Viernes, 17 de Octubre 2025

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Entre veras y bromas

Por: EL INFORMADOR

                                                                 — Cacería de brujas

Las cacerías de brujas propiamente dichas, datan de mediados del siglo XV. Al difundirse la versión de que magos, agoreros, nigromantes, adivinadores, similares, conexos y derivados podían determinar buenaventuras o infortunios  ejercitando sus artes, porque tenían pacto con el diablo, la Iglesia y los guardianes históricos, en general, de las santas conciencias y de las buenas costumbres, se dieron a desprestigiar, primero, a combatir y perseguir, después, y, finalmente, a condenar a diversas penas a los practicantes de aquellas disciplinas. La hoguera fue la más drástica de ellas; Juana de Arco (que luego sería santa), la más célebre de las víctimas.


                                                                              —II—
Las “cacerías de brujas” —así, con comillas— siguen vigentes. De hecho, por lo menos como tópico, ahora mismo están de moda. Se denomina así, coloquialmente, a partir de la persecución de artistas e intelectuales en Estados Unidos, durante el macarthismo, a la persecución de miembros de un grupo social al que se ve, abiertamente, como enemigo. Son noticia en fechas como las presentes: cuando toman posesión de sus cargos los nuevos gobernantes; cuando parte de la novedad estriba en que los que llegan, corresponden a un signo político diferente al de sus predecesores; cuando las primeras declaraciones de los recién llegados aluden, indefectiblemente, a barrabasadas administrativas —desde desvíos de fondos públicos hasta robos descarados— perpetradas por los “ex”.

Se alude a “cacerías de brujas” por la posibilidad de que las trapacerías de los que se fueron, sean evidenciadas, juzgadas y penalizadas con severidad ejemplar... Para decirlo sin eufemismos: con la misma mentalidad de quienes van a la lucha libre y pregonan que quieren ver sangre, “el respetable” —que ya intuía que sus gobernantes eran unos pillos redomados— quiere verlos donde merecen estar los ladrones (y donde deberían estar, con mucha mayor razón, los ladrones de los fondos públicos, que al crimen de la rapacidad suman el agravante de la hipocresía, porque cuando están en campañas prometen manejar con escrupulosa honestidad el erario, y cuando llegan a los cargos públicos “protestan” desempeñarlos siempre en beneficio del pueblo): en la cárcel.


                                                                              —III—
La posibilidad de que a cada cambio de administración haya “cacería de brujas”, está emparentada, pues, con el morbo malsano —albarda sobre aparejo— que caracteriza a las multitudes. Sin embargo, la experiencia demuestra que —como sucede durante las campañas—, declaraciones, amenazas y juramentos se quedan en el terreno de las bravatas. Como los bufones de taberna, los políticos son incapaces de cumplir sus estridentes promesas de que, en prenda de que va en serio su afán de depurar el Gobierno, aplicarán todo el peso de la ley a los saqueadores o a los simples vividores del erario. Por una razón muy simple: porque una ley no escrita del sistema, es la de la reciprocidad —la del “do ut des”, como decían los antiguos—, y cuyo planteamiento esquemático sería este: “Trata a los que se fueron como quieres que te traten cuando te vayas”.



                                                                             —IV—
(Por lo demás, el propio evangelio —libro de cabecera de infinidad de políticos sobremanera diestros para desempeñar el doble papel de escribas y fariseos— incluye entre sus máximas dos, al menos, que equivalen a la señalada: “Con la vara que mides serás medido”, y “El que a hierro mata, a hierro muere”).

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