El SME perdió su lucha

En general, el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) tiene movilizaciones pacíficas, pero de todas formas sus integrantes ponen todos los días piedritas en el hígado de los habitantes de la Ciudad de México: marchan, bloquean, acampan y dan cursos varios en el espacio público.

Todos, todos los días. El Zócalo está tomado por unas carpas, en Paseo de la Reforma hay un campamento permanente y periódicamente se manifiestan marchando.

Pero esta semana el SME rebasó el tope de piedritas que caben en el hígado de la capital del país. Se enfrentaron por la mañana del lunes a trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y del altercado salieron personas heridas, autos incendiados, calles atascadas y fotos demoledoras.

El enfrentamiento mañanero fue tan agresivo (hubo otro en el Zócalo), que el Gobierno del Distrito Federal (GDF) desplegó 600 granaderos y 100 elementos de tránsito para intervenir, según informó el secretario José Ángel Ávila, quien al ver que se había roto la tradicional línea de tolerancia hacia el SME, salió corriendo a dar una rueda de prensa para explicar que había cerca de mil 500 personas poniendo en entredicho la seguridad del DF. La CFE fue más conservadora y registró 300 agresores, pero añadió al fuego ya encendido un dato escalofriante: desde que se hicieron cargo de Luz y Fuerza, se han iniciado mil 287 averiguaciones previas por agresiones a trabajadores de CFE.

Sin juzgar el origen de la violencia, es claro que este lunes el movimiento llegó a un punto de quiebre: perdió aliados en el Gobierno de la ciudad, ya no tiene interlocutores en la Suprema Corte, no tiene interlocución en la Secretaría del Trabajo, la Secretaría de Gobernación cerró la puerta y está perdiendo vasos de comunicación con una parte de la izquierda.

Al SME le quedan tres caminos: dar un viraje político que capitalice la fuerza que aún tiene, mantener el movimiento como carne de cañón para venderlo al mejor postor, o estirar la liga para que se rompa con violencia y sin ganancia. Aún tiene una fuerza de miles de hombres y mujeres, pero lo que ya perdieron fue su lucha.
 
Consejeros electorales de Jalisco

¿Qué parte de su trabajo es la que hay que explicarle con manzanas a Tomás Figueroa y a Víctor Hugo Bernal, consejeros electorales de Jalisco, para que comprendan lo que significa la imparcialidad? A ver, despacito: irse de fiesta (a Cuba o a Vallarta, en avión o en burro) con los actores políticos sobre los que arbitran no es correcto. ¿Defenderían que el juez responsable se fuera de viaje con su amigo, el abogado de Florence Cassez? Sí, claro, ellos sí. Dirán: “Ay bueno, no lo midió, se vio sospechoso, pero es su vida privada”. Una amistad me une a Bernal, pero no me impide ver que sus prácticas los califican a él y a Figueroa, y a todo el equipo que no ve mal estas actividades, como ciegos, como torpes o como corruptos. Y ninguna de esas tres etiquetas sirve para ser consejero o funcionario electoral.