Lunes, 24 de Noviembre 2025
México | En tres patadas por Diego Petersen Farah

Obesidad y revolución

Legislar contra la comida “chatarra” suena maravilloso. Lo que no hemos visto, y seguramente no veremos, es la lista de productos que tienen que salir de las escuelas, porque llegado el momento de decidir todos comenzarán a aventarse la bolita

Por: EL INFORMADOR

No hay duda: 100 años después la Revolución Mexicana está instalada en la vida cotidiana. Eso sí, hoy somos mucho más civilizados. Pasamos del “mátalos y después viriguas”, a un democrático “legisla y después viriguas”. Lo que sí está intacto, tras un siglo de cultura política revolucionaria, es el “acátese, pero no se cumpla”.

Después de 10 años de signos alarmantes, de un día para otro nos dimos cuenta que somos un país de obesos. Ágiles cual hipopótamos de zoológico, los diputados decidieron que había que legislar contra la gordura. Uno de los signos inequívocos de las democracias subdesarrolladas es que creemos que las leyes resuelven problemas, cuando en realidad por lo general lo que hacen es crearlos. Las leyes no cambian hábitos ni conductas, pero generan burocracia y mordidas. Hacer de cada idea, aunque sea buena, una ley (como es el caso de la legislación contra la obesidad), es hacer nuevos incumplidos pasivos. En México se puede violar la ley sin salir de casa, y peor aún, sin enterarse.

Legislar contra la comida “chatarra” suena maravilloso. Lo que no hemos visto, y seguramente no veremos, es la lista de productos que tienen que salir de las escuelas, porque llegado el momento de decidir todos comenzarán a aventarse la bolita. ¿Quién será el valiente que le ponga el cascabel al tigre? ¿Quién les va a decir a las refresqueras, a las fritangas y a los pastelitos que de un día para otro su mercado está vedado? Lo que sí se puede hacer, por motivos de salud, es tratarlos exactamente igual que como tratamos a los cigarros: impuestos altos y una leyenda, clara y muy visible que diga “el abuso en el consumo de este producto es nocivo para la salud”.

El problema no está en las leyes, sino en los hábitos. El hombre es una animal diseñado para caminar, pero hemos diseñado un hábitat para transportes motorizados. Si queremos que la gente camine no debe ser como una acto impuesto, como si se tratara de una cucharada de aceite de hígado de bacalao (no se me ocurre nada más desagradable). Lo que tenemos que hacer es transportarnos a pie, todo el trayecto o una parte, a la escuela, al trabajo o al mercado. Si además logramos que la escuela, en sus reducidos horarios y espacios, ponga a los niños a hacer ejercicio, qué bueno. El problema hay que resolverlo en el origen, y para ello hay que invertir en espacio público: parques, campos deportivos, ciclovías, pero sobre todo menos calles y más banquetas.

Hay dos maneras de afrontar un problema, decía otro clásico de la Revolución. “Si quiero que se resuelva, lo resuelvo yo; si no quiero que se resuelva, nombro un comisión”. Si queremos resolver el problema de la obesidad, hay que comenzar a tomar decisiones ya sobre el espacio público en cada ciudad, en cada delegación, en cada colonia. Si queremos que no se resuelva, mandémoslo a comisiones al Congreso.

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