Ya la enterré en el jardín, puse un par de flores y le dije adiós. Así que hasta pronto y hasta siempre.

Guadalajara, no cambies demasiado.

Texto y fotos: laura zohn

Tapatío

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones