Viernes, 10 de Octubre 2025
México | TRIGO SIN PAJA POR FLAVIO ROMERO DE VELASCO

Temas para reflexionar

En los regímenes pretorianos, intelectual será siempre el mozo, el bufón o, en el mejor de los casos, el burócrata sumiso

Por: EL INFORMADOR

Flavio Romero de Velasco.  /

Flavio Romero de Velasco. /

Oliverio Cromwell, al acceder al poder en Inglaterra en 1649m con el título de Lord Protector, hizo morir en el caballo al rey Carlos I, padre del nuevo rey Carlos II quien tomó la debida venganza de tal afrenta.

Hizo que se profanara la tumba de y ordenó que se llevaran los restos en un carretón de la basura hasta la horca previamente instalada y que fuera colgado; allí permaneció el cuerpo colgado a la vista del pueblo que, horrorizado, desfilaba frente al patíbulo.

Después el cadáver fue bajado y se le decapitó, para después ser arrojado al foso que estaba al pie de la horca.

La cabeza fue encajada en una picota, para enseñar a los ciudadanos la terrible justicia de un rey que ni al muerto perdonó.

A lo largo del desenvolvimiento milenario de la Humanidad, desde la caverna prehistórica hasta nuestros días, la cacería ha sido una constante de la condición del hombre, esa vocación destructora y sanguinaria de la que ninguna civilización, religión o filosofía ha conseguido librarla. el hombre necesita matar, es un ser predatorio.

Comenzó haciéndolo hace millones de años, porque era la única manera de sobrevivir, de comer, de no perecer.

Y ha seguido haciéndolo siempre en todas las épocas de su desenvolvimiento, de manera refinada o brutal con puñales, balas, ritos y símbolos.

Por eso, la imagen del bípedo con botas y cazadora apuntando su carabina contra la indefensa silueta de una corza, es la imagen estremecedora y el retrato espectral de la condición humana.

En los regímenes pretorianos, por lo general, el intelectual será siempre el mozo, el bufón o, en el mejor de los casos, el burócrata sumiso.

No agreguemos una hoja más a la torre de papel de mil comisiones deliberantes a las que tan afectos somos, y en las que simulamos la búsqueda de fórmulas milagrosas para problemas de toda índole, que sólo reclaman mucho de sentido común y no poco de sensibilidad política.

El incienso huele bien, pero acaba por tiznar al ídolo.

El enorme poeta jalisciense Dr. Enrique González Martínez, cerca ya de su presentido desenlace vital, escribió en uno de sus más sentidos poemas: Feliz quien sabe / a la hora solemne e imprecisa / en que es forzoso que la vida acabe, / asociar el adiós con la sonrisa.

Mi anciano padre, en una de nuestras habituales pláticas en la plaza del pueblo, observó a un conocido suyo no lejos de donde estábamos, aparentemente abatido por infortunios familiares y económicos. Su comentario fue: “Cómo se deterioran las almas inmersas en la desesperanza”.

En su lenguaje aparentemente irrespetuoso, un viejo sirviente a quien mucho estimé, cierto día, al llamarle la atención por haber llegado en estado de ebriedad, me dijo: “Perdóneme, mi ‘Lic.’, que venga bien tomado; sufro mucho, y la verdad es que borracho y dormido no se siente lo jodido”.

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